Con el paso de los días la ocurrencia de crímenes pasionales viene en
aumento, en una proporción que invita a preguntarse a qué obedece que esta
modalidad de asesinato tenga ahora tantos practicantes o ‘afectos’.
Para citar los dos casos más recientes en Colombia, en
Pereira un vendedor de carros mata a sus dos pequeños de 2 y 4 años de edad
y luego se suicida, y en
Vélez otro individuo en un ataque de celos hace lo mismo tras disparar
sobre su esposa, su hija de 14 años (en la boca) y el hijo menor, de 7 años.
Mientras tanto, desde el otro lado del género una eminente médica colombiana
del MD Anderson Cancer Center (Houston, Texas), Ana
María González, es condenada a diez años de cárcel por envenenar al también
médico George Blumenschein, con quien sostenía una relación de sexo casual a
pesar de que este tenía novia.
Aunque no fue posible encontrar estadísticas claras sobre el crimen
pasional, un informe de Medicina Legal sobre el comportamiento del homicidio en
2013 muestra que de los solamente 3.780 casos donde se pudo establecer el
motivo (entre los 14.294 ocurridos ese año), el 48,28% correspondió a “violencia
interpersonal impulsiva”. Y de los 110 casos que se presentaron específicamente
de “violencia de pareja”, en 97 casos las víctimas fueron mujeres y sólo en 13
casos lo fueron hombres.
En este contexto lo ocurrido con Ana María González sería una
excepción a la regla, solo que bien llamativa, por tratarse de una de las más
importantes oncólogas de Estados Unidos y porque su conducta se ajustó con
‘fidelidad’ a la Atracción
fatal que expuso la película del mismo nombre, en la que un encuentro
clandestino entre el abogado neoyorquino Dan Gallagher (Michael Douglas) y una
madura pero atractiva Alex Forest (Glenn Close) desarrolla en esta última una obsesión
que termina en tragedia.
Son precisamente tragedias pasionales las que con mayor frecuencia se
vienen presentando en Colombia, y las cifras de Medicina Legal con toda
seguridad se incrementarán para el año en curso, porque así lo vienen mostrando los titulares de prensa. Sea como
fuere, llama la atención su incidencia cada vez más alta sobre mujeres, en lo
que ahora se conoce como “feminicidio” y sin que la palabra homicidio
represente el antónimo, por cuenta de la también en boga inclusión idiomática
de género.
En busca de una palabra que dé explicación a lo que viene ocurriendo,
encontramos dos: liberación femenina. Es un hecho indubitable que en los
últimos 30 años, de algún modo contagiadas por el hipismo de los años 70 y su
revolución del amor libre, mujeres de todos los confines del planeta han
desencadenado una revolución sexual que está afectando profundamente sus
relaciones con los hombres.
Se trata de una cita a la que muchos ‘machos’ llegaron tarde, porque
se niegan a entender que la mujer ha ocupado unos espacios en los que antes
desempeñaba un rol de sumisión o inferioridad, los cuales van desde el ámbito
laboral hasta la conquista de su propia libertad sexual (todo ello ligado a la
práctica de su derecho a la felicidad), mientras que un sentimiento atávico de
posesión machista impulsa al sexo opuesto a impedirlo. En Colombia el fenómeno
se ha venido presentando con especial crudeza, por cuenta de unas estructuras
de pensamiento arcaicas ligadas incluso a dogmas religiosos, donde la mujer le
debe obediencia, sometimiento y fidelidad al hombre.
Hay casos de casos, claro está: está el del celoso patológico Samuel
Viñas que en Barranquilla durante la celebración
del Año Nuevo asesina a su
exesposa Clarena Acosta delante de sus hijos (pero el muy cobarde no se
suicida), hasta el del rey de burlas que después de 20 años de matrimonio
descubre que su señora mantuvo relaciones íntimas con tres de sus amigos, y al
enterarse se debate entre matarla, suicidarse o dejarla, y escoge la tercera
opción, para salvación de todos los involucrados.
Según Françoise Giroud (Hombres y
mujeres, Editorial Planeta) “el drama de los celos consiste en que mientras
más vigilada y espiada se halla una, más se ahoga y más tentada se siente a
alimentar la sospecha”. A lo cual responde en el mismo libro el pensador
Bernard-Henri Lévy, ubicando la discusión en un contexto humano, demasiado
humano: “desde que hay amantes, hay celosos. Y los celos son inconfesables. Y
hay hombres, eventualmente filósofos, que estrangulan a su mujer”.
Se trata de un fenómeno cuyas raíces son incluso étnicas, pues en
Occidente seguimos atados a una moral judeocristiana que subyace en el
inconsciente colectivo y le teme al “poder desmesurado del placer femenino”. Al
respecto dice la Giroud que “si se dejara actuar a la mujer, agotaría la
energía del hombre”. De otro lado, es sabido que los chinos –y las chinas-
tienen una vida erótica más intensa y refinada, quizá debido a que ignoran la
noción de pecado. Para no hablar de los esquimales, quienes no conocen los
celos y por tanto, cuando un extraño llega a su iglú, lo más refinado de la
hospitalidad es prestarle la mujer.
El llamado a la serenidad hay que hacérselo sobre todo a los varones,
pues son esos condicionamientos culturales incorporados como un chip a
estereotipos machistas los que a veces convierten a un hombre culto y respetado
en un asesino, por culpa de una ‘canita’ que quiso echarse su mujer, cuando la
solución al problema pudo haber estado en tomarse unos días de descanso en
Groenlandia, donde abundan los iglúes.
DE REMATE: La lluvia de
amenazas que se ha desatado contra líderes de izquierda y defensores de Derechos
Humanos, parecería el coletazo de una bestia herida. Como llamativa
coincidencia, los más amenazados son quienes más duro han hablado contra Álvaro
Uribe.
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