El diccionario define placebo como la “sustancia que carece de acción
curativa pero produce un efecto terapéutico si el enfermo la toma convencido de
que es un medicamento eficaz”. El mismo mecanismo ‘curativo’ opera con la
religión: el creyente asume su fe con la certeza de poseer la verdad absoluta.
Esto le proporciona un alivio psicológico, pues lo aleja del infierno de la
duda y le brinda la confianza de estar adorando al único Dios verdadero, mientras
sus oraciones lo atan a la esperanza de encontrar remedio a sus congojas.
Desde el mundo de la razón es muy fácil apreciar que las oraciones no
sirven para nada, pues el mundo está cada vez peor y la humanidad avanza a
pasos agigantados hacia la destrucción del planeta. De todos modos, no le
aconsejamos que le diga a un creyente que rezar es por completo inútil, pues se
va a sentir ofendido y usted se puede ganar un puño.
Vamos a centrar la discusión es en diferenciar a los pastores de sus
rebaños, con el propósito de demostrar que a unos y otros los animan intereses
diferentes. En palabras del científico Rodolfo Llinás, “Dios tiene dos razones
de ser: a los inteligentes les sirve para gobernar a los demás y a los menos
inteligentes para pedirle favores”.
El origen de la política está en la religión, y sirve de ejemplo el
patriarca Moisés llegando a su aldea a contar que mientras apacentaba unas
ovejas el Señor le habló desde una zarza en llamas y le dijo: “he visto la
aflicción de mi pueblo que está en Egipto y he escuchado su clamor, pues estoy
consciente de sus sufrimientos. Así que he descendido para librarlos de los
egipcios, y para sacarlos de aquella tierra a una que mana leche y miel” (Éxodo
3:3-17).
Si nos ponemos de capciosos, se hace evidente que ese mismo pueblo
sigue esperando esa tierra prometida, pero el asunto que hoy nos ocupa es otro:
Moisés se convierte en el representante de Dios sobre su gente y arropado en su
condición de líder descubre que es algo bueno, porque le da poder sobre los
hombres y las mujeres de su aldea, ligado a una inmensa responsabilidad, por
supuesto. Así nace la política, directamente emparentada con la religión: la
personificación de Jehová en una llama ayuda a los judíos a paliar una necesidad
de supervivencia, la de librarse de la opresión a la que los tenía sometidos el
faraón.
De ahí en adelante la historia de la humanidad muestra unos pueblos
comandados por dirigentes religiosos, llámense judíos, católicos, protestantes
o musulmanes. La separación de las Iglesias y el Estado solo se viene a dar en
la era moderna, pero en un escenario donde la religión sigue ejerciendo gran
poder, tanto sobre la conducción de las naciones como en el imaginario colectivo
de las gentes.
Aquí la palabra rebaño –tan propia del catolicismo- cobra un
significado clave para una mejor comprensión de la política, pues en ambos
casos se necesitan masas adocenadas –o adoctrinadas- que se dejen conducir como
ovejas, tanto hacia un estado ilusorio de bienestar espiritual como al matadero
de una guerra.
Fueron precisamente rebaños uniformados por el mismo pensamiento
religioso los que bajo el falso ropaje de defender a la familia movilizó la
diputada Ángela Hernández, perteneciente a la Iglesia Cristiana Cuadrangular,
de corte evangélico. Ella encendió la chispa de una vendetta nacional contra la
población LGBTI, a la que se sumaron hasta los más altos prelados de la Iglesia
Católica, si bien estos reconocieron luego, contritos, que habían sido
utilizados por fuerzas políticas partidarias del NO en el plebiscito, y eso les
pareció “deshonesto” (Ver
arrepentimiento). Pero ya era tarde, porque después del ojo afuera no hay
Santa Lucía que valga.
Otra que no quiso faltar a tan rentable convite político-religioso fue
la senadora Viviane Morales, dirigente de la iglesia Casa sobre la Roca. Su
caso es el paradigma de las contradicciones, pues ella debe ser consciente de que
dentro del Partido Liberal está en el lugar equivocado, sumado a que tiene una
hija lesbiana cuyo derecho a un trato igualitario se niega a reconocerle. O sea
que en su propio núcleo familiar germina la antítesis de su discurso contra el
matrimonio gay, y la deja en uno de dos planos posibles: una fe religiosa
ligada a la ceguera, o un cálculo cínico sobre el caudal de votos que una
postura de tan alto ‘rating’ le aporta.
Me inclino a pensar lo segundo, y esta consideración se extiende a
otros políticos que acuden a sentimientos religiosos para cautivar ingenuos,
como el entonces presidente Álvaro Uribe que en acción de gracias por la
Operación Jaque puso a su gabinete ministerial a rezar el rosario, o como el
actual procurador Alejandro Ordóñez que tituló su tesis
de grado ‘Presupuestos Fundamentales del Estado Católico’ y la dedicó “A
nuestra señora la Virgen María, suplicándole la restauración del orden
cristiano y el aplastamiento del comunismo ateo”. En ambos casos se asume al
Estado como confesional desde lo católico, y eso es contrario a la
Constitución, laica en su esencia.
Mi apreciación –muy personal- es que cuando un político alaba al
Creador o lo menciona, quiere que la gente piense: “está con Dios, es alguien
bueno”. Actúa como el que agita un racimo de bananos ante un grupo de micos,
para conquistar su simpatía. En contraposición, admiro al político que nunca
recurre al facilismo de invocar a Dios para ganar adeptos. Es más, hacia el
ejercicio de una política verdaderamente laica y sana, a todo político que
recurra a expresiones de religiosidad debería imponérsele una multa, por
invadir linderos que no le corresponden al Estado ciudadano.
Fue precisamente valiéndose de propaganda sucia atada a un sentimiento
religioso (el de “la familia original”) que el uribismo logró movilizar a
manadas de ingenuos creyentes haciéndoles creer –valga la redundancia- que en
el gobierno de Juan Manuel Santos había una ministra gay que estaba repartiendo
una cartilla para que nuestros niños se volvieran homosexuales como ella.
¿Y todo esto lo hacen con qué propósito? Con el de llevar a la
presidencia a quien desde ya perfilan como el restaurador de la moral y las
buenas costumbres, Alejandro
Ordóñez Maldonado. Dios nos coja
confesados...
DE REMATE: Nada más parecido a un golpe de Estado que un eventual triunfo
del NO en el plebiscito: al día siguiente el país amanecería descuadernado y el
Presidente de la República convertido en un mueble viejo.
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