Decía el exministro Rudolf Hommes en columna
reciente que “el papel que les corresponde a los ancianos de la tribu es
decir oportunamente lo que hace falta que se diga. Sus opiniones tienen el
respaldo de muchos años de experiencia y generalmente no están afectadas por
algún interés”.
Esto es cierto, tan cierto como decir que la política –o sea la
conducción inteligente de las masas hacia objetivos altruistas de desarrollo
económico y social- debería ser administrada por los sabios de la tribu, no por
las corruptas manos de esas agrupaciones amorfas que se siguen llamando
‘partidos’ pero en su gran mayoría están integrados por individuos que al
primer golpe de vista despiertan sospecha.
Un fenómeno que contribuyó a envilecer la política fue por un lado el
paramilitarismo y por otro el prestigio avasallador de Álvaro Uribe, pues
condujo a la proliferación de agrupaciones que se crearon en parte para
camuflar a los parapolíticos y en parte para conquistar votos con solo aparecer
como seguidor de este ídolo de masas, que sin duda lo fue, aunque con pies de
barro, como el recuento de sus incontables crímenes comienza a demostrar.
En Estados Unidos hay dos tendencias básicas en la política, la
liberal y la conservadora, representadas en los partidos Demócrata y
Republicano. Así ocurre en todas las democracias avanzadas, pues son la
expresión de la dialéctica que en forma de tesis y antítesis se manifiesta en
todas las esferas de la vida: luz y oscuridad, calor y frío, amor y odio,
guerra y paz, etc.
Pero en Colombia el anhelo nacional de aplastar a las FARC
representado en Uribe tras el fracaso del Caguán, trajo como consecuencia que
todos los políticos se querían parecer a él o mostrarse como sus devotos
seguidores. El resultado a la vista es que el país se volcó hacia la derecha
más recalcitrante y gracias a que muchos pudieron regresar a sus fincas, hoy
continúa en la impunidad o enredado en marañas jurídicas el juzgamiento de
abominables delitos de lesa humanidad como los falsos positivos (a cuyos
autores Uribe llama “héroes de la patria” y “perseguidos por la Fiscalía), u
otros de más suave catadura como el espionaje desde el extinto DAS a
opositores, periodistas y magistrados de la mismísima Corte Suprema de
Justicia.
Siempre se ha dicho que “a grandes males grandes remedios”, y es por
eso que se requieren soluciones creativas, sobre todo después de que fracasó la
más radical de todas las soluciones, la de la lucha armada, la cual en un
principio se justificó pero acabó por deslegitimarse cuando acudieron al
narcotráfico y al secuestro de civiles como arma de presión contra el Estado.
Es de todos conocido el periodo de la Ilustración, un movimiento
intelectual europeo que se desarrolló desde fines del siglo XVII así denominado
por su declarado propósito de disipar las tinieblas de la humanidad mediante
las luces de la razón, y sostenía que la razón humana puede combatir la
ignorancia, la superstición religiosa y la tiranía para construir un mundo
mejor.
Es en este contexto que Colombia está requiriendo una solución
drástica, y esta solo puede ser aportada por los sabios de la tribu, o sea por
las personas más ilustradas y respetables de la sociedad que, tras recibir el
apoyo y la aprobación de una mayoría, escojan a los mejores políticos en función del bien común y no de intereses
oscuros, como los que encarnó durante ocho largos y tortuosos ocho años el
gobierno de la muy nacionalsocialista Seguridad Democrática.
Hay que llegar a la Inteligencia de la gente partiendo del sentido
común, directamente emparentado con la lógica, no con el discurso
veintejuliero. Lo importante es que el mensaje sea sencillo, pues por muy
inteligentes que sean estamos hablando de masas ignorantes, y sin que ignorante
sea sinónimo de bruto, sino de falta de Ilustración.
Con base en el postulado anterior y considerando que a lo drástico se
le debe sumar lo creativo, me tomo el atrevimiento de proponer la creación de un
movimiento que por ejemplo pudiera llamarse Política Inteligente Para Íntegros
(PIPÍ), y cuya dirección no sea escogida a dedo sino mediante una encuesta
nacional que seleccione a los diez o doce personajes más sabios e ilustrados de
la nación, para conferirles la responsabilidad no de gobernar (pues “toda forma
de poder corrompe”) sino de armar listas electorales con base en el estudio de
hojas de vida de quienes aspiren a dirigir los destinos del país, y que en un
espectro más amplio abarque incluso a los demás partidos, pues es innegable que
en medio de tanto estiercolero sobresale una que otra flor de azahar.
La pregunta a responder en la encuesta que escogería el Consejo de
Sabios que propongo, bien podría ser esta: ¿A quién le gustaría ver a usted en
la cabeza del PIPÍ? (O bueno, en la dirección del PIPI, para que no suene tan
procaz).
Al cierre de esta columna alguien propone que su eslogan sea “Para que
Colombia no pene”. No estamos del todo seguros si es el más apropiado, pero de
entrada lo importante es que se yerga firme y penetre erguido en la vida nacional,
como requisito básico para conseguir el mayor número posible de adherentes y
lograr de este modo una transformación radical de las costumbres políticas.
En los términos así planteados, ¿estaría usted dispuesto a adherir al
PIPÍ?
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