Esta columna se inspira en unas décimas del abogado e historiador santandereano Gerardo Martínez para El Unicornio, que sintetizan en lúcida expresión poética lo ocurrido el 20 de julio durante la instalación del Congreso de la República:
"El grupo de los decentes
quería elección de almíbar,
pero les dieron acíbar;
y el día de la Independencia,
en terrible coincidencia
derrotaron a Bolívar".
(Ver décimas).
Este Bolívar
no es Simón sino Gustavo, y acíbar amargo fue la “jugadita” que urdieron en perversa
manguala el Centro Democrático y Alianza Verde, encabezada por Angélica Lizano,
para arrebatarle la segunda vicepresidencia del Senado. No lo digo yo, lo dice Katherine
Miranda, miembro de esa agrupación: “mi partido le quitó la vicepresidencia a
Gustavo Bolívar de una manera muy baja. Es un daño enorme no solo a la
oposición sino a la política en general”. (Ver
noticia).
Ya no en
terrible sino en feliz coincidencia, la rima del decimero trajo a mi mente las
disputas que por los días de la Independencia libraban los criollos en variadas
tendencias, unos centralistas y otros federalistas, unos realistas y otros
“patriotas” que luchaban a brazo partido para librarse de la tiranía del rey
Fernando VII, quizás el más torpe y déspota de los monarcas que tuvo la Corona.
Si
extrapolamos el escenario político de entonces al decorado que presentaba nuestra
república durante la “celebración” de la Independencia del pasado martes
negro 20 de julio, cuando por primera vez en la historia de Colombia se
impidió la entrada de la prensa al Capitolio e Iván Duque afirmó con cinismo
que vivimos “una democracia robusta”, encontraríamos aspectos que sirven de
insumo a un posible parangón.
En un terreno
donde la realidad compite con la fantasía, los realistas de hoy serían los
uribistas que defienden a su regente, Álvaro Uribe Vélez, mientras que Duque representaría
al sanguinario capitán Pablo Morillo (hombre estricto y religioso, como
Alejandro Ordóñez) enviado por el rey Fernando a recuperar el terreno perdido ante
las huestes de Bolívar y restablecer el virreinato. Si de reconquista se ha de
hablar para el caso actual, ¿no fue esto lo que logró Uribe al derrotar en dos
batalles decisivas a su exaliado traidor Juan Manuel Santos, primero en el
plebiscito de 2016 y dos años después en la elección presidencial?
En referencia
a los criollos de antes, durante la primera Junta de Caracas (que logró una
incipiente independencia para Venezuela) se evidenciaban marcadas diferencias,
unos partidarios de actuar sin contemplaciones contra el poderío español -como
Simón Bolívar-, otros temerosos de romper con la corona y partidarios de tender
lazos, hasta los que solo buscaban pescar en río revuelto, como el mercenario
general Francisco de Miranda, que terminó negociando con los españoles. Y sea
la ocasión para ubicar aquí a Néstor H. Martínez como el Miranda de Santos,
pues este lo hizo elegir fiscal pero terminó entregado a la causa del “rey”
Uribe, archienemigo de su extutor político.
En referencia
a los ‘criollos’ actuales, ahí tendrían cabida tanto el centro político
representado por el tibio Sergio Fajardo y su variopinta Coalición de la
Esperanza, como la izquierda que encabeza Gustavo Petro. Unos y otros (¿tirios
y troyanos?) están supuestamente interesados en derrotar al regente Uribe, pero
viven agarrados en luchas fratricidas que impiden lograr la anhelada unión, esa
sin la cual se convierte en utopía la tarea de conquistar la independencia de
la tiranía uribista.
Como parte del
parangón histórico, me atrevo a pensar que los combates que desde el Congreso y
sus redes sociales ha librado Gustavo Bolívar en defensa suya contra las
huestes uribistas, lo convierten en “el hombre de las dificultades” y le dan el
palmarés para ubicarlo en un nivel similar al de Simón Bolívar. El modo en que
la bancada del Centro Democrático (o sea la corte del ‘rey’ Uribe) ha tratado
de enlodar su prestigio, mientras es víctima de “puñaladas traperas” desde el
lado de quienes debían ser sus aliados (léase Alianza Verde), tan solo ha
logrado un efecto contrario, pues lo han crecido hasta un punto en que hoy
dispone de un capital político que podría servirle para aspirar a más altos
menesteres.
En este
contexto puramente imaginativo, vislumbro un escenario donde Bolívar (Gustavo) pudiera
jugar un papel protagónico mayor, digamos como lugarteniente del “libertador”
Gustavo Petro, enfocado al objetivo supremo de obtener la Presidencia de la
República para los “rebeldes criollos” mediante una amplia coalición, tan
amplia que logre incorporar incluso al sector que lo agravió con la zancadilla electoral
del martes
20 de Julio en el recinto del Senado.
Se trata
entonces de proponer o sugerir que Bolívar participe de manera más activa en la
tarea de aglutinar voluntades, teniendo como meta llegar unidos el centro y la
izquierda a la primera vuelta, algo que él mismo ha planteado como condición sine
qua non para obtener el triunfo final.
Gustavo Bolívar
no tiene afanes caudillistas y posee amplia capacidad de convocatoria de
sectores afines, hacia la anhelada unidad de todas las fuerzas ‘criollas’ independentistas.
Post
Scriptum: Según Piedad Córdoba, es cuando menos curiosa la cercanía del
reclutador de mercenarios y presunto autor intelectual del asesinato del presidente
de Haití, Antonio Intriago, con Iván Duque y el uribismo. (Ver trino).
Si a esto se le suma su sospechosa amistad con el ‘Ñeñe’ Hernández y la reciente
elección de Jennifer Arias, lobista de pilotos llaneros de la mafia, como
presidenta de la Cámara baja, tendría razón Joaquín Robles cuando dice que “Cómo
vamos a acabar con el narcotráfico si los que manejan el Estado son los dueños
del negocio”. (Ver trino).
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