Después de que por fin se desató el nudo gordiano que se había formado en torno a la cacareada reelección de Álvaro Uribe, los ojos están puestos ahora en el mano a mano electoral que libran Noemí Sanín y Andrés Felipe Arias, de importancia capital, pues lo que está en juego no es sólo la candidatura del partido Conservador a la Presidencia, sino –sin exagerar- el futuro mismo del proyecto uribista.
No es simple coincidencia que el mismo día que se hundió el referendo se conoció una declaración del mandatario al programa de Televisión Etcétera, de Teleantioquia, donde le lanzó un impúdico guiño al “Uribito” (así lo llamó), de quien dijo es “la versión mejorada” de él mismo. Y agregó: “ahí le dejo esa inquietud”.
Inquieto debió quedar Juan Manuel Santos, pues esto despeja cualquier incertidumbre en torno a dónde está el verdadero amor del Presidente, mientras que la relación con su ex ministro de Defensa se desenvuelve en términos de conveniencia mutua. Santos ya se le supo meter –casi a la brava- al rancho de la sucesión presidencial, y Noemí hizo lo propio (aunque con disfrazada ternura), pero es un hecho irrefutable que Uribe sólo podrá retirarse tranquilo a sus cuarteles de invierno si en su reemplazo queda Andrés Felipe Arias, el hijo dilecto en quien ha puesto todas sus complacencias, hecho a su imagen y semejanza.
Lo que está por verse entonces es hasta qué punto –o límite- se la jugará el Presidente por su pupilo, considerando el capital político que tendría que gastarse en promover a un ex colaborador suyo que viene de ser tan duramente cuestionado, y con investigaciones pendientes en su haber, para colmo de desdichas.
Si fuera sólo por la maquinaria conservadora, el ganador de la contienda sería Arias, porque Uribe tiene esos votos. No hace falta que Andrés Pastrana le advierta a Juan Manuel Santos que no se vaya a tomar el partido Conservador. Ese partido hace rato se lo tomó el Presidente, para ponerlo a marchar detrás de él. Los votos que están en juego no son pues los de las filas godas, sino los de la opinión pública, porque la consulta coincidirá con las elecciones parlamentarias del 14 de marzo, y esto en apariencia favorece a Noemí.
Ahora bien, ¿qué tanto pesará en la balanza el poseer la certeza de que un gobierno de Arias sería lo mismo que uno (otro) de Uribe, sólo que en cuerpo ajeno? ¿Hacia qué lado se inclinarán los electores, en un momento en el que ciudadanos de todas las vertientes políticas podrán meter baza, pero en el que Uribe necesita seguir al mando, así sea en cuerpo ajeno? ¿Qué pasaría si por ejemplo invita abiertamente a votar por Arias, como ya lo hizo a favor de Enrique Peñalosa por la Alcaldía de Bogotá (en intento fallido)? Vistas las cosas desde esta perspectiva, diríase que el único plan B que a Uribe le queda se llama Andrés Felipe Arias.
El proyecto de Noemí es en apariencia uribista, pero es ante todo su propio proyecto, y si saliera triunfadora no tendría por qué incorporar –o mantener- en él al ejército de áulicos que necesitaba una segunda reelección de su jefe para no quedar en la calle. El proyecto de Juan Manuel Santos es también su propio proyecto político, que en alguna ocasión definió como La Tercera Vía y que viene concibiendo desde que tiene uso de razón. El proyecto de Andrés Felipe Arias, en cambio, es el mismo proyecto sin mácula de su mentor, y por ello se da el lujo de aparecer en vallas como “el del Presidente”, sin que éste lo desmienta.
Para el presidente Uribe fue una triste y dolorosa noticia que la Corte Constitucional no le hubiera dado permiso de seguir en la brega, pero más dolorosa será si Noemí Sanín gana la candidatura, pues ello le significaría perder el partido Conservador para sus planes de largo aliento. Ante un horizonte tan contrario a sus intereses, estaría obligado a jugársela a fondo con su ex ministro de Defensa, a sabiendas de que no es la mata de la lealtad y de que su coalición se presentaría a la primera vuelta dividida en tres pedazos: Santos, Sanín y Vargas Lleras. Lo cual, muy seguramente, forzaría la elección a una azarosa segunda vuelta.
Es éste el escenario electoral que Álvaro Uribe quiere evitar, porque es precisamente el que pone en peligro la continuidad de su proyecto original. ¿Qué podría hacer para reacomodar las fichas?
Eso es lo que aún no sabemos. Pero que algo hará, pónganle la firma…
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