Para medir hasta qué punto la guerra sucia desatada por el uribismo pretende
arrastrar por el piso la imagen de Juan Manuel Santos, basta citar el
bochornoso incidente que se vivió cuando una periodista –de RCN, por supuesto- le
preguntó al presidente delante de la Primera Ministra de Noruega: “¿Qué les
dice a sus oponentes, especialmente al expresidente Álvaro Uribe, quien ha
dicho que el premio Nobel se compró por intereses noruegos?”.
Ante tan ofensiva pregunta, que hacía quedar como un cuero más al
Comité Noruego del Nobel que al mismo Santos, este respondió así: “Se han dicho
muchas cosas: que soy comunista, que soy miembro de las FARC, que soy aliado y
socio de Fidel Castro para introducir una revolución en mi país, pero es lo más
absurdo que he oído lo que usted acaba de comentar: que el premio Nobel se
compró. La verdad, eso no merece comentario alguno de mi parte”.
El rumor malintencionado que la
periodista lanzó como granada de fragmentación en medio del auditorio –y al que
ningún medio serio diferente a RCN dio credibilidad- cumplió con la misión de envenenar
el ambiente, y el resultado obtenido fue que la máxima autoridad de ese país se
ofendió y se vio obligada a responder a lo que en ninguna parte del mundo
tendría la menor presentación protocolaria, porque la sola formulación de la
pregunta –en el lugar menos indicado- lleva ‘mala leche’. (Ver
noticia).
Es precisamente a envenenar el ambiente a lo que están dedicadas las
hordas uribistas, y ello se vio plasmado de manera patética a raíz del
asesinato de la niña Yuliana Samboní, cuando inundaron las redes sociales con
imágenes de Rafael Uribe Noguera al lado de Rodrigo Londoño (antes Timochenko) mostrando
a ambos como “violadores”. No contentos con lo anterior, rebrujaron entre las
fotos sociales de Martín Santos y encontraron una donde aparece al lado de
alguien a quien le atribuyeron ser el asesino de Yuliana, cuando en realidad se
trataba de Alejandro Gaviria Halaby, como aclaró Yohir Akerman en este trino.
Estos no son hechos aislados, sino eslabones de una cadena ignominiosa
de propaganda negra que viene enfilando poderosas baterías contra la paz desde
la campaña por el plebiscito, y solo descansarán el día en que hayan hecho tan
invivible la república que el pueblo se lance desesperado a votar por el
candidato que prometa acabar lo que ellos mismos sembraron: desesperación,
confusión, oscuridad.
Están ensuciando el río donde todos nos bañamos, para que todos quedemos
tan cochinos como ellos. Hacia tal objetivo la consigna es “calumniad y
fastidiad, que de la calumnia y el fastidio algo queda”.
Lo anterior se ajusta a dos de los 10
mandamientos de la manipulación mediática planteados por Noam Chomsky, que el
uribismo está aplicando al pie de la letra: uno, “crear problemas para ofrecer
soluciones”; dos, “utilizar el aspecto emocional antes que la reflexión”. Así
quedó plasmado en la reveladora confesión
del gerente de la campaña del NO, Juan Carlos Vélez, cuando dijo que “estábamos
buscando que la gente saliera a votar verraca”.
Soy consciente de estar repitiendo algo que he expuesto casi hasta la
saciedad en columnas
anteriores, pero es un deber hacerlo mientras el gobierno no comprenda la
urgencia que tiene de tomar medidas de choque para impedir que el país se vaya
por el abismo al que Álvaro Uribe, Alejandro Ordóñez y su jauría de perros
rabiosos quieren mandarlo, para luego aparecer como sus salvadores.
Es como si usted viviera en un conjunto residencial donde una de las
casas es habitada por una familia ruidosa y buscapleitos, que siembra el
malestar en el conjunto pero no hay modo de echarla, ante lo cual el
administrador se muestra incapaz de ponerle el tatequieto. Los vecinos
desesperados deciden entonces cambiar de administrador, a ver si el nuevo les
soluciona el problema. Y es ahí cuando por fin se callan, porque era eso lo que
buscaba la familia vocinglera: retirar por las malas al que no les gusta.
El problema de fondo reside en que mientras Santos maneja de buena fe
el lenguaje de la paz, el uribismo manipula en forma avasalladora la propaganda
de la guerra. Y aunque usted no lo crea, pese a la aprobación del fast track, el
segundo va ganando la partida.
Todo indicaría que la mayoría de colombianos le cree más a Uribe que a
Santos, pero la única manera de saberlo a ciencia cierta es si existiera el
voto obligatorio. Somos tan indolentes que si se sometiera a plebiscito el
aumento del salario mínimo, y hubiera que escoger entre la propuesta de los
empresarios y la de los trabajadores, ganarían los primeros porque ellos sí
irían a votar.
DE REMATE: En relación con la racha de asesinatos
selectivos que se viene presentando contra líderes populares, el Fiscal
Néstor Humberto Martínez aseguró que no se puede atribuir a una mano negra
porque no hay “sistematicidad”, y prefiere hablar de “multicausalidad”. No se
requiere ser ciego para advertir que la sistematicidad está en que no hay
capturas que permitan llegar a sus autores. Actúan siempre sobre seguro.
¿Simple coincidencia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario