“Ella entró con el jefe
confiada (sic). La puerta se cerró. El jefe se sentó y se recostó en la
cabecera de la cama, con las piernas abiertas. Aunque tenía ropa, se notaba
claramente el asunto. Ella seguía de pie, frente a la cama. El jefe empezó a
decirle estupideces, la verdad de por qué estaban solos. “No, jefe, cómo se le
ocurre”. Él insistió. Se paró. Empezó a tocarle las manos. Él la miraba como un
depravado y respiraba fuerte”.
“Una mujer joven termina su
jornada laboral, llega a su hotel, se baña y se arregla para salir a cenar con
una pareja de amigos. Alguien golpea en su habitación. Ella mira por el rabillo
de la puerta, es su jefe. Abre, “Él” la empuja. Con el dedo índice derecho le
ordena que haga silencio. Ella, que siempre tiene fuerza, la pierde, aprieta
los dientes y le dice que va a gritar. “Él” le responde que sabe que no lo
hará. La viola”.
El primer párrafo entrecomillado
corresponde a la columna de Vicky Dávila del domingo pasado, donde denuncia algo
que “le ocurrió a una de las mujeres más relevantes y conocidas en Colombia.
Todavía lo cuenta y se le enfrían las manos”. El segundo párrafo corresponde a
una columna de la también periodista Claudia Morales, publicada en El
Espectador el 19 de enero de 2018, donde denunció haber sido violada por un
jefe suyo. (Ver columna).
Llama la atención la
coincidencia en el estilo “literario” de ambos párrafos (como si Vicky hubiera
copiado el de Claudia), y la diferencia básica reside en que el primero se
refiere a un jefe acosador, mientras el segundo es un violador. Y es cuando
llegamos a la pregunta del millón: ¿quién es quién en cada caso?
En el primer caso no
conocemos a la víctima ni al victimario, aunque es de suponer que doña Vicky
sí, por boca de la subalterna agraviada. En el segundo caso la víctima no quiso
identificar al presunto violador, pero muchos optaron por creer que se trata de
Álvaro Uribe, quizá porque en entrevista con Blu Radio Morales dijo que
“quien me violó, ustedes lo ven y lo oyen todos los días”. Y agregó: “me da
temor denunciarlo porque esa persona es capaz de muchas cosas, porque la vida
que esa persona ha tenido demuestra que nada de lo que ocurra a su alrededor le
puede hacer daño. Tiene todo el poder para salirse con la suya, y yo sí creo
que puede hacer mucho daño”. (Ver entrevista).
Hasta donde se sabe, ninguno
de los otros jefes que Claudia ha tenido en su vida laboral reúne tales
características. Aquí van en orden cronológico, para que ustedes juzguen: Juan
Carlos y Andrés Pastrana, (Álvaro Uribe), Felipe López, Yamid Amat, Juan
Gossaín, Julio Sánchez Cristo, Hernán Peláez, Gustavo Gómez Córdoba.
No se trata aquí de
revolcar la herida por un suceso doloroso al que en defensa de su propio
silencio la misma agraviada no se ha vuelto a referir, pero se trata de algo
imposible de ignorar cuando Vicky Dávila dedica su última columna en Semana
a denunciar a un anónimo “jefe acosador”, mientras omite adrede el protuberante
caso que involucra al protagonista de una columna suya anterior y titulada El plan contra Uribe.
Es obvio que se trata de
dos jefes agresores diferentes, pero ahí no radica el meollo del “asunto”, sino
en la diferencia entre una erección palpable (la del jefe de la amiga de Vicky)
y una penetración inevitable, ya sabemos de quién contra quién.
Lo asombroso, lo
escandaloso, lo verdaderamente aberrante es que mientras Vicky Dávila pretende
desatar con su última columna una especie de “cacería de brujos” contra
cualquier jefe que haya siquiera intentado un roce de manos con seno o con cola
femenina, sobre el principal y diríase único sospechoso por el abuso cometido
contra su colega, doña Vicky dice reconocer “sus errores, pero también todo lo
bueno que ha hecho por este país”.
La cacería de brujos
consiste en que en la columna citada ella decide remplazar a la Fiscalía en el
juzgamiento de delitos sexuales o conductas impropias, y lanza este edicto
público: “Hoy quiero pedirle que si usted ha sido víctima de su jefe me escriba
a este correo (…) espero su denuncia. Libérese. El culpable es ese jefe, no
usted. Él no merece que su nombre siga limpio. Absoluta reserva. Yo me
comunicaré con usted en privado”.
Doña Vicky está en su
derecho de montar lo que en términos de audiencia sería un exitosísimo paredón
mediático contra reales y supuestos abusadores, todos en la misma colada,
quizás en reminiscencia (¿o plagio?) del también exitoso programa Caso Cerrado de la doctora Ana María Polo en Telemundo,
donde cuenta casos como el de la mujer que confesó haber acusado a su padre de
haberla violado y “por ello cumplió años en prisión, pero todo fue una mentira
para librarse del él”.
Allá la responsabilidad -o
irresponsabilidad- que les cabrán desde lo legal tanto a Semana TV como
a su protagonista estrella (digamos que parece una columna libreteada por mano
ajena) pero, si quiere emprender un proyecto tan cuestionable desde lo
periodístico, yéndonos tan solo al terreno de la ética sería conveniente que
antes de emitir su primer capítulo se pronunciara en torno al “abultado” tema
que por señalar al jefe acosador prefirió omitir, el del jefe violador:
¿A quién cree Vicky Dávila
que aludía Claudia Morales en la columna ya citada? ¿Considera que su admirado Álvaro
Uribe desde ningún punto de vista puede ser catalogado como el principal
sospechoso de haber violado a una subalterna suya en la habitación de un hotel, en la que luego de irrumpir le hizo a su víctima la señal
de ordenar silencio poniendo
el dedo índice derecho sobre su boca? Mejor dicho, ¿cree Vicky Dávila que la
acusación de violador que cada cierto tiempo revienta, forma también parte del
fementido “plan contra Uribe” para dañar su prestigio? Y que conste, por si las
moscas: no pretendo acusar a nadie, menos a Uribe; son simples preguntas sueltas.
DE REMATE: Tiene razón doña
Vicky en que “hoy Uribe es inocente de todo lo que lo acusan, hablando en
estricto derecho”. Pero omite contar que a su vez es sujeto sub judice,
pues carga a cuestas con dos investigaciones que le abrió la Corte Suprema de
Justicia, y por una de ellas fue llamado a indagatoria. ¿Por qué? Porque
-también aquí- es sospechoso de los delitos por los cuales se le investiga.
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