“La verdadera historia es clandestina”.
Joseph Fouché
Es muy llamativo que el presidente de Colombia que más veces ha hablado
de “fuerzas oscuras” e incluso se ha referido a la existencia de “una mano
negra”, haya sido Juan Manuel Santos Calderón. Él mejor que nadie debe saber de
qué está hablando, en parte porque ha estado cerca de quienes pudieran ser sus
integrantes, y en parte porque por ser presidente de Colombia y haber sido ministro
de Defensa, tuvo que haber accedido a información ‘sensible’.
Pero lo llamativo no está ahí, sino en que las dos últimas ocasiones
que se ha referido a la mano negra, al día siguiente se retractó o se
arrepintió de lo dicho, como si en horas de la noche le hubieran hecho un
llamado al orden, o como si hubiera descubierto la inconveniencia estratégica
de retar a la fiera con solo nombrarla, como el Voldemort de Harry Potter.
A raíz del descubrimiento de la sala Andrómeda Santos dijo que
“fuerzas oscuras están detrás", pero 24 horas después afirmó que “la
fachada de inteligencia es totalmente lícita”. Como quien dice, que fuerzas
oscuras de inteligencia totalmente lícitas estarían detrás de todo. Idea nada
descabellada, por cierto, en un país donde por las buenas o por las malas las
cosas ocurren o se enderezan a favor de lo que piensan la fuerza pública y los
organismos de seguridad del Estado, como fue el caso -para mencionar solo el
más doloroso- del asalto al Palacio de Justicia.
Entendemos la mano negra como una organización clandestina de
ultraderecha, compuesta por determinado número de miembros que se reúnen solo
si la ocasión lo justifica pero que evitan hacerlo, y realizan acciones acordes
con su ideario ideológico y político. Incluso podría hablarse de muchas manos
negras, considerando que cada dedo de esa mano acude a sus propias ‘negruras’ para
la consumación de sus planes.
Una primera referencia directa a la mano negra –casi delación- de gran
peso histórico la soltó Carlos Castaño en Mi confesión, donde habló de un grupo
de notables que no solo lo asesoraba, sino que le daba instrucciones: “Al grupo
de los seis ubíquelo durante un espacio muy largo de la historia nacional, como
hombres al nivel de la más alta sociedad colombiana”, le dijo Castaño al periodista
Mauricio Aranguren. Solo que no reveló nombres, porque “todo lo que se va a
contar en este libro es verdad, pero no diré toda la verdad. La verdad tiene
una frontera justo donde es posible hacerle daño al país”.
El que sí reveló un nombre fue el exjefe paramilitar y narcotraficante
Diego Fernando Murillo, alias ‘Don Berna’, quien en versión
libre ante fiscales de la Unidad Nacional de Justicia y Paz el 14 de
febrero de 2012 señaló a Pedro Juan Moreno Villa, exsecretario de Gobierno de Álvaro
Uribe en la gobernación de Antioquia, como uno de los integrantes del ‘Grupo de
Notables’ que asesoraba al comandante paramilitar Carlos Castaño.
‘Berna’ no quiso dar más nombres (aunque al menos destapó un primer
dedo) y corrigió la versión inicial: aclaró que el llamado ‘Grupo de los Seis’
realmente estaba conformado por doce personas, a las que el comandante Castaño
acudía con regularidad, y dijo además que sus integrantes eran “hombres al
nivel de la más alta sociedad colombiana. ¡La crema y nata!”.
Otro dato revelador es que el mismo Castaño afirmó en su libro que “yo
fui un consentido del Ejército, instruido por el Ejército, capacitado por el
Ejército, apoyado y hasta protegido”. Lo
que no tuvo en cuenta es que el pez muere por la boca, pues con tanta
declaración comprometedora que iba dando –sumado a que anunció su intención de
irse a EE UU a contar todo- se convirtió en un hombre que “sabía demasiado”, de
modo que en una conjunción de oscuros intereses que incluía a mafiosos y a “la
más alta sociedad colombiana”, tuvieron que ajusticiarlo para evitar que
siguiera ‘cantando’.
Es cierto que desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán se viene
hablando de la posible existencia de una mano negra, pero hay una diferencia
clara entre la que pudiera ser la de ese entonces y la actual. Antes se podría
hablar de una alianza tácita o fáctica entre integrantes ultraderechistas del
poder militar, el poder político y el poder económico, representado este último
en empresarios, industriales o ganaderos reacios a cualquier cambio que pudiera
afectar sus intereses. Pero a partir del surgimiento de paramilitarismo un
nuevo y poderoso elemento se le agregó a dicho triunvirato, como fue la
presencia –o utilización, más bien- de mafiosos para enfrentar a la subversión
de izquierda. Y digo de izquierda porque es inobjetable que cuando hablamos de
mano negra nos referimos a un grupo subversivo de ideología derechista, con
fuertes entronques en las instituciones supuestamente defensoras de la estabilidad
democrática.
En este contexto, el paramilitarismo no ha sido otra cosa que una
mafia antisubversiva financiada por el negocio de la cocaína, pero que siempre
contó con el apoyo del Estado a través de miles de ‘casos aislados’ de miembros
de las Fuerzas Militares, y se mantuvo oculto para guardar las apariencias,
pues hay circunstancias como las aquí descritas en que la verdad podría
tornarse subversiva.
Así las cosas, si quisiéramos desentrañar algún día para la historia de
Colombia dónde pudieran estar todos los dedos de esa mano negra que tanto daño
le ha hecho al país, se debería investigar cómo se dio (y se sigue dando, por
ejemplo a
través de los Urabeños, quienes se dan el lujo hasta de comprarle armas a oficiales
del Ejército) esa complicidad soterrada entre prestantes miembros del poder
político, el poder militar, el poder empresarial y el poder mafioso.
Una importante pista a seguir, en este caso en torno al dedo de la
mano negra ya revelado, sería tratar de dilucidar si el general Rito Alejo del
Río –otro hombre muy bien informado- estaba en lo cierto cuando afirmó que la caída
del helicóptero donde viajaba Pedro Juan Moreno no fue
accidental sino planeada, debido a que “había muchas presiones” para
callarlo. En otras palabras, porque también “sabía demasiado”.
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