No pertenezco a
los ‘creyentes’ en esos productos que de la noche a la mañana comienzan a ser
vendidos como panacea para diversos males, tipo Noni hace una década y Moringa
en esta pandemia, pero quiero contar mi experiencia en torno a algo que empecé
a consumir hace unos meses y cuyos aparentes efectos hoy me tienen escribiendo
esto.
Una persona de
toda mi confianza, esteticista ella, me ofreció el nopal como algo que podría
ser útil a mi digestión, por la fibra que contiene y porque regulariza los
niveles del azúcar, y además sirve para aliviar ya no recuerdo qué otras cosas
de esas que se le van deteriorando a uno con el paso de los años.
Antes de darle
el sí, quise consultar en esa biblioteca de Babel llamada Google. Y encontré
que del nopal se dicen maravillas, y que su uso está arraigado en México desde
los tiempos en que era consumido crudo por los guerreros aztecas. Y no alargo
el tema de los beneficios para que esto no parezca promoción de televentas.
Después de darle
el sí, recibí tres pequeñas bolsas de nopal cortado en finos trozos, cada una
de las cuales debía alcanzarme para tres dosis o porciones. Debía tomarlo como
jugo en ayunas, después de licuarlo en un vaso de agua y de pasar lo licuado
por un colador. La primera vez el sabor amargo me hizo pensar que desistiría de
la idea, pero luego de consultar a la proveedora y de sugerirme que le agregara
el jugo de un limón y dos cucharadas de miel, me gustó el sabor final. Estimulante
al paladar.
Y lo seguí
consumiendo, y acabé las tres bolsitas y pedí tres más, y la muy sagaz proveedora
del nopal ya no me trajo tres sino cuatro bolsas por el mismo precio.
Y comencé a
sentirme mejor, pero no por cuenta de una digestión más fluida o niveles
estables del colesterol, no. Sino en lo mental.
En mi muro de
Facebook tengo como avatar Señor, dame lucidez que del resto me encargo
yo. Pues bien, unas tres o cuatro semanas después de tomar
juiciosamente todas las mañanas el jugo de nopal en ayunas con limón y miel, lo
que en un principio percibía como lucidez mental fue pasando a una categoría
que he dado en llamar “euforia intelectual”.
Me despierto,
preparo café tostado en cafetera italiana, voy a la nevera, saco bolsa de
nopal, vierto una manotada en la licuadora, etc. Me tomo eso, luego la primera
taza de café. A continuación, un desayuno frugal con granola dietética, rodajas
de banano (o manzana y/o pera) esparcidas sobre la leche -bajísima en grasa- y
esparcidas grageas de chocolate al
70 por ciento de cacao. Luego del desayuno me pongo a trabajar, y estamos en el
punto al que quería llegar.
El trabajo del
suscrito columnista es el de escritor, una actividad meramente intelectual, de
pensar, excepto cuando salgo a la terraza de mi casa a fotografiar nubes que
cuelgo en este muro o deposito en la carpeta de la Nuboteca.
Empezar a
escribir cada nuevo día no es fácil y se relaciona con eso que Gabriel García
Márquez llamaba el pánico a la hoja en blanco, más si te encuentras sin tema o
si sientes como que te agarras a puños y patadas con las palabras porque la
idea que tenías no cuaja.
Pues, ténganse
de atrás: desde que comencé a consumir nopal en ayunas todas las mañanas he
sentido en mi cerebro un cambio diferente en la percepción de la realidad, que
se expresa básicamente en lucidez mental y deseo genuino de estar creando,
escribiendo, inventando, fabulando o informando, pero siempre produciendo.
Tengo bajo mi
responsabilidad la dirección del portal El Unicornio, así llamado en
evocación histórica del día en que desde Silicon Valley el subpresidente Iván
Duque dijo que Colombia se convertiría en “un unicornio tecnológico”. Esto
demanda un gasto permanente de energía cerebral en la revisión, edición y
titulación de una buena cantidad de textos, sumado a la redacción de otros,
como mi columna de El Espectador.
Pero ocurre que
esa inmensa cantidad de trabajo, en lugar de producirme agobio o estrés, se
presenta de un tiempo para acá como algo muy entretenido.
Lo llamé
euforia intelectual, porque es así como lo siento. No se presenta ninguna
alucinación y sus efectos son muy diferentes a los de la marihuana, que según dicen
produce modorra, mientras que el nopal pareciera más bien incitar a la acción,
a concentrarse sin descanso en un trabajo cuya materia prima es pensar y en
todo momento se hace con gusto. Según El Clarín de Argentina citando una
investigación del Tecnológico de Monterrey (México), el nopal “protege las
células del cerebro frente a los radicales libres”. Debe ser por eso. (Ver
artículo).
En días
recientes entrevistamos en ElUnicornio.co a quien considero el decano
del periodismo en Colombia, Daniel Samper Pizano (amigo mío, juzgo ético
decirlo), y apenas me vio exclamó con su habitual sinceridad: “Lo veo muy bien,
parece que le está sentando el confinamiento”. Quise responderle que quizá no
era el confinamiento sino el nopal, pero no era la ocasión.
Sea como fuere,
lo del nopal como generador de una frenética actividad intelectual no es algo
traído de las hilachas, incluso se le podría atribuir a las mismas cualidades
mágicas de la raíz del peyote, una planta mexicana de la misma familia del
cactus y el nopal.
Si no me creen,
les invito a remitirse al antropólogo Carlos Castaneda en sus libros Las
enseñanzas de don Juan y Viaje a Ixtlán, donde habla de las
experiencias “iluminadoras” que tuvo con el peyote en compañía de un viejo
indio de la etnia yaqui, profundo conocedor de las propiedades de las plantas y
hongos de la región.
Y con esto les
dije todo.
Post Scriptum:
¿Acaso el Ejército tiene la orden de no hacer nada contra las bandas que
asesinan a líderes sociales y desmovilizados de las Farc... o es que actúan en
complicidad con ellas, o sus tropas tienen la moral tan baja que son incapaces
de combatirlas? Solo pregunto.
1 comentario:
Muy bueno. Podrías pasarme el contacto de la señora que te los vendió. Gracias
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