Al menos tres libros aspiro a dejar escritos antes de la hora en que
la mar se enluta. De esos el primero ya vio la luz, hace dos años. El segundo
es el resultado de una investigación periodística que viene en camino, y el
tercero, donde anida mi esperanza de posteridad, es una novela autobiográfica: María, llena eres de gracia.
El primero al que hago referencia es Objetivo: hundir a Serpa. He aprovechado la coincidencia con la Feria
del Libro FILBO 2017 para promover su venta, con un atenuante a mi favor: un
libro es un producto cultural mediante el cual se transmiten ideas o se cuentas
historias. Ah, y aún quedan algunos ejemplares… (Ver
libro aquí).
Resuelto cualquier reato de conciencia, procedo a contar que Objetivo: hundir a Serpa es “una
entrevista sin contemplaciones”, en respuesta a lo que le escuché decir al
dirigente liberal cuando le propuse la idea: “vaya busque a mis detractores, dígales
que pregunten lo que quieran, que Serpa no dejará nada sin responder”. Así se
hizo, y tan diligente fui acatando su recomendación que en el evento de
lanzamiento afirmó que yo lo había entrevistado “con bisturí en mano”. Mi
humilde opinión es que él exagera, y para resolver el intríngulis habría que
acudir al lector o, con todo respeto, a una parodia de lo más CabaI: “¡lean,
vagos!”.
Sea como fuere, es hora de sacar pecho y contar que para la sola
confección del cuestionario se realizó una minuciosa investigación periodística,
y el resultado fue un retrato ilustrado a mano alzada de la historia política y
social de nuestra nación durante los convulsionados años en los que Horacio Serpa
fue protagonista, tanto sus tres intentos consecutivos en busca de la
Presidencia como el resto de su vida pública.
Hubo un momento crucial en la vida de Colombia, y ocurrió durante el
gobierno de Ernesto Samper, pero este solo se enteró al día siguiente: una cena
–de claro corte conspirativo- a la que fue
invitado Horacio Serpa por un grupo de personalidades y periodistas famosos
(incluso autoridades en ejercicio), donde le presentaron mil y una razones para
que renunciara al cargo de Ministro del Interior, con lo cual Samper se habría
caído, por supuesto.
Esa noche Serpa tuvo en sus
manos la suerte del mandatario liberal y prefirió no dejarlo solo, seguir
acompañándolo. Y con esa decisión tal vez se le cerraron para siempre las
puertas de la Presidencia, pues fueron los directores de medios y demás ‘conspis’
que esa noche quedaron viendo un chispero en sus pretensiones, los mismos que
de ahí en adelante se encargaron de impedir que se le cumpliera su merecido anhelo
de alcanzar un día el solio de Bolívar.
La paradoja reside en que si
la respuesta de Serpa hubiera sido la que sus anfitriones esperaban, él habría
sido el presidente después de Samper. Y otra habría sido la suerte de Colombia,
pues la memoria histórica permite constatar que el siguiente presidente fue el inepto
Andrés Pastrana con quien el país cayó arrodillado a las FARC, y luego con el
taimado y pérfido Álvaro Uribe también cayó arrodillado, pero al
paramilitarismo y a la más aberrante corrupción en todos los órdenes.
Esta verdad simple e irrefutable debería ser tenida en cuenta por los
colombianos a la hora de juzgarle a Serpa sus actuaciones pasadas, frente a las
cuales por cierto nunca recibió la menor condena o sanción, ni siquiera
administrativa, ni se sabe que se haya enriquecido a costa del erario público, pero
se le sigue cobrando en morosa y prolongada retroactividad el gran pecado de
haber sido leal a un amigo. Y lo digo en presente porque, si hay un político en
Colombia que recibe un inmerecido matoneo en redes sociales, ese es Horacio
Serpa. ¿Cuál fue en últimas su gran pecado? Después de haber escudriñado durante
años en su vida y en su pasado, no lo tengo claro.
Lo que sí veo con claridad es una muy poderosa campaña de propaganda
negra orientada a señalar –con el dedo índice apuntando- a Samper y Serpa de
haber instigado el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado. Si no fuera porque el
exembajador de EEUU, Myles Frechette, puso las cosas en su lugar, el daño para ambos
–y de carambola para el Partido Liberal- habría sido irreparable. Frechette, quien
era sin asomo de duda la persona mejor informada de Colombia en esos años
aciagos, habló de “un grupo de militares retirados”. Y en entrevista exclusiva –próxima
a aparecer- que me concedió en Washington D.C. afirmó que “lo hicieron porque
querían borrar su rastro. Borrar la conexión entre ellos y Álvaro Gómez. Cuando
él les dijo que no (al golpe de Estado que fraguaban), ellos pensaron “caracho,
de pronto el tipo suelta la letra o se le sale algo”.
Pero Serpa y Samper quedaron marcados con el estigma de una culpa ajena,
pese a que la evidencia apunta a que fueron los mismos autores y encubridores del
magnicidio los encargados de regar esa especie; con probada eficacia, por
supuesto.
De todo esto se habla en Objetivo:
hundir a Serpa, libro del que solo una cosa le preocupa a su autor:
demostrar que pese al paisanaje –o debido a- el diálogo se desarrolló con total
franqueza santandereana. Y al que ose decir lo contrario le tocará demostrar que
el entrevistador no conservó la distancia crítica requerida, en cuyo caso el entrevistador
se compromete a retornarle al comprador lo que pagó por su ejemplar. Como en
las televentas, “su satisfacción garantizada o la devolución de su dinero”.
DE REMATE: Para decirlo en modo imperativo tomado ilícitamente del repertorio
del youtuber de 40 (y 3): ¡Compren mi puto libro! Lo encuentran en
el Stand 219 de Ícono
Editorial, pabellón 6 de Corferias, primer piso. Preguntan por Gustavo
Mauricio García y él les hace un jugoso descuento. Trollers, abstenerse.
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