sábado, 31 de enero de 2009

La trastienda de Transmilenio


Con todo el respeto que inspira la opción política que representa Samuel Moreno Rojas y el partido que lo acompaña, la reciente medida del Pico y Placa para los bogotanos, extendida a todo el día dos veces a la semana, terminará por darles la razón a los que creían que el camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones. El primero que lo dijo fue Lutero (no Dante, como podría pensarse), pero igual podrían pensarlo hoy las víctimas del recorte a su libertad para desplazarse, y cuyas protestas y consecuencias estarán al orden del día por tratarse de una medida no sólo impopular –sumado a que ningún gremio la respalda- sino inadecuada.

http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/la-trastienda-de-transmilenio_4782506-1

El asunto podría servir de tema para agudos caricaturistas, pues encierra una doble paradoja: si a Enrique Peñalosa lo señalaban como el enemigo público número uno del carro particular –por lo de los bolardos y los andenes despejados-, Moreno le arrebata este sitial al ex alcalde con su reciente movida en torno al Pico y Placa, que además lo enfrenta a la odiosa tarea de vigilar que los conductores no compren más carros, para que así no le fabriquen la trampa a la medida. (Imagínense: ilegal hacer compras…)

Es inocultable que la gente que basa en el vehículo particular su subsistencia o su constante movilidad, estará tentada a comprar otro o a adquirir una moto de diferente dígito en la placa, para así evitarse las molestias en un desplazamiento diario que no quiere interrumpir, pues afectaría su economía o, por qué no, hasta el libre desarrollo de su personalidad. La conclusión más lógica –en medio de tanta ilógica- es que aumentará el parque automotor, o sea lo que precisamente se pretende evitar con la aplicación de tan draconiana norma. Y no sólo habrá más carros, sino también más motos.

Doble paradoja, sí, porque la solución más a la mano en términos de movilidad podría brindarla precisamente Transmilenio, la obra insignia del ex alcalde Peñalosa que tanto criticó Moreno durante su campaña. Es una verdad de Perogrullo que hay un alarmante exceso de vehículos en las calles, y que por tanto se debe desestimular su uso, y con esa finalidad comenzó a operar Transmilenio. Y nadie se negaría a dejar el carro en casa si supiera que puede levantarse sin prisa y ahorrar gasolina, porque en la estación (así esté algo lejana) lo espera un bus que sin peligrosos tumultos lo trasladará de modo rápido, relativamente cómodo y seguro. Pero la realidad es otra, específicamente desde la alcaldía de Lucho Garzón, cuando el prestigio de Transmilenio se vino a pique en parte por las losas quebradas y en parte por una deficiente Gerencia, que trastocó las aspiraciones de su creador a una segunda alcaldía y allanó el camino para el nieto del general Rojas Pinilla, montado sobre el caballito del Metro para todos.

Triple paradoja si se quiere, pues la mejor gerencia de Transmilenio la ejerció –y lo dice un asiduo usuario- quien desde hace unos días se desempeña como Secretario de la Movilidad, Fernando Álvarez. Lo cual podría resultar benéfico, pues sabe a qué nos referimos si le hablamos de incrementar hasta el tope el número de frecuencias y extender las rutas de los alimentadores a nuevos sectores, y traer buses de donde no los tengan y adelantar una ‘agresiva’ campaña de promoción (de su uso), de modo que rescate su lado amable y eficiente, para bien de tirios y troyanos. Es obvio que ello obligaría a los dueños de los buses de Transmilenio a reducir su rentabilidad financiera, consistente en que a más pasajeros apiñados y menos buses circulando, mayores ganancias. ¿Estaría acaso el Distrito dispuesto a subsidiar esa diferencia, en aras de garantizar una mejor movilidad?

Una cuarta paradoja radica en que los embotellamientos que hoy se presentan están ligados a la ejecución de la Fase III de Transmilenio, sobre la calle 26 y la carrera 10º, mientras muchos pragmáticos se preguntan si lo ideal no habría sido –ya entrados en gastos- empatar esta última con la carrera Séptima en lo que sería una previsible fase IV, en lugar de esperar un eventual Metro que (en caso de concretarse) obligaría al usuario de Transmilenio que va por la 10º a bajarse de éste y caminar en busca del vagón del Metro para continuar su camino hacia el norte, en fin…

A riesgo de equivocarnos, pues, diríamos que si no se ha acudido más a Transmilenio como solución a la crisis de movilidad no es porque resulte un recurso inútil, sino porque parecería políticamente incorrecto invocar su ayuda, en un momento en que se da por descontado que se trata de un medio de transporte con mediocre imagen, por peligroso y por congestionado. ¿Por qué no mejorarlo entonces en grado sumo, en lugar de mantenerlo en la trastienda?

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