La prevención que en torno a Enrique Peñalosa tienen el centro
mockusista (John Sudarsky, Ángela Robledo) y la izquierda Progresista (Antonio
Navarro, Petro, Avellaneda) es más que justificada, por un motivo básico: la
influencia que un personaje tan cuestionado, acusado y sospechoso de tanta cosa
rara como Álvaro Uribe Vélez pudiera llegar a ejercer sobre un gobierno suyo.
A Peñalosa se le ve en estos días tratando de infundir confianza al
respecto, y su anuncio de continuar el proceso de paz con los mismos
negociadores es punto que se le abona, pero no es suficiente mientras no
explique si es que considera a Uribe y a sus asociados inocentes de los
múltiples delitos que se les imputan. En tal sentido, Peñalosa debería aclarar
si cree que Uribe no tuvo culpa alguna en el genocidio de los mal llamados
‘falsos positivos’ (a cuyos autores sigue considerando héroes de la patria y
perseguidos por la Fiscalía); o si considera que las chuzadas a periodistas,
opositores y Corte Suprema ocurrieron a espaldas del entonces presidente; o si
fue por ingenuo que nombró a Jorge Noguera en el DAS y a Mauricio Santoyo como
su jefe de seguridad.
Sea como fuere, a Progresistas y mockusistas les convendría también
analizar la posible inconveniencia de darle tanto palo a Peñalosa, en
consideración a que por un lado contribuyen a empujarlo definitivamente a los
brazos de la poderosa derecha uribista, y por otro no se entiende que ante un
eventual triunfo suyo en la segunda vuelta, una parte importante de su propio
partido se margine de participar en su gobierno.
Habría que formularles entonces a las tres partes involucradas
(Navarro, Sudarsky, Peñalosa) un llamado al diálogo franco hacia la búsqueda de
puntos de entendimiento antes que de confrontación, con la plena seguridad de
que solo una Alianza Verde fuerte, donde confluyan sin empujones ni zancadillas
el verdadero centro y la izquierda, podría constituirse en la tercería
requerida para derrotar a las fuerzas de derecha representadas por igual en
Juan Manuel Santos, Óscar Iván Zuluaga o Martha Lucía Ramírez.
Al margen de las consideraciones anteriores, existe un motivo egoísta
por el cual el suscrito columnista quisiera ver a Enrique Peñalosa convertido
en el próximo presidente de Colombia, a saber:
Corría el año 2007, cuando en plena campaña electoral Samuel Moreno y
Peñalosa se disputaban el voto para remplazar a Lucho Garzón en la alcaldía de
Bogotá. Un aspecto bien llamativo de esta se vio en que los socios y vecinos
del Country Club –todos de estrato 6- apoyaron al candidato ‘izquierdista’ del
Polo Democrático, en instintiva defensa ante el anuncio que les hizo Peñalosa: “el
Country Club tiene que irse, porque el tema no es político sino
administrativo”. Esto se los dijo en una caótica reunión con residentes del
barrio La Carolina, donde los ánimos se exaltaron tanto que el hombre fue
sacado casi a empellones del recinto, en medio de insultos para él y vivas para
Samuel Moreno.
Para
entender la ‘piedra’ de ese escándalo hay que retroceder al año 2000, cuando
siendo alcalde Peñalosa inició el proceso de expropiación administrativa de la
cancha de polo, para la construcción de un pequeño parque público. Fue por ello
que siete años después los socios del club entraron en pánico al saber que
Peñalosa aspiraba a una segunda alcaldía, pues en caso de lograrla le daría
continuidad al Plan de Reordenamiento del Country Club que un juicioso Antanas
Mockus definió en 2003 y que comprendía en una segunda etapa la construcción de
un parque metropolitano similar al Simón Bolívar, mediante la expropiación
administrativa del 61 % de su superficie, con lo cual desaparecían los campos
de golf y se le daba continuación a la carrera 15 hasta la calle 134, mientras
que en una tercera etapa el 30 % restante del terreno sería entregado a los
socios para que desarrollaran proyectos urbanísticos de vivienda.
No
deja de ser estrambótica coincidencia que haya sido el candidato del Polo quien
apenas posesionado intentó devolverles la cancha de polo, aunque no pudo,
debido a que el Distrito ya había pagado el 50 por ciento del terreno y tomado
posesión legal del mismo. Lo que sí pudo hacer a cambio de esos encopetados
votos, fue detener la expropiación de casi todo el Country Club iniciada por
Peñalosa, perfeccionada por Mockus y llevada a buen puerto por Lucho Garzón, en
lo referente a la cancha de polo. Moreno sencillamente se desentendió del
asunto, de modo que los socios del Country pudieron seguir jugando golf
tranquilos en sus dos campos de 18 hoyos cada uno, hasta el día
presente.
Ahora
bien, ¿qué pasaría si el 15 de junio de 2014 Enrique Peñalosa fuera elegido
presidente de Colombia? Que los socios y vecinos del Country Club entrarían de
nuevo en pánico, porque sería previsible que en aplicación de sus políticas
“igualitarias” hiciera llave con el alcalde en funciones para revivir dicho
proyecto.
El
motivo egoísta del que hablé arriba alude a que la mayor parte de mi vida
adulta he residido en el barrio Cedritos, contiguo al Country Club, y nunca he
entendido por qué la carrera 15 se estrella contra la portería de dicho club
privado, taponando no solo el tráfico sino todo el desarrollo urbanístico del
sector. Pero es un egoísmo si se quiere altruista, pues se contrapone al
interés egoísta –ahí sí- de unos centenares de socios y vecinos, quienes
exclamarían ‘¡gas cuchifó!’ de solo pensar que tan vasta y exclusivísima
extensión de tierra pueda convertírseles un día en un parque de “olla y pola”,
como le dijeron a Peñalosa en la agitada reunión de marras.
El
problema con Peñalosa radica en la exagerada aunque comprensible prevención que
a la izquierda y al verdadero centro les genera su aparente cercanía con Uribe.
Ahora bien, aplicando una buena dosis de pragmatismo, habría que preguntarse si
a la Alianza Verde en su totalidad le convendría más la reelección de Juan
Manuel Santos.
A
no ser, claro está, que ante una hipotética segunda vuelta entre Santos y
Peñalosa estén pensando en inclinarse por el voto en blanco…
DE
REMATE: Para entender mejor cómo el Country Club contribuyó decididamente a
elegir a Samuel Moreno como alcalde de Bogotá, esta entrevista
de Julio Sánchez Cristo en La W quizá ayude a despejar dudas: http://bit.ly/1feLXf9.
2 comentarios:
El odio de Peñalosa a los clubes es que su familia fue expulsada de un club, cuando se destapó un episodio de corrupción de su papá, antes de que el pequeño Enrique entrara en la política.
No es de extrañar, entonces, que en el libro hagiográfico que le hizo Ángel Becassino, Peñalosa diga, textualmente, que le gustaría ver que los grupos terroristas van despojando a los accionistas de clubes de campo y que eso estaría bien.
¡Qué peligro un tipo así!
¿Dónde está lo de textualmente? Le agradecería que citara entre comillas lo que "textuamente" dijo Peñalosa.
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