Hubo una frase de Alejandro Reyes en su columna del domingo pasado que
puso el dedo en la llaga: “En Colombia se están incubando las condiciones para
que se imponga un fascismo criollo del siglo 21, que culmine la demolición del
sistema de democracia liberal que sobrevivió a medio siglo de conflicto armado” (ver columna).
El título del artículo es muy académico, La crisis del sistema liberal y la
emergencia del fascismo, pero dice cosas de veras iluminantes, como esta: “Ante
la crisis terminal de los partidos que alguna vez construyeron Estado, ocupa el
vacío un movimiento político aglutinado por Álvaro Uribe, con capacidad para
enterrar la democracia liberal. Las muertes de líderes sociales son un anticipo
de lo que puede actualizar el fascismo criollo cuando despliegue todo su poder”.
Esto se comenzó a sentir desde lo mediático en la campaña del
plebiscito, con las oleadas de fotomontajes y propaganda negra que condujeron
contra todo pronóstico al triunfo del NO. Pero lo preocupante no es eso, sino
lo que viene en camino:
1.
Una racha de asesinatos selectivos que en lugar
de amainar se incrementará, a cargo de esa Mano Negra cuyos cabecillas se dejan identificar con facilidad, porque nunca emiten una sola palabra
de condena contra este fenómeno.
2.
Un proyecto de extrema derecha de alto contenido religioso y con acogida en
los sectores más ignorantes de la población, cuya cabeza más visible es el
corrupto exprocurador Alejandro Ordóñez, quien se vendrá con una descarga
cerrada de improperios y anatemas contra todo lo que le huela a pensamiento
liberal, aliado con los sectores más retardatarios, emulando
así la exitosa fórmula aplicada por Donald Trump.
En paradójica coincidencia con la incorporación de las FARC a la vida
civil, el alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos,
Todd Howland, levantó su voz
de alarma ante el incremento de la violencia contra líderes sociales: 35
atentados y 53 asesinatos en solo 2016. Al cierre de esta columna se reportó el
caso de José Mauricio Bernal, quien trabajaba con su padre en la Mesa Municipal
de Víctimas en Montañita (Caquetá), organización que había recibido el Premio
Nacional de Paz (ver
noticia).
Si los que están luchando a brazo partido para que continúe la guerra
contra las FARC no logran su cometido, entrarán
en guerra contra el Estado. Estuvieron a favor del Estado cuando llevaron a
Uribe a la presidencia, pero ahora que éste ya no manda sobre las tropas anda dedicado
a hacer terrorismo psicológico, como cuando el domingo pasado dijo sin inmutarse que “la
palabra paz queda herida con la elevación del grupo terrorista FARC a la
condición de socio del Estado” (ver
declaración).
La recién desatada racha de asesinatos selectivos no se va a detener, porque
a esa Mano Negra genocida no le temblará ninguno de sus dedos para seguir segando vidas que desprecia. Están convencidos de que actúan
por el bien de la patria, del mismo modo que durante el gobierno de Uribe en el
90 por ciento de las Brigadas del Ejército los autores de los ‘falsos
positivos’ se creyeron con derecho a asesinar a más de 3.000 jóvenes para hacerlos
pasar por guerrilleros, y luego se justificaron en que “no estaban recogiendo
café”.
Detrás de la tal resistencia civil que invoca Uribe contra Santos está
la aplicación de todas las formas de lucha para impedir la reconciliación
nacional, porque si se acaban
las FARC se les acaba la rentabilidad política del miedo al enemigo. La paz los
aniquila.
Se vienen tiempos difíciles, y el triunfo de Trump les da munición (verbal por ahora) a los enemigos de la paz hacia el propósito de salirse con las
suyas, como lo han logrado frente a todos los gobiernos que en los últimos
30 años intentaron resolver el conflicto por la vía del diálogo.
La arena política nos muestra la reedición de un combate a muerte contra
la paz, cuyo primer round se vivió el 2 de octubre, cuando ganaron los chicos malos del paseo. El segundo round consistirá en sembrar el caos y la
confusión de aquí al 2018, repartiendo ‘chumbimba’
desde la trastienda mientras desde lo público resucitan el miedo a los homosexuales
y al castrochavismo, con la perversa complicidad de los pastores evangélicos (y
de los medios que como idiotas útiles reproducen sus barrabasadas), para luego pretender
aparecer como los salvadores y, aunque usted no lo crea, “de la mano de Dios”…
En octubre de 2014 escribí una columna optimista para Semana.com donde
dije que “el mayor mérito de Juan Manuel Santos está en que es el mandatario
que logró por primera vez ponerle el cascabel al gato de la intransigencia
militar en torno al tema de la paz” (ver
columna). El estamento castrense estuvo representado en La Habana por oficiales
tan emblemáticos como los generales Jorge Enrique Mora y Óscar Naranjo, pero
Santos no contaba con que el juego sucio de Uribe y sus oscuros aliados le iban
a propinar la más dura derrota de toda su carrera política, en el tinglado del
innecesario y costosísimo plebiscito.
Es de esperar que Santos no haya perdido su condición de
tahúr y guarde algún as bajo la manga, porque la única salida que le queda para
recuperar la gobernabilidad perdida es si consigue
ponerle el tatequieto a la desbocada y hasta ahora incontrolable Mano Negra.
DE REMATE: Según columna
del nuevo director del Centro Democrático, Fernando Londoño, Carlos Castaño era
“un intelectual hecho a pulso”. Eso ayuda a entender con prístina claridad lo
que acabo de decir. Su nombramiento es el más impúdico
destape de la Mano Negra.
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