Un refrán popular señala que los médicos también se mueren, y esto se hace
extensivo a decir que la gente inteligente también se equivoca. Es obvio que a
quienes prefirieron el voto en blanco en la segunda vuelta les cabe parte de
culpa en el desastroso estado de cosas que hoy se vive, pues no captaron que
era obligatorio impedir que en la figura angelical de Iván Duque se
materializara el regreso de la bestia herida y sedienta de venganza, o sea
Álvaro Uribe. Y para impedirlo tocaba votar por quien lo enfrentó en segunda vuelta,
o sea Gustavo Petro.
Era escoger entre Uribe o Petro, eso no tenía excusa. Fue lo que no quisieron
entender los que contagiados de cierto prurito elitista contra todo lo que
viene de abajo (“gas cuchifó”), e
ilusionados con que de pronto Duque imitaría a Juan Manuel Santos en lo de
traicionar al patrón, contribuyeron con su actitud pusilánime a abonar el
terreno para el ascenso al poder no del presidente
de encanecida posverdad que hoy aparenta gobernarnos, sino del sujeto sub
júdice (en su condición de llamado a indagatoria por la Corte Suprema de
Justicia) que valiéndose de sus mañas logró treparse de nuevo hasta
el solio de Bolívar y hoy regresa con renovadas ínfulas de dictador a imponer
un estilo de gobierno autoritario, neofascista, a la cabeza de una
secta político-religiosa compuesta en la vanguardia por rabiosos mastines de
caza que atacan desde las redes sociales, y en la retaguardia por
una masa informe compuesta por millones de ignorantes, encolerizados por el
discurso beligerante de su caudillo y dispuestos llegado el caso a hacerse
matar por él.
Si hubiera sido Petro el Presidente estaría sometido
a un control a raya desde el mismo Congreso (para no hablar del Ejército…),
mientras que con el mandatario de postín que hoy funge –y finge- de gobernante estamos
sometidos a los abusos de sus patrones, esas fuerzas oscuras que en
el plebiscito de 2016 movieron poderosos aparatos de propaganda negra y utilizaron
a los pastores cristianos para hacerles creer a sus rebaños de ovejitas
domesticadas que el acuerdo de paz era para volver homosexuales a nuestros
hijos. Son los mismos que acaban de encender el aparataje de sus engaños para
convencer a esa misma montonera embrutecida de que quienes apoyan la Justicia Transicional
para la Paz (JEP) en realidad defienden a violadores de niñas.
Parecería osado afirmar que estamos en manos de la Mano Negra, valga
la redundancia. Pero no es posible omitir que con el gobierno de Iván Duque los
índices de violencia se incrementaron en todo el país, desde masacres indiscriminadas
hasta asesinatos selectivos de líderes sociales. Y la delantera la lleva
Medellín, la ciudad de Uribe, con un incremento del 20% en
homicidios: solo entre enero y febrero de 2019 mataron
a 104 personas en “la bella villa”.
Otro termómetro de la crispación social se mide en la protesta de los indígenas del Cauca que bloquearon la vía Panamericana,
frente a la cual sus líderes piden la presencia de Duque, y este responde con que
no dialogará si no se levantan las medidas de fuerza.
Pero las verdaderas medidas de fuerza se expresan en la
muerte de un policía por balas cuyo origen se desconoce, y 48 horas después
es lanzado un artefacto explosivo –cuyo origen también se desconoce- contra
guardias de la minga de un resguardo de Dagua (Valle) que deja ocho víctimas
mortales. Y la voz que se impone es la del ministro de Defensa, el portavoz de
las armas, quien acusa
a las víctimas de estar manipulando explosivos. Y ambos hechos violentos
terminan reforzando los argumentos de Duque para no dialogar con los indígenas…
Dos ‘falsos negativos’ de enorme eficacia, mejor dicho.
Mientras esto ocurre por los lados del Cauca, es pertinente traer a
colación que van a cumplirse 200 años de la batalla del Pantano de Vargas,
ocurrida el 25 de julio de 1819 en cercanías de Paipa (Boyacá), cuando Simón
Bolívar llegó allí con sus tropas diezmadas por el hambre y el duro ascenso al
páramo de Pisba. El Libertador presentía una derrota, pero contó con el coraje
del coronel Juan José Rondón, quien le pidió que le dejara dirigir las tropas, a lo que Bolívar le
respondió con la célebre frase: "¡Coronel, salve usted la patria!”.
Y Rondón la salvó, luego de juntar al sargento Inocencio Chincá con 14
lanceros que se formaron como una flecha y rompieron las filas realistas
abriendo un boquete por el cual penetró un destacamento de casanarenses comandado
por el teniente Lucas Carvajal, “bravo guerrero que tomaba las riendas de su
caballo entre los dientes y en cada mano una lanza de punta metálica donde ensartaba
a medio mundo”, según descripción del historiador y abogado Gerardo Martínez.
200 años después, ha llegado el momento de salvar nuevamente a Colombia.
Pero no de una potencia extranjera, sino del hombre que se valió de su
subalterno Iván Duque para abrirle un boquete a la JEP mediante la objeción a
seis de los artículos de la ley estatutaria, hacia el objetivo de entorpecer su
funcionamiento y evitar que los militares que se presentaron a dicho tribunal
de justicia cuenten un día las verdades que terminarían
por involucrarlo y mandar al traste su proyecto político. ¿O acaso queda
algún ingenuo que crea que los ataques combinados de la Presidencia, la Fiscalía
y el Centro Democrático contra la JEP nada tienen que ver con la urgencia que le asiste
al senador Uribe de resolver su situación jurídica personal?
La única esperanza de ‘neutralizar’ tal componenda está puesta en los
tres partidos que durante el gobierno de Juan Manuel Santos le
brindaron su apoyo al proceso de paz: el Partido Liberal, Cambio Radical y La U.
Este último ya anunció que se
opondrá a las objeciones, y la reunión
que la semana pasada sostuvieron el jefe del liberalismo, César Gaviria, y el
de Cambio Radical, Germán Vargas Lleras, permite vislumbrar el anhelo de que
sean estos quienes le abran un boquete a las torcidas intenciones del partido
de gobierno, de modo que en el Congreso triunfe la sensatez sobre los apátridas que a toda costa quieren –y necesitan- empujar a las Farc de nuevo al monte.
Por todo lo anterior, ya no es a Juan José Rondón sino al expresidente Gaviria y al exvicepresidente Vargas Lleras a
quienes debemos ‘ordenarles’ que en el Bicentenario de la Ruta Libertadora le
impriman a la ley estatutaria de la JEP su propia ruta, la que libere a
Colombia de la tiranía que con pasos de animal grande se avecina.
Así las cosas, señores César Gaviria y Germán Vargas, ¡salven ustedes la JEP!
Así las cosas, señores César Gaviria y Germán Vargas, ¡salven ustedes la JEP!
DE REMATE: Catorce días después del Pantano de Vargas, con las tropas patriotas
ya repuestas de la fatiga pero diezmadas en número (fueron 100 los muertos en
esa batalla), el 7 de agosto de 1819 Bolívar pudo derrotar sobre el Puente de
Boyacá al ejército realista gracias a la
resistencia que los habitantes de Charalá (Sdr) opusieron sobre el río Pienta
contra los 1.800 soldados de refuerzo que le llevaba a Barreiro el gobernador
de la provincia del Socorro, Lucas González. En Pienta se contabilizaron 300
charaleños masacrados, todo un baño de sangre, incluida una sobrina de Antonia
Santos de nombre Helena, de 13 años, baleada cuando intentó fugarse por una
ventana de la iglesia y violada allí mismo por un soldado español después de
muerta. Mientras tanto, en la batalla de Boyacá solo se contabilizaron 13 bajas
patriotas. Conviene recordarlo
para la posteridad, ahora que la historia oficial será la que decreten por
edicto mesiánico los nuevos amos del poder central desde el Centro Nacional de
Memoria Histórica (CNMH).
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