martes, 24 de mayo de 2016

La paz, acorralada


Es deseable que el presidente Juan Manuel Santos mantenga el tono beligerante que comenzó a exhibir frente a los dos máximos exponentes de la extrema derecha nacional, Álvaro Uribe y Alejandro Ordóñez. Y que inclusive lo arrecie porque, donde no se ‘pellizque’, el anhelo nacional de paz y reconciliación podría desembocar en un nuevo fracaso, como todos los anteriores.

El columnista Juan Diego Restrepo puso el dedo en la llaga con su columna titulada El desorden por la paz, donde dijo que “poco a poco se está desgastando la fe que se le tuvo a la resolución del conflicto armado. Es de tal magnitud el caos que si nadie ordena, se perpetuará la guerra”. (Ver columna).

El asunto de fondo es que Uribe, Ordóñez y sus fuerzas –oscuras y claras- han comenzado a aplicar todas las formas de lucha hacia el objetivo supremo de impedir que las FARC se incorporen al ordenamiento jurídico de la nación, y en función de ese propósito hoy cuentan con vanguardia mediática (los medios que acogen entusiastas cuanta barrabasada sale de sus bocas) y retaguardia armada (los grupos paramilitares que no se desmovilizaron), en lo que constituye un accionar de tinte subversivo, como sostuve en columna anterior.

La última zancadilla a la paz la quiso meter el procurador Ordóñez cuando amenazó a los funcionarios del orden gubernamental con sanciones si salen a apoyar el plebiscito por la paz, a lo cual Santos le respondió enérgico (¡por fin!) que “usted no les va a prohibir a los funcionarios hablar de paz ni usted va a pasar por encima de la ley”. La restricción que sin anestesia quiso introducir Ordóñez es un atentado a la lógica, pues significaría que ante un eventual plebiscito el gobierno no podría hacer campaña a favor del SÍ, pero él sí podría continuar su rabiosa campaña por el NO A TODO lo que le huela a paz…

Es conveniente entonces que el presidente Santos ponga en su sitio a los que están dedicados a “hacer invivible la República”, pero hay un aspecto al que su gobierno no le está prestando la debida atención. Volviendo a la importante columna de Juan Diego Restrepo, se relaciona con que “nadie sabe a ciencia cierta cómo va el proceso de paz. Y eso ocurre porque las dependencias gubernamentales son ineficientes en sus estrategias pedagógicas”.

Lo más criticado en el gobierno Santos ha sido precisamente el manejo de sus comunicaciones hacia afuera. Pareciera que no hay una línea unificada de imagen corporativa en el tema de la paz, y menos un tratamiento coherente en la producción estratégica de contenidos. Esto ha permitido que las fuerzas políticas afines a la guerra hayan ganado espacio en el imaginario colectivo, con la repetición constante de que no puede haber paz con impunidad, o que el Presidente de la República está entregando el país a las FARC. (¿Han  notado por  cierto que la palabra ‘castrochavismo’ salió de circulación?).

Entre los esfuerzos mediáticos del gobierno para ambientar la idea de la paz hay una publicitada página web, conocida como ‘la conversación más grande del mundo’, pero en el plano real se advierte que ni siquiera es la conversación más grande del barrio, sumado a que en ese portal no se conversa, sino que sus realizadores van  a los pueblos o salen a la calle a recoger testimonios o expectativas de la gente en torno a la paz. O sea que la “conversación” se torna forzada por monotemática, porque a nadie le gusta que lo pongan a conversar –ni a escuchar una conversación- sobre un único tema.

Lo cierto es que el gobierno Santos debería estar desde ya brindando información puntual, lúcida, completa y pedagógica sobre lo que significan la paz y el posconflicto. Y el mensaje tendría que ser alegre, optimista ante el nacimiento de una nueva era, dinámico y activo porque estamos ad portas de reconciliarnos como hermanos, yo qué sé.

Pero es ahí donde el ojo avizor de Restrepo percibe que “todo este caos es producto del desorden por la paz: predominan la incoherencia, la desarticulación, la falta de convicción, la ausencia de credibilidad, la ineficacia y el interés económico. El efecto de tanto caos es la pérdida, poco a poco, de la confianza ciudadana”. Y remata con una afirmación que de ser cierta exige inmediata solución: “Profundiza el absurdo la falta de articulación entre los ministerios, algunos de los cuales ni se comunican entre sí para crear estrategias conjuntas”.

Esta columna tiene entonces el propósito de hacerle eco al llamado de alerta temprana que lanza Juan Diego Restrepo, a la espera de que no sea tarde. Se requiere un timonazo, y este tiene que venir de la comunicación. Si el gobierno de Juan Manuel Santos no logra juntarse y actuar como un equipo cohesionado en la transmisión del mensaje de la paz, apague y vámonos.

La estocada que las fuerzas oscuras de la extrema derecha han logrado propinarle al proceso de paz se expresa en un ambiente de incredulidad general frente a los dos actores del conflicto sentados en La Habana, el Gobierno y las FARC, con un tercer actor que no se cansa de boicotear y patear las patas de la mesa, y es el que más ‘suena.

No hay credibilidad porque pusieron una fecha y no cumplieron, no hay credibilidad porque el gobierno no tiene un mensaje claro frente al posconflicto que supuestamente se avecina, no hay credibilidad porque los dos más poderosos canales (RCN y CARACOL) se han convertido en corifeos de los que hoy le sacan el mayor provecho político a la confusión que ellos mismos engendraron con sus gritos histéricos y su calurosa acogida mediática. ¿Y a qué puede obedecer esto? Tal vez a que los dueños de esos medios son los primeros interesados en que las FARC nunca, por ningún motivo, se integren a la vida política nacional. En otras palabras, los amigos de continuar la guerra están poniendo todo de su parte para que les crean a ellos, no a los amigos de la paz.

En este ambiente tan crispado, el gobierno nacional se ha negado a entender que debe entrar en competencia informativa con esa visión oscura del acontecer nacional, porque es esa la que se está imponiendo. Falta un hábil comunicador al frente (como sí lo es desde la otra orilla Álvaro Uribe) y no aparece.

DE REMATE: Viéndolo desde una perspectiva más indulgente, el uribismo está contribuyendo de manera altruista a que se cumpla la ley de Murphy según la cual "si hay algo susceptible de empeorar… empeorará".

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