Hay ciertas predicciones de
las cuales el analista político que haya acertado debería sentirse ufano, pero
en el caso que nos ocupa más bien producen escozor, pues si bien se pudo haber
atinado en el vaticinio, no era precisamente eso lo que uno quería que pasara.
Un caso relativamente
reciente de ‘trágica’ predicción exitosa fue cuando dos meses antes de la
elección de 2016 dije en columna para El Espectador que “Trump va a ganar”,
basado en ocho elementos de análisis: novedad, imagen, salud, dinero, imbecilidad,
curiosidad, sorpresa y, por último, el factor judío. (Ver columna).
Un segundo caso de derrota en
ciernes tiene que ver con la consulta anticorrupción prevista para el 26 de
agosto, y frente a la cual oscuros nubarrones permiten prever lo que será una
tormenta perfecta… a favor de los corruptos.
Considerando el altísimo
rating político que tiene cualquier forma de lucha contra la corrupción,
aquellos que se verían perjudicados han enfocado su rechazo en dos frentes:
diciendo que se trata de una consulta “de la izquierda”,
a la que satanizan, o enfilando baterías contra las principales promotoras de
la consulta, Angélica Lozano y Claudia López. A esto se le conoce como falacia
ad hominem: ante la imposibilidad de derrotar un argumento, lanzan un ataque
personal contra su autor.
En el caso que nos ocupa
los embates van desde quienes pretenden descalificar el referendo porque
Angélica y Claudia son pareja -con lo cual queda incrustado en el imaginario
colectivo el lado ‘homosexualizador’ que usaron en el plebiscito-, hasta un
ataque tan ruin como el del doctor Fausto, reconocido uribista de Twitter: “Me
pregunto por qué Claudia López nunca fue judicializada por haber asesinado a su
hermano (sic) cuando la lanzó por la baranda de un edificio en la época que su
mamá administraba un edificio”. (Ver
trino). Lo cierto es que Martha, la hermana de Claudia, murió al romperse
una claraboya mientras jugaba con sus primos, cuando ella tenía cuatro años. Culparla
del accidente y acusarla de asesina, supera cualquier bajeza posible.
Sumado a esa campaña de
propaganda negra, que arreciará a medida que se acerque la fecha crucial, está
el factor matemático: para que la consulta triunfe se requiere que participe al
menos la tercera parte de los electores que componen el censo electoral, o sea 12’231.314,
y se necesita además el voto afirmativo de la mitad más uno de los sufragios válidos: 6’115.658 votantes.
Es obvio que los opositores
de la consulta (o sea los corruptos asustados) promoverán la abstención porque saben
que todo voto, así sea negativo, contribuye a aumentar el umbral. Esto se
traduce en que la suma de votos positivos deberá ser casi la misma
correspondiente al total de votantes requeridos.
¿Cuántos de los 10 millones
de colombianos que en la pasada elección votaron por Duque, y cuántos de los ocho
que votaron por Petro, votarían a favor en la consulta del 26? Obvio que la
inmensa mayoría de los de Petro, y no se descarta que una parte de los que
votaron por Duque también estén a favor de acabar la corrupción política y
administrativa. Pero eso mismo da una idea de las dificultades existentes para
lograr que la consulta anticorrupción salga airosa: una cosa son los altos
guarismos de votación que en Colombia se logran para una votación presidencial,
y otra cosa que la gente se anime a salir a votar un domingo que no coincide
con ninguna otra elección.
El mejor referente es el plebiscito
del 2 de octubre de 2016, cuando se presentó una situación absurda a más no
poder, consistente en que al país se le convocó a que decidiera si quería la
paz o la guerra, y gracias a la campaña de propaganda negra que la extrema derecha
desató contra el gobierno de Santos triunfó el NO, sumado a que decenas de
miles de personas se abstuvieron de votar por el SÍ porque las encuestas lo
daban ganador por más de 20 puntos y “un voto menos a nadie perjudica”.
Hoy asistimos a la reedición
de un absurdo similar, pues el mismo pueblo indolente y cobarde que eligió al
títere de Álvaro Uribe ahora debe decidir si le pone un tatequieto a la corrupción
o si prefiere apoyar a los corruptos, y todo indica que preferirá la segunda
opción.
Solo una última cosa habría que agregar:
espero estar equivocado.
DE REMATE: ¿Por qué Santos
fue tan impopular?, se preguntaba la revista Semana el domingo pasado. La
respuesta es de Perogrullo: porque en Colombia el más "popular" sigue
siendo un individuo acusado de crímenes de lesa humanidad (‘falsos positivos’),
masacres (El Aro, La Granja) y asesinatos (Pedro Juan Moreno, Jesús María
Valle), a quien los medios de comunicación tratan como si fuera el patriarca
que guía a la nación por la senda del camino correcto, pese a que en la
práctica ocurre lo contrario.
1 comentario:
Pueden decir lo que quieran de las Elecciones,votaciones y Similares donde la Registraduria este con sus maquinas y caja para pagos de compra votos funciones nada CAMBIARA !!
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