Se ha sabido de buena fuente que varios dirigentes del liberalismo le han sugerido al expresidente Cesar Gaviria considerar una alianza del liberalismo con el Pacto Histórico para la elección presidencial de 2022.
Si el director del Partido
Liberal acepta, se daría por garantizado el triunfo de Gustavo Petro en la primera
vuelta. Pero no es fácil que ocurra, porque Gaviria pertenece al
Establecimiento; forma parte de un engranaje de poder donde su liderazgo está
ligado a la defensa de intereses económicos y políticos contrarios a lo que
haría Petro en caso de conquistar la presidencia. En este contexto, Gaviria
tiene que estar sopesando a quiénes traiciona -y de qué modo podrían afectarlo-
en caso de que se subiera al tren del Pacto Histórico.
En todo caso, las elecciones
legislativas del 13 de marzo podrían abrir el camino a una confluencia
programática entre el Partido Liberal y el progresismo. Y sería lo deseable.
Todo depende de la decisión que tome el jefe máximo del liberalismo frente a la
invitación pública (algo osada, incluso) que le formuló Gustavo Bolívar, el
segundo a bordo del petrismo, para que el liberalismo en pleno se sume al Pacto
Histórico. (Ver
invitación). Urge una confluencia programática, tan solo se requiere
voluntad política de las partes.
Lo positivo de todo esto es que sin
duda va a haber una renovación del Congreso, y la bancada más numerosa pasará a
ser la del petrismo, que incluiría en coalición -y en activa colaboración- a fichas
claves dentro de Alianza Verde como Inti Asprilla, León Freddy Muñoz o
Katherine Miranda.
Si hemos de creerle a Héctor
Riveros en La Silla Vacía (Así
será el próximo Congreso), los sectores que conforman el Pacto
Histórico pasarán de tener el 6% de representación a, al menos, el 20%”. (Así
las cosas) “ese sector tendría unos 22 senadores y 25 representantes. Colombia
podría tener por primera vez en toda su historia un Senado con mayoría absoluta
conformada por sectores de centro izquierda”.
Ahora bien, para lograr un
triunfo más contundente, que permita el saneamiento de la democracia y una
lucha verdaderamente eficaz contra la corrupción, se requiere la incorporación
del liberalismo a la misma causa renovadora.
Tiene razón Gustavo Bolívar en
que, sin los liberales, difícilmente Petro gana la Presidencia. Si queremos las
cuentas claras y el chocolate espeso, la incorporación del Partido Liberal al
Pacto Histórico sería un golpe de opinión demoledor que los pondría -a ellos y
a Petro- a las puertas de la Presidencia de Colombia.
A la fecha el Pacto Histórico no
cuenta con la fuerza social o electoral suficiente para imponerse en primera
vuelta, y el peligro latente es que gracias a la pelotera interna y la pobreza
conceptual que muestra la “Colisión de la desesperanza” (¡qué vergüenza!),
seguramente el segundo en la primera vuelta -y fuerte rival en la segunda- sería
el candidato de la derecha.
Y ahí sí, que Dios nos coja
confesados. Supongamos que en una eventual segunda vuelta entre Petro y el
candidato de la derecha, gana Petro. ¿Qué pasaría? Que los que quedaron de
segundos, así no hayan obtenido una fuerza decisoria en el Congreso, harían
ingobernable su mandato, acudiendo de nuevo a la consigna laureanista de “hacer
invivible la Republica”. Serían otros cuatro años de pesadilla. (Ver
columna).
Siempre tuve la ilusión de una
segunda vuelta entre la izquierda representada en Petro y el centro,
preferiblemente encabezado por Alejandro Gaviria. Era un gusto personal -hay
que decirlo en pretérito- producto de mi admiración por el académico y
escritor, más que por el político, porque es pésimo político. Pero la Coalición
Centro Esperanza se convirtió en una montonera babosa donde priman más los
intereses egoístas de los precandidatos (verbi gratia un Nuevo Liberalismo con
lista propia) que los propósitos altruistas por la construcción de un mejor
país, y donde la intrusión de Íngrid Betancourt en ese ruedo pareció obedecer
al propósito de despedazar cualquier asomo de unidad, darle estocada de muerte
al Alejandro Gaviria que comenzaba a crecer en las encuestas y abrir toldo
aparte. Íngrid fue fríamente manipuladora, dañina y sinuosa, con su carita de
yo no fui.
El peligro, repito, es que en un
escenario de segunda vuelta donde los enfrentados fueran Petro y el candidato uribista,
revivirían el “miedo al socialismo” (ya montaron campaña para sacar de nuevo a
la gente a votar “verraca”, según mostró
W Radio) y se fortalecería como opción dañina el voto en blanco. Esto si de
nuevo fuera Fajardo el tercero en la contienda, pues volvería a jugar a favor
del candidato derechista. Fajardo detesta a Petro, es evidente, y en tal medida
prefiere volver a hacerle daño al país (como cuando se fue a ver ballenas) que
permitir que este sea el próximo presidente.
Pero hay un escenario aún no
contemplado: ¿qué les hace pensar a la izquierda y al centro político que los
corruptos no pueden poner presidente? Si a partir de 2002 el ethos
mafioso invadió todas las esferas, ¿por qué sujetos con nombres en diminutivo
como Fico Gutiérrez o Álex Char no pueden conquistar la presidencia, con unas
mayorías traquetizadas que los respalden y ríos de dinero para ‘coronar’ la
vuelta?
En un país donde la trampa del
bribón o la astucia del bandido (para fabricar falsos testigos, por ejemplo) se
han entronizado como méritos y les va mejor a los ‘aboganster’ que a los
abogados honestos, es muy difícil no recurrir al ‘todo vale’ para conquistar la
presidencia. Lo digo por el Pacto Histórico y una eventual alianza con el liberalismo,
para abrirse juntos las compuertas del poder. Se necesita esa alianza, y lo
importante está en cómo se desempeñe el ganador en su condición de presidente
de la República. De algún modo, así se considere políticamente incorrecto, hay
momentos en que el fin justifica los medios.
Por todo lo anterior, el título
de esta columna es parodia de una frase que utilizaba con frecuencia el lúcido columnista
Lucas Caballero Calderón (tío de Antonio), cuando le hacía alguna propuesta
insolente al entonces presidente liberal López Michelsen: “Alfonso, di que sí…”.
Para el caso que hoy nos ocupa:
César, di que sí…
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