Hubiera querido dedicar esto
a otro tema, pero una extensa carta presentada como “derecho de petición” (que no lo es) al director de El Espectador
por parte de Jonathan Stivel Vásquez Gómez, donde se refiere a mi columna
titulada En Barrancabermeja un joven le vendió el alma al diablo (ver columna), me obliga a responderle. Obligación no como
imperativo legal sino para poner las cosas en su sitio, puesto que se trata de
un claro intento de censura, que no prosperó.
Comencemos por decir que de
los 1.122 municipios regados por la geografía nacional, nací en uno cuyas
condiciones de vida siempre han sido extremas, en parte por sus altas
temperaturas y en parte por los conflictos entre ‘extremos’ que se han hecho
sentir desde su fundación, hace cien años. Barrancabermeja no es tierra fácil,
pero se deja querer, sobre todo si allí trascurrió una infancia mágica que luego
yo vería reflejada -guardadas las proporciones- en ese Macondo de Cien años
de soledad con sus personajes marcados por la reciedumbre y sus “casas de
barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se
precipitaban por un lecho de piedras pulidas y enormes como huevos
prehistóricos”.
Esto para aclarar que
escribo sobre mi ciudad natal porque la llevo en la sangre, no soy un foráneo
que apareció de la nada como un “alfil pagado por los corruptos”, según dijo el
aludido en una entrevista para Enlace TV, donde se defendió atacando y no brindó las explicaciones requeridas (Ver entrevista desde minuto 15). Los que sí llegaron de lejos fueron aquellos
a quienes les vendió su alma, el clan Gnecco de corrupta recordación, y la
venta quedó “escriturada” en un artículo de La Silla Vacía que informó sobre un
evento -con profusión de fotos- en el que Vásquez selló su alianza con “el
senador de La U José Alfredo Gnecco, alfil del controvertido clan Gnecco en el
Cesar”. Según su autora, Jineth Prieto, “la unión tomó por sorpresa a buena
parte de la Barranca política, porque (…) hasta ahora el senador y el
excandidato estaban en orillas políticas diferentes”. (Ver artículo).
Es irrefutable además que la
tal “bloquera solidaria” no fue idea suya, sino de los mismos Gnecco, quienes a
su vez la tomaron -para hacer política en el Cesar- de la empresa Cemex,
consistente en que por cada ladrillo que le regalan a una familia necesitada de
construir casa, la ponen a fabricar una cantidad igual para que la empresa la venda.
Ello le permitió a Jonathan Vásquez cogerles ventaja a los demás competidores,
pues comenzó a hacer campaña mucho antes de lo permitido, bajo el ropaje de un
proyecto “cívico”. ¿O acaso esto no es publicidad política, con el pretexto de
una recolección de firmas, pese a que busca el aval del Partido de la U?: Ver foto. Fue a esas “vallas” a las que hice referencia en
mi columna, ubicadas en puntos estratégicos de la ciudad, y por ello fue objeto
de denuncia ante el Consejo Nacional Electoral (CNE): por haber violado la ley
que establece plazos y cronogramas fijos para hacer campaña política. (Ver denuncia).
Volviendo al “derecho de
petición” arriba citado, mientras yo dije que hoy es aliado del destituido
alcalde Darío Echeverri, Vásquez asegura que “he luchado incansablemente por
combatir el flagelo de la corrupción impuesto por el gobierno de Echeverry
Serrano”, y que “jamás he sostenido reuniones con este personaje tan
cuestionable”. Es plausible que lo haya dicho en la carta de seis páginas que
dirigió a El Espectador, pero igual es llamativo que no se haya distanciado públicamente
con la misma contundencia en las declaraciones que dio luego de la publicación
de mi columna, al igual que tampoco lo hizo con los Gnecco (desmarcarse),
porque sabe que no lo puede hacer.
No sobra citar entonces un
aparte de la respuesta que le dio don Fidel Cano a la exigencia de
“retractación” solicitada por Vásquez Gómez: “La opinión del señor Jorge Gómez
Pinilla, así como la de cualquiera de los columnistas de El Espectador,
es por su misma naturaleza inviolable y exclusivamente determinada por él”.
Esto significa que si el suscrito hubiera mentido, calumniado o atentado contra
el buen nombre del supuesto agraviado, a este le correspondía era entablar
denuncia penal por calumnia y/o injuria contra el columnista. Y no lo hizo.
Hay una realidad ineludible,
y es que Barrancabermeja podría pasar de Guatemala a Guatepeor: viene de una
administración signada por la corrupción y el clientelismo, pero podría caer en
algo más nefasto si comienza a ser gobernada por los “padrinos” que se trae el antes
“independiente” y hoy politiquero Jonathan Vásquez.
Reza el dicho popular que nadie
es profeta en su tierra. Es posible que aquí también se aplique, que al final
de la jornada el mañoso pelado se salga con la suya y, contra las evidencias de
violación de la legislación electoral, logre hacerse elegir alcalde. Sea como
fuere, si así ocurriere yo quedaré con mi conciencia tranquila, recordando lo
que en muchas ocasiones le escuché al genial humorista Hebert Castro: “se les
dijo, se les advirtió, se les recomendó, pero no hicieron caso…”.
MORALEJA Y CONCLUSIÓN: La
política se ha convertido en una plataforma más para hacer negocios, con contadas
excepciones. Los dueños del billete grueso van en cada campaña al supermercado
de los candidatos, a comprar los que más les sirven para hacer crecer sus
inversiones. Para la muestra un vistoso botón, Barrancabermeja y el clan Gnecco,
poderoso comprador.
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