Lo que acaba de pasar con la elección de Enrique Peñalosa y el voto de
castigo contra Gustavo Petro por su atropellada aunque bien intencionada Bogotá
Humana deja una huella en la historia de Colombia, pero de ningún modo significa
que Peñalosa tiene ganado el cielo ni que Petro desaparezca de la escena política,
a pesar de lo golpeado que quedó.
Como primer dato llamativo, Peñalosa ganó con una proporción de votos
casi igual a la que obtuvo Petro hace cuatro años, 33 por ciento. Esto augura
una nueva administración polarizada si el alcalde entrante no abre compuertas
hacia el entendimiento con sus contradictores, que al día de hoy serían el 65
por ciento que votó por los otros candidatos, después de descontar el 12 por
ciento que el Centro Democrático le puso a Francisco Santos, quien corrió a
endosárselos al triunfador de la jornada en un gesto que habla del talante servil
del endosador.
Desde el 1 de enero de 2012 todos los enemigos de Gustavo Petro estaban
interesados en que le fuera mal, y el primer recuerdo que llega es una columna
de María Isabel Rueda titulada La paja de Petro, escrita apenas a los 15 días de posesionado,
donde se despachó con un ‘balance’ pormenorizado de sus anuncios y concluyó que
“el 95 por ciento de sus propuestas no es viable, como se ha venido a demostrar
en los pocos días que lleva como alcalde”. ¿Cómo es posible que cuando aún le
faltaban 1.400 días de gestión, alguien pueda hacer un balance tan negativo de
una obra de gobierno? ‘Pensar con el deseo’ llaman a eso, pero lo peor es que
parte de sus anhelos se le cumplieron.
Desde esos primeros días ya se veía que la consigna era hundir
a Petro, y a ella concurrieron entusiasmados desde los medios de
comunicación –a cuyos propietarios no les convenía la administración exitosa de
un ex guerrillero en el segundo cargo del país- hasta su más enconado
adversario, el Procurador General de la Nación, quien se agarró de una decisión
administrativa en torno a las basuras para descargar su furia divina mediante
una fulminante destitución que a todas luces tenía el propósito de abortarle una
futura aspiración a la Presidencia de la República. Si hubo alguien que se
encargó de polarizar la escena política en Bogotá fue Alejandro Ordóñez con su
arbitrario despido, tan arbitrario que el mismo despido le abortó: no se alcanzó
a formar la criaturita, o mejor, el engendro.
Pero fue el propio Petro quien se encargó de colmarles las
expectativas a sus contrarios, pues desarrolló un estilo de gobierno
pendenciero y soberbio, a veces camorrista, del que no se salvaron ni amigos
suyos de la talla de Antonio Navarro, Carlos Vicente de Roux o Daniel
García-Peña, quien le renunció después de llamarlo “déspota de izquierda”.
Lo cierto es que al final de sus días de alcalde Petro terminó respondiendo
por escrito a los duros cuestionamientos de María Isabel Rueda –con lo cual la
graduó de opositora-, y aliándose con la candidata del Polo como medida extrema
de supervivencia, pese a haber salido de ese partido dando un portazo en
compañía de De Roux tras acusar a su dirigencia de corrupta.
Hoy sus enemigos y detractores están de plácemes con la llegada de
Enrique Peñalosa, y es tal el arrebato de triunfalismo mediático, que cobra
sentido este trino de @julian_ortegam_: “La pregunta no es cuál medio está con
Peñalosa, sino cuál no lo está”. No se puede negar que durante la gestión de
Petro hubo una especie de matoneo por parte de medios como Caracol, RCN, El
Tiempo, CM& e incluso Semana, pero me atrevo a decir que fue expresión concomitante
de la lucha de clases que el propio alcalde se encargó de encender y atizar desde
el Palacio Liévano, con las consecuencias ya conocidas no solo para él sino
para la izquierda, que trunca así –y quién sabe hasta cuándo- lo que parecía un
camino expedito hacia la Presidencia de Colombia con su llegada a la alcaldía
de Bogotá.
Hablando de presidencia, la noche del triunfo Peñalosa dijo en medio
de emocionado llanto que su interés no era ser presidente sino “el mejor alcalde
de Bogotá en toda su historia”. Se le abona la aclaración, aunque a sabiendas
de que nada hay repudiable en querer aspirar al primer cargo de la Nación,
siempre y cuando el desempeño del segundo le otorgue los méritos requeridos
para el ascenso.
A eso mismo aspiraba y sigue aspirando Gustavo Petro, con la
diferencia de que este arranca con la pólvora mojada y, como dijo su
propio hijo Nicolás, “la izquierda necesita renovar sus liderazgos”. A
Petro se le desea le mejor en su bien intencionado propósito de cambiar el
país, pero se le hace una cordial invitación a domesticar esa soberbia suya tan
afín a la de otro político de cuyo nombre no puedo acordarme.
DE REMATE: Con motivo de los 30 años de la barbarie en el Palacio de
Justicia, dos frases estremecedoras en la última columna de
Alfredo Molano
- "Fue la fuerza pública la que emboscó a la
guerrilla, la dejó entrar a la ratonera para liquidarla y de paso liquidar como
autoridad el gobierno de Belisario".
- "¿Cuántos tiros de las armas del M-19
tenían los muertos? Ni uno solo. Todos salieron de los fusiles oficiales".
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