lunes, 5 de diciembre de 2016

¿Quién le pone el tatequieto a la Mano Negra?




Hubo una frase de Alejandro Reyes en su columna del domingo pasado que puso el dedo en la llaga: “En Colombia se están incubando las condiciones para que se imponga un fascismo criollo del siglo 21, que culmine la demolición del sistema de democracia liberal que sobrevivió a medio siglo de conflicto armado” (ver columna).

El título del artículo es muy académico, La crisis del sistema liberal y la emergencia del fascismo, pero dice cosas de veras iluminantes, como esta: “Ante la crisis terminal de los partidos que alguna vez construyeron Estado, ocupa el vacío un movimiento político aglutinado por Álvaro Uribe, con capacidad para enterrar la democracia liberal. Las muertes de líderes sociales son un anticipo de lo que puede actualizar el fascismo criollo cuando despliegue todo su poder”.

Esto se comenzó a sentir desde lo mediático en la campaña del plebiscito, con las oleadas de fotomontajes y propaganda negra que condujeron contra todo pronóstico al triunfo del NO. Pero lo preocupante no es eso, sino lo que viene en camino:

1.       Una racha de asesinatos selectivos que en lugar de amainar se incrementará, a cargo de esa Mano Negra cuyos cabecillas se dejan identificar con facilidad, porque nunca emiten una sola palabra de condena contra este fenómeno.
2.       Un proyecto de extrema derecha de alto contenido religioso y con acogida en los sectores más ignorantes de la población, cuya cabeza más visible es el corrupto exprocurador Alejandro Ordóñez, quien se vendrá con una descarga cerrada de improperios y anatemas contra todo lo que le huela a pensamiento liberal, aliado con los sectores más retardatarios, emulando así la exitosa fórmula aplicada por Donald Trump.

En paradójica coincidencia con la incorporación de las FARC a la vida civil, el alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Todd Howland, levantó su voz de alarma ante el incremento de la violencia contra líderes sociales: 35 atentados y 53 asesinatos en solo 2016. Al cierre de esta columna se reportó el caso de José Mauricio Bernal, quien trabajaba con su padre en la Mesa Municipal de Víctimas en Montañita (Caquetá), organización que había recibido el Premio Nacional de Paz (ver noticia).

Si los que están luchando a brazo partido para que continúe la guerra contra las FARC no logran su cometido, entrarán en guerra contra el Estado. Estuvieron a favor del Estado cuando llevaron a Uribe a la presidencia, pero ahora que éste ya no manda sobre las tropas anda dedicado a hacer terrorismo psicológico, como cuando el domingo pasado dijo sin inmutarse que “la palabra paz queda herida con la elevación del grupo terrorista FARC a la condición de socio del Estado” (ver declaración).

La recién desatada racha de asesinatos selectivos no se va a detener, porque a esa Mano Negra genocida no le temblará ninguno de sus dedos para seguir segando vidas que desprecia. Están convencidos de que actúan por el bien de la patria, del mismo modo que durante el gobierno de Uribe en el 90 por ciento de las Brigadas del Ejército los autores de los ‘falsos positivos’ se creyeron con derecho a asesinar a más de 3.000 jóvenes para hacerlos pasar por guerrilleros, y luego se justificaron en que “no estaban recogiendo café”.

Detrás de la tal resistencia civil que invoca Uribe contra Santos está la aplicación de todas las formas de lucha para impedir la reconciliación nacional, porque si se acaban las FARC se les acaba la rentabilidad política del miedo al enemigo. La paz los aniquila.

Se vienen tiempos difíciles, y el triunfo de Trump les da munición (verbal por ahora) a los enemigos de la paz hacia el propósito de salirse con las suyas, como lo han logrado frente a todos los gobiernos que en los últimos 30 años intentaron resolver el conflicto por la vía del diálogo.
 
La arena política nos muestra la reedición de un combate a muerte contra la paz, cuyo primer round se vivió el 2 de octubre, cuando ganaron los chicos malos del paseo. El segundo round consistirá en sembrar el caos y la confusión de aquí al 2018, repartiendo ‘chumbimba’ desde la trastienda mientras desde lo público resucitan el miedo a los homosexuales y al castrochavismo, con la perversa complicidad de los pastores evangélicos (y de los medios que como idiotas útiles reproducen sus barrabasadas), para luego pretender aparecer como los salvadores y, aunque usted no lo crea, “de la mano de Dios”…

En octubre de 2014 escribí una columna optimista para Semana.com donde dije que “el mayor mérito de Juan Manuel Santos está en que es el mandatario que logró por primera vez ponerle el cascabel al gato de la intransigencia militar en torno al tema de la paz” (ver columna). El estamento castrense estuvo representado en La Habana por oficiales tan emblemáticos como los generales Jorge Enrique Mora y Óscar Naranjo, pero Santos no contaba con que el juego sucio de Uribe y sus oscuros aliados le iban a propinar la más dura derrota de toda su carrera política, en el tinglado del innecesario y costosísimo plebiscito.

Es de esperar que Santos no haya perdido su condición de tahúr y guarde algún as bajo la manga, porque la única salida que le queda para recuperar la gobernabilidad perdida es si consigue ponerle el tatequieto a la desbocada y hasta ahora incontrolable Mano Negra.

DE REMATE: Según columna del nuevo director del Centro Democrático, Fernando Londoño, Carlos Castaño era “un intelectual hecho a pulso”. Eso ayuda a entender con prístina claridad lo que acabo de decir. Su nombramiento es el más impúdico destape de la Mano Negra.

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