Es deseable que el presidente Juan Manuel Santos mantenga el tono
beligerante que comenzó a exhibir frente a los dos máximos exponentes de la extrema
derecha nacional, Álvaro Uribe y Alejandro Ordóñez. Y que inclusive lo arrecie porque,
donde no se ‘pellizque’, el anhelo nacional de paz y reconciliación podría
desembocar en un nuevo fracaso, como todos los anteriores.
El columnista Juan Diego Restrepo puso el dedo en la llaga con su
columna titulada El desorden por la paz, donde dijo que “poco a poco se está
desgastando la fe que se le tuvo a la resolución del conflicto armado. Es de
tal magnitud el caos que si nadie ordena, se perpetuará la guerra”. (Ver
columna).
El asunto de fondo es que Uribe, Ordóñez y sus fuerzas –oscuras y
claras- han comenzado a aplicar todas las formas de lucha hacia el objetivo supremo
de impedir que las FARC se incorporen al ordenamiento jurídico de la nación, y en
función de ese propósito hoy cuentan con vanguardia mediática (los medios que
acogen entusiastas cuanta barrabasada sale de sus bocas) y retaguardia armada
(los grupos paramilitares que no se desmovilizaron), en lo que constituye un
accionar de tinte subversivo, como sostuve en columna
anterior.
La última zancadilla a la paz la quiso meter el procurador Ordóñez
cuando amenazó a los funcionarios del orden gubernamental con sanciones si salen
a apoyar el plebiscito por la paz, a lo cual Santos le respondió enérgico (¡por
fin!) que “usted no les va a prohibir a los funcionarios hablar de paz ni usted
va a pasar por encima de la ley”. La restricción que sin anestesia quiso
introducir Ordóñez es un atentado a la lógica, pues significaría que ante un
eventual plebiscito el gobierno no podría hacer campaña a favor del SÍ, pero él
sí podría continuar su rabiosa campaña por el NO A TODO lo que le huela a paz…
Es conveniente entonces que el presidente Santos ponga en su sitio a
los que están dedicados a “hacer invivible la República”, pero hay un aspecto
al que su gobierno no le está prestando la debida atención. Volviendo a la importante
columna de Juan Diego Restrepo, se relaciona con que “nadie sabe a ciencia
cierta cómo va el proceso de paz. Y eso ocurre porque las dependencias
gubernamentales son ineficientes en sus estrategias pedagógicas”.
Lo más criticado en el gobierno Santos ha sido precisamente el manejo
de sus comunicaciones hacia afuera. Pareciera que no hay una línea unificada de
imagen corporativa en el tema de la paz, y menos un tratamiento coherente en la
producción estratégica de contenidos. Esto ha permitido que las fuerzas
políticas afines a la guerra hayan ganado espacio en el imaginario colectivo,
con la repetición constante de que no puede haber paz con impunidad, o que el
Presidente de la República está entregando el país a las FARC. (¿Han notado por
cierto que la palabra ‘castrochavismo’ salió de circulación?).
Entre los esfuerzos mediáticos del gobierno para ambientar la idea de
la paz hay una publicitada página web, conocida como ‘la conversación más grande
del mundo’, pero en el plano real se advierte que ni siquiera es la conversación
más grande del barrio, sumado a que en ese portal no se conversa, sino que sus
realizadores van a los pueblos o salen a
la calle a recoger testimonios o expectativas de la gente en torno a la paz. O
sea que la “conversación” se torna forzada por monotemática, porque a nadie le
gusta que lo pongan a conversar –ni a escuchar una conversación- sobre un único
tema.
Lo cierto es que el gobierno Santos debería estar desde ya brindando
información puntual, lúcida, completa y pedagógica sobre lo que significan la
paz y el posconflicto. Y el mensaje tendría que ser alegre, optimista ante el
nacimiento de una nueva era, dinámico y activo porque estamos ad portas de
reconciliarnos como hermanos, yo qué sé.
Pero es ahí donde el ojo avizor de Restrepo percibe que “todo este
caos es producto del desorden por la paz: predominan la incoherencia, la
desarticulación, la falta de convicción, la ausencia de credibilidad, la
ineficacia y el interés económico. El efecto de tanto caos es la pérdida, poco
a poco, de la confianza ciudadana”. Y remata con una afirmación que de ser
cierta exige inmediata solución: “Profundiza el absurdo la falta de
articulación entre los ministerios, algunos de los cuales ni se comunican entre
sí para crear estrategias conjuntas”.
Esta columna tiene entonces el propósito de hacerle eco al llamado de
alerta temprana que lanza Juan Diego Restrepo, a la espera de que no sea tarde.
Se requiere un timonazo, y este tiene que venir de la comunicación. Si el
gobierno de Juan Manuel Santos no logra juntarse y actuar como un equipo
cohesionado en la transmisión del mensaje de la paz, apague y vámonos.
La estocada que las fuerzas oscuras de la extrema derecha han logrado
propinarle al proceso de paz se expresa en un ambiente de incredulidad general frente
a los dos actores del conflicto sentados en La Habana, el Gobierno y las FARC,
con un tercer actor que no se cansa de boicotear y patear las patas de la mesa,
y es el que más ‘suena.
No hay credibilidad porque pusieron una fecha y no cumplieron, no hay
credibilidad porque el gobierno no tiene un mensaje claro frente al
posconflicto que supuestamente se avecina, no hay credibilidad porque los dos
más poderosos canales (RCN y CARACOL) se han convertido en corifeos de los que
hoy le sacan el mayor provecho político a la confusión que ellos mismos engendraron
con sus gritos histéricos y su calurosa acogida mediática. ¿Y a qué puede
obedecer esto? Tal vez a que los dueños de esos medios son los primeros
interesados en que las FARC nunca, por ningún motivo, se integren a la vida
política nacional. En otras palabras, los amigos de continuar la guerra están
poniendo todo de su parte para que les crean a ellos, no a los amigos de la
paz.
En este ambiente tan crispado, el gobierno nacional se ha negado a
entender que debe entrar en competencia informativa con esa visión oscura del
acontecer nacional, porque es esa la que se está imponiendo. Falta un hábil
comunicador al frente (como sí lo es desde la otra orilla Álvaro Uribe) y no
aparece.
DE REMATE: Viéndolo desde una perspectiva más indulgente, el uribismo
está contribuyendo de manera altruista a que se cumpla la ley de Murphy según
la cual "si hay algo susceptible de empeorar… empeorará".
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