Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) tuvieron de
bueno en sus comienzos que en acto de legítima rebeldía se alzaron en armas contra
un sistema bipartidista cerrado que se alternaba el poder cada cuatro años y no
les brindaba canales de expresión política a los campesinos ni soluciones a los
problemas de explotación económica e inequidad entre el campo y la ciudad.
A medida que se organizaban las FARC fueron creciendo, como resultado en
parte de la justeza de sus acciones y en parte de una estrategia militar mediante
la cual sostenían presencia en vastos territorios nacionales desamparados por
el Estado. Eso les daba de algún modo validez a que se llamaran Ejército del
Pueblo (EP), pues llegaron a tener 7 bloques (Caribe, Magdalena Medio, José
María Córdoba, Occidental, Sur, Central, Jorge Briceño) y más de 50 frentes, y
fue esa acumulación de fuerzas y su consecuente capacidad de producir zozobra
lo que en la campaña electoral de 1998 entre Horacio Serpa y Andrés Pastrana les
permitió inclinar la balanza a favor del segundo con solo invitarlo a que se
tomara una foto con Tirofijo. Sabían que a Pastrana sí le podrían meter el dedo en la boca, como en efecto
hicieron.
Pero fue precisamente en ese momento de mayor poderío militar y
control territorial, durante las conversaciones del Caguán, cuando comenzó el
declive de las FARC. El 20 de febrero de 2002 forzaron la ruptura del proceso de
paz con el secuestro del avión donde viajaba el senador Jorge Géchem, y a esa
torpeza le sumaron el secuestro indiscriminado de civiles (tras Géchem cayeron
Íngrid Betancourt, Clara Rojas, Guillermo Gaviria, Gilberto Echeverry…), lo
cual condujo a la creación de verdaderos campos de concentración en medio de la
selva y de ahí a su bancarrota como proyecto político.
Gracias a que el país se sintió burlado y humillado con su prepotencia
salvaje, las FARC propiciaron la elección de un sujeto como Álvaro Uribe, frente
al cual uno no sabe quién es peor, si este o su némesis. De cualquier modo, fue
precisamente en él que engendraron la semilla de su propia derrota política y
militar, que es la que hoy los tiene sentados conversando en La Habana con Juan
Manuel Santos, su segundo verdugo. (O acaso, ¿quién fue el que les mató a su
máximo comandante ‘Alfonso Cano’ mientras sostenían conversaciones secretas…?)
En sus 51 años próximos a fenecer, las FARC enfrentaron a dos enemigos:
el Estado representado en su Presidente y su Ejército Nacional, y las fuerzas
oscuras que ante su crecimiento trabajaron en forma coordinada para concebir,
fortalecer y regar por toda la geografía nacional ese monstruo de mil cabezas
conocido como las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Ante la imposibilidad
de enfrentar a la subversión por la vía institucional, empresarios y ganaderos financiaron
o se hicieron los de la vista gorda con los sectores militares de extrema derecha
que armaban o protegían (o capacitaban) a grupos comandados por desalmados narcotraficantes
para que les hicieran el ‘trabajo sucio’, mientras protegían sus rutas de la
cocaína o les recibían uno que otro dinerillo por debajo de cuerda.
En este punto de la historia obliga traer a colación una frase de Los
Simpson que explicaría el auge de esas fuerzas oscuras: “La Administración no
aprueba la justicia por cuenta propia, a no ser que dé resultados”. A partir
del auge de las Convivir y su transformación –y proliferación- en grupos de
autodefensas se inició una sistemática y macabra tarea de aniquilación del
enemigo secándole la fuente de donde bebían, mediante masacres indiscriminadas
de campesinos, desapariciones y despojos de tierras. Esto último funcionaba
como cuenta de cobro anticipada por sus servicios, pues se iban apropiando de lo
que encontraban a medida que sembraban muerte y desolación a su paso. (Y si no
nos creen, pregúntenle al honorable magistrado Jorge Pretelt. Él conoce la
historia de primera mano e incluso le sacó buen provecho).
Parte de lo macabro de esas operaciones de tierra arrasada fue que vinieron
acompañadas de una rentabilidad política sin precedentes, pues condujo a la
Presidencia a alguien de quien existen serios indicios de haber sido desde la
sombra el Comandante en Jefe de esas fuerzas, alguien que nunca se paró en contemplaciones
para lograr sus objetivos y se distinguió por rodearse en su círculo más
cercano de la peor gentuza, como los dos consecutivos jefes de Seguridad de la
Presidencia (Mauricio Santoyo, Flavio Buitrago) y su primer director del DAS,
Jorge Noguera, sin que ello le hubiera acarreado siquiera una pequeña cuota de
responsabilidad política.
Terrible paradoja la que ha vivido la historia de Colombia en sus dos
últimas décadas, que quien mejor enfrentó a las FARC y las obligó a acudir a
una negociación de paz, hoy es señalado hasta por la justicia internacional de
haber recurrido a “todas las formas de lucha” (por ejemplo, lo de los ‘falsos
positivos’) en busca de su aniquilación. Ello le haría merecedor a similares
sanciones penales a las que exige para el bando que combatió, pero al que
quisiera forzar al escalamiento de las acciones para calmar la sed que trae de
aplastarlos desde que le mataron a su padre.
Álvaro Uribe se catapultó a la Presidencia de la República porque
prometió acabar con las FARC, y aunque no lo logró, sigue teniendo combustible
político mientras estas permanezcan en La Habana o las sigan combatiendo, que es
por supuesto la vía preferida del exmandatario.
En este contexto, ya sabemos qué es lo que hoy tienen de bueno las
FARC: que el día que dejen las armas y se incorporen a la vida política, Uribe
se queda sin oficio, porque se le habrá acabado la gasolina con la que incendia
los ánimos del país entero.
En otras palabras: “Si desaparece el enemigo, desaparece su razón de
ser. La paz los aniquila”.
DE REMATE: El domingo pasado la edición 1.735 de Semana trajo el
artículo “Operación
tapen-tapen” -que debió ser carátula-, donde muestra audios que delatan la
estrategia de militares detenidos por falsos positivos que buscaban desviar las
investigaciones y ocultar responsabilidades de los altos mandos. Lo increíble
fue que tan escandalosas revelaciones no tuvieron ninguna repercusión en otros
medios. No pasó nada, absolutamente NADA. ¿En qué país vivimos, ah?
No hay comentarios:
Publicar un comentario