Dios se apiade de mí –si es que existe- pero hay una expresión que me
cuesta enorme dificultad entender, aceptar y asimilar de buen grado. Es cuando
me dicen “Dios te bendiga”. Esa frase me la dicen personas cercanas a mis
afectos y la recibo de buen grado, porque significa que quieren lo mejor para
mí, pero también la escucho de personas que acabo de conocer y me producen
desconfianza, pues suena en el ánimo de aparentar bondad. Y si se lo dicen al
primero que conocen, qué pereza. Es como cuando te dicen “amigo” la primera vez
que te ven: algo se traen entre manos.
El tema adquirió especial relevancia con motivo de mi último
cumpleaños, cuando me desearon decenas de “bendiciones”, unas virtuales, otras reales
y la mayoría con abrazo incluido, y me dije a mí mismo “mí mismo, un día tienes
que hacer una reflexión sobre esto”, a sabiendas del riesgo que habría de
correr con las personas cercanas o lejanas que pudieren sentirse ofendidas con
mis planteamientos.
Desde un punto de vista agnóstico, o sea escéptico pero no ateo, “Dios
te bendiga” significa que hay una divinidad por allá arriba (o por allá abajo,
pues el universo es relativo) que tiene la potestad de repartir determinada
cantidad de bendiciones, y escoge por cuenta propia a quién se las entrega y a
quién no. He de suponer que esa repartición se hace con base en criterios de
meritocracia, aunque aún faltaría dilucidar si es por la cantidad de oraciones
que recibe el Dios solicitado del solicitante, o por la manera como los
rogantes se comportan con el prójimo, o un poquito de lo uno y un poquito de lo
otro, en fin.
Lo que siempre me he preguntado, de todos modos, es por qué de esas
bendiciones solo son merecedoras unas pocas personas, poquísimas en realidad,
si vemos el estado actual de pobreza, violencia, injusticia, desigualdad y
confusión que impera en el planeta. Al tenor de tan deprimente espectáculo,
también me he preguntado por qué a Dios no le da un día por despertarse
generoso y reparte bendiciones por igual a todas sus criaturas, sin entrar a
considerar quiénes le han rezado más o quiénes le han rezado menos.
Un día le escuché a mi madre decir que “Dios no le dio inteligencia a
todo el mundo pero se la dio a usted, y eso tiene que agradecérselo”. Ante lo
cual, no resistí la tentación de preguntarme: ¿y por qué son precisamente las
personas menos inteligentes las que más le agradecen a Dios por lo que no les
dio?
En ese contexto (y lo digo sin el ánimo de ofender, más bien como imperativo
categórico kantiano) ocurre que cuando escucho “Dios te bendiga” siento que
estoy frente a una persona que no es consciente de hallarse en un estado de esclavitud
mental, pues asume como natural la existencia de un dictador celestial que controla
su vida a su antojo y dispone de su omnímodo poder para decidir si le para
bolas o no en sus ruegos, y ante el cual al rogante solo queda la opción de
seguir rogando cada vez que no le atiende sus fervorosas solicitudes. Eso me
preguntaba pero no me atrevía a decir nada, en parte porque soy muy tímido pero
sobre todo para evitarme la reprimenda del cura o, lo que podía ser peor, un
eventual castigo celestial por poner en duda la voluntad divina.
Mis sospechas comenzaron desde cuando me ponían a recitar el estribillo
“Cristo ten piedad” o a rezar “Santa María Madre de Dios ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte amén”. Y me decían de Dios que era un ser
misericordioso, pero yo no lograba entender qué podía haber de misericordioso
en alguien a quien había que suplicarle piedad, y como si eso no bastara tocaba
poner a la madre de Jesucristo a que intercediera por gente que se asume
pecadora desde su nacimiento debido a un pecado original cuya autora material
había sido una mujer de nombre Eva, quien al morder una manzana engendró la
culpa de todos los males que de ahí en adelante se desencadenaron para la
humanidad, y en tal medida hicieron merecedoras a Eva y a las mujeres en
general de la condición de inferioridad a la que se les relegó desde el
principio de todos los tiempos.
Es por ello que siempre me ha costado un enorme esfuerzo entender eso
de las lluvias de bendiciones que la gente se pasa pidiéndole a Dios o
deseándole a su prójimo, mientras uno observa que en la práctica muy de vez en
cuando aparece al menos la lloviznita sobre uno u otro galardonado, aunque lo
habitual es la sequía que tiene precisamente a todo el mundo necesitado de
bendiciones por doquier.
Hace algún tiempo escribí una columna donde dije que son tres los
campos en los cuales una persona que conservaba una fe ciega hacia algo se ve
de pronto obligada a dejar de creer: la
religión, el amor y la política. A mí me ha ocurrido así en diferentes
etapas de la vida, así que esta columna termina por ser una confesión del alma,
pero sin el ánimo de ofender ni hacerle daño a nadie.
Puedo estar equivocado (es más, espero estarlo) pero mi creencia
básica en torno al tema de la religión se resume en una frase que dijo el
científico Rodolfo Llinás durante una lúcida y reveladora entrevista para El
Tiempo: “Dios es un invento del hombre, y como todos los inventos humanos se
parece a él. Dios tiene dos razones de ser: a los inteligentes les sirve para
gobernar a los demás, y a los menos inteligentes para pedirle favores. Y a
todos, para explicar lo que no entendemos de la naturaleza. Es una lógica de un
primitivismo náuseo”.
Sea como fuere, sigo esperando
con infinito anhelo (a falta de fe) el día en que Dios resuelva salir de su anonimato
y aparecerse al planeta entero, y se sepa así de una vez por todas quién es el
único y verdadero, si el Yahvé de los Judíos o el Jesús de los Cristianos o el
Mahoma de los musulmanes o el Brahmán de los hindúes o el Zeus de los griegos o
el Júpiter de los romanos o el Quetzalcóatl de los toltecas, de modo que con su viva presencia
refute para siempre las sospechas de quienes afirman que su silencio sepulcral
es la prueba reina de que nunca ha existido.
DE REMATE: La juiciosa pero bulliciosa tarea que viene desarrollando
el uribismo consiste en sembrar desesperación entre la gente para luego aparecer
como los salvadores de la desesperación que ellos mismos crearon.
5 comentarios:
DR. Jorge solo quiero decirle que no juzgue a Dios por sus seguidores de las distintas vertientes, ni a las religiones por lo que hacen sus miembros, eso es como juzgar a un país por lo que hacen algunos de sus habitantes, como por ejemplo a Colombia que la tienen en el extranjero como país de narcos, paracos, guerrilleros y demás, gracias a la fama que nos dan algunas personas; si en verdad anhela realmente conocer a Dios o desea que se le revele, hágalo interiormente, no esperando un gran milagro en el cielo, ya que así es como se nos ha revelado a quienes lo conocemos, porque ningún merito tiene el creer sólo en lo que se ve, repito, si de verdad y sinceramente ese es su anhelo, tenga un poquito de humildad y pídale a Dios que si existe se manifieste en su corazón, le aseguro que si lo hace con sinceridad Dios se manifestará y no tendrá ninguna duda de que es él.
Respetable su punto de vista, gracias.
Qué tal que la palabra tuviera veradero poder creador y en lugar de que las bendiciones salgan de algún depósito desconocido de aquel ser en que muchos, ignorantes o no tan ignorantes, creen, cada vez que alguien le desee una bendición, en realidad esté creando el bien para usted? En un planeta como el nuestro donde a diario creamos, lo que popularmente se llama el mal ¿no está de más pedirle a ese ser tal vez, que cree (que diga) el bien? Al fin de al cabo si el Verbo (o Logos, principio creador de las cosas) es Dios como dice por ahí Juan el evangelista, tal vez esas personas no estén perdiendo tanto el tiempo.
Dios está en cada ser, como el demonio que está en eL uberrimo... Bendiciones
La anécdota de un campesino de Santuario; yo la llame el Señor Eléctrico. En mi pueblo, decía el campesino, la luz es una planta Pelton que prende un señor en la mañana y la apaga como a las 9 después de la telenovela. Ese señor es el electricista del pueblo, arregla todo lo eléctrico. Cuando se presentan subidas de tensión se dañan planchas, televisores y radios. Y todos al otro día vamos a donde el señor eléctrico para que nos arregle el TV especialmente para no perdernos la telenovela. Todos muy agradecidos con nuestro Salvador. Lo que no supimos hasta mucho después era que el voltaje lo subía el mismo que nos arreglaba los televisores para ver la telenovela. Cualquier parecido no es una coincidencia
Publicar un comentario