La francota expresión que utilizó el presidente Álvaro Uribe Vélez en tierras de Santander (San Gil, abril 19 de 2010), cuando dijo que “esto no es esfuercito de caballo discapacitado”, habla no sólo de una posible ofensa proferida contra alguien a quien no identifica, sino del grado de preocupación en que se halla el comandante en jefe del uribismo ante lo que –Dios no lo quiera, dirían las señoras- parece una hecatombe anunciada, si nos fijamos por ejemplo en la última encuesta de CM& y el Centro Nacional de Consultoría, donde aparece que si la segunda vuelta fuera mañana entre Juan Manuel Santos y Antanas Mockus, este último obtendría un 50 por ciento de la votación, contra un 44 por ciento del candidato uribista.
¿Existe alguien en este país que no crea que con su desafortunada metáfora Uribe señaló –de manera subliminal, si se quiere- a Antanas Mockus? Si fuéramos psicólogos nos adentraríamos en el terreno de la interpretación analítica, para advertir que la intención semántica del mandatario pudo ser la de montar en el imaginario colectivo la idea del Parkinson como una discapacidad, de modo que quien la porta viene a ser algo así como un caballo discapacitado. Y la apreciación proviene nada menos que de un caballista, alguien que con solo verlo sabe distinguir un animal sano del que no lo es.
Esto de pordebajear con ruda sutileza es una apuesta audaz (amén de perversa), pero el tiro podría salirle por la culata, pues lo que se aprecia desde el otro lado de la moneda es a un presidente que por primera vez tiembla y se agita, como equino encabritado.
Tan sofisticado calambur lingüístico debe entenderse además como una provocación, pues Uribe se saltó a Santos –a quien con desespero intenta ayudar- para convertirse en su sparring, y llamó al cuadrilátero a su anónimo oponente para fajarse con él (ojo, no es una ella) porque quiere dejarlo tendido en la lona desde el primer asalto, antes de que ese contrincante tome nuevos aires y lo enfrente con golpes de creatividad y renovación, como en efecto viene ocurriendo. Sólo que ese él no recogió el guante, sino que le mandó a decir que “siento un profundo respeto por nuestro Presidente”.
Las razones de la tembladera son apenas comprensibles, pues Antanas Mockus no se cansa de hablar de ‘legalidad’, palabreja ésta que debe retumbarle a Uribe en sus oídos cual pesadilla recurrente, pues ha sido precisamente la legalidad lo que en más de una ocasión se ha saltado tanto para mantenerse en el poder (remember Yidispolítica) como para espiar a magistrados, periodistas y oponentes; favorecer a ricos hacendados con más dinero; meter mafiosos a Palacio para conspirar contra la Corte Suprema; aupar negociaciones (¿negociados?) de sus hijos con la complicidad de funcionarios complacientes; propiciar entre las filas del Ejército la comisión de más de 2.000 ejecuciones extrajudiciales –mal llamadas ‘falsos positivos’- mediante recompensas materiales por bajas contadas; extraditar a la cúpula paramilitar cuando comenzó a ‘cantar’; invadir a un país extranjero en busca de eliminar a su enemigo; usar emblemas de la Cruz Roja Internacional para obtener una victoria táctica; defender en público –y con métodos privados- a los oficiales acusados por el holocausto del Palacio de Justicia; utilizar a alias Tasmania para urdir un montaje contra el magistrado auxiliar a cargo de la parapolítica, Iván Velásquez; nombrar a Jorge Noguera en el DAS, a Salvador Arana en Chile y a Luis Camilo Osorio en México; invitar a los parapolíticos a que no dejaran de apoyarlo con sus votos antes de que se los llevaran para la cárcel; repartir notarías y dádivas entre el Congreso en función de la segunda tentativa de reelección, etc.
En el caso específico de las ‘chuzadas’ del Das, no se puede soslayar que el Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Jaime Arrubla, usó palabras mayores cuando habló de una “conspiración de Estado”, a raíz de la imputación de cargos que la Fiscalía General profirió no sólo contra los miembros del DAS implicados, sino contra los funcionarios de la mismísima Casa de Nariño que en diversas reuniones habrían recibido informes (¿para quién?).
Y todo esto le revienta a “nuestro Presidente” justo en la mitad de la campaña electoral, cuando el más opcionado para reemplazarlo en el cargo es un filósofo y matemático con cara de caballo que no deja de hablar de Legalidad Democrática. Así las cosas, ¿quién no estaría temblando? Ahora bien, se debe advertir que lo que tiembla no es una entidad física, sino toda la estantería uribista en su concepción de proyecto político de largo alcance (con doctrina incluida) al que concurren diversas fuerzas, desde las más prístinas hasta las más oscuras.
En este contexto, Antanas Mockus constituye un peligro real para la continuidad de dicho proyecto. ¿Osará el presidente Uribe –o alguien de su entorno- saltarse de nuevo la legalidad para tratar de detenerlo?
Amanecerá y veremos, como dijo el ciego…
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