ESCENA 1: Escritorio con portátil de trabajo. En ángulo de ¾,
recostado sobre el posabrazos habla el suscrito a la cámara con mirada serena,
dentro del espíritu de reconciliación que debe cobijarnos a todos.
Hola, soy Jorge Gómez Pinilla. Tal vez me recuerden por la columna que
provocó mi salida de Semana, titulada María
Isabel Rueda y su fábrica de mala leche. Pero lo que hoy nos reúne aquí no
es esa sino otra columna, que me ha traído tal vez más dolores de cabeza,
titulada Me
cago en la cara de Uribe.
Lo primero que trajo fue una carta de la bancada
del Centro Democrático a El Espectador, donde lamentaban la ausencia de censura.
Lo segundo, una denuncia penal
del abogado uribista Abelardo de la Espriella por calumnia e injuria. Lo
tercero… Bueno, eso tercero me lo reservo por ahora. No le quiero meter ají al
picante.
A los que no pasaron del título en esa columna, les aclaro: yo comencé
hablando de una expresión que, para mi asombro, es de uso muy común en España:
“¡me cago en la hostia!”. Ahí manifesté mi dificultad para entender por qué un
español puede ofender algo tan sagrado como la hostia que representa el cuerpo
de Jesucristo… ¡y no pasa nada!
Y hablé también de otra imprecación con alto contenido ofensivo, que es
cuando un argentino dice “andate a la puta madre que te parió”, algo tan
corriente allá que hasta lo cantan las ancianas gauchas. Miren que no miento.
Y bueno, en esa columna confesé que cuando supe que Uribe se había ido
hasta Atenas a hablar mal de Colombia, a un foro internacional llamado
Concordia –vaya paradoja, concordia-, lo primero que se me vino a la cabeza fue
precisamente la imprecación argentina: “¡la puta madre que lo parió!”.
Y expliqué que eso mismo lo dijo
la revista Semana, pero en términos indoloros. Dijo “a Uribe se le fue la
mano”. Y agregó: “él tiene todo el derecho a desprestigiar al gobierno, pero no
el de desprestigiar al país”. Y Matador lo pintó en pose de atleta olímpico
sosteniendo un rollo de papel higiénico, para que limpie –supongo- la ‘cagada’ (entre
comillas, ojo) que cometió con Colombia ante el mundo. (Ver caricatura)
Esto para que se entienda que yo no abrigaba ningún propósito ofensivo
ni difamatorio, fue solo la expresión de una descarga emocional motivada por lo
que percibí como una traición a la patria, pues es evidente que Uribe sometió a
Colombia al escarnio público solo para satisfacer un apetito político egoísta,
el de hacer quedar mal al presidente Juan Manuel Santos ante el planeta entero.
“¡La puta madre que lo parió!”, exclamaba yo para mis adentros.
Ofendido, no he de negarlo. Y entonces recordé –y entendí- el sentimiento de indignación
de un Tano Pasman, fanático del River Plate argentino que se hizo inmortal la
tarde que puteó a su equipo durante la transmisión de un partido de ida contra
el Belgrano. Vean.
Si se me permite una segunda confesión –por no decir infidencia- la
primera reacción de desagrado hacia mi columna provino de la asistente personal
del director de El Espectador, don Fidel Cano, a quien ella se la pasó (casi escandalizada)
y me dijo “espere que la está leyendo”. Y yo callado durante casi diez eternos minutos
con el teléfono pegado al oído, en una escena cargada de emoción y suspenso, hasta
que María Isabel dijo “espere ya se lo paso”. Y me lo pasó, y don Fidel en su
salomónico dictamen dijo “no veo ningún problema en publicarla”.
¿Significaba eso que el eminentísimo director de El Espectador se
convirtió de la noche a la mañana en otro comunista solapado como Juan Manuel
Santos, de esos que quieren convertir a Bogotá en cabeza de playa del
castrochavismo internacional? No señores, yo creo que no. Significa fue que
leyó la columna completa, y así venció el rechazo que por supuesto provoca el
título (entre comillas, ojo), y si no me pidió que lo cambiara fue porque
comprendió que era el más adecuado para la columna. Léanla y se convencerán.
Esto es como cuando en Gargantúa y Pantagruel,
un clásico de la literatura universal escrito por François Rabelais en 1530, un
caballero corteja así a una dama:
- “Sabed, señora, que estoy tan enamorado de vos que no puedo mear ni
cagar. Como comprenderéis, puede sobrevenirme una enfermedad y, ¿qué ocurriría
entonces?
- ¡Idos, idos! –le responde ella. Eso a mí no me importa. Dejadme
rezar.
Pero el tipo insiste, y llevado por el afán de su apetencia carnal le ruega
a la airosa dama: ¡Dadme, por favor, vuestro paternóster!
- Y la dama le responde: Ah, tomadlo pues, y no me importunéis más.”
“Vuestro paternóster”, háganme el favor. En pleno apogeo de la Santa Inquisición
Rabelais tuvo la temeraria osadía (blasfemia, en últimas) de comparar el Padre
Nuestro con la vulva femenina… ¡y no pasó nada! Y ella se dejó convencer… y le
dio el paternóster.
En el caso que nos ocupa, solo aspiro a vuestra compresión para que
entendáis que cuando dije “me cago en la cara de Uribe” fue en sentido coloquial,
como entre amigos, solo que uno de ellos se expresó en Sol sostenido mayor,
ofendido.
Es como cuando los costeños exclaman ¡Eche no joda, ese man sí manda es cáscara! O como cuando los
argentinos gritan ¡la puta madre que lo
parió! O como cuando los españoles dicen encojonados ¡me cago en la hostia!
Pero bueno, eso ya quedó atrás. Hoy estamos en plan de borrón y cuenta
nueva, así que si a alguien ofendí, me disculpo y me retracto. Tratemos de
vivir en paz, hagamos un país donde quepamos todos.
Ah, y no dejen de suscribirse a mi canal. Y esperen mi segundo
libro".
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