“Se le dijo, se le
advirtió, se le recomendó, pero no hizo
caso…”
Peraloca, personaje de Hebert Castro
En el debate preelectoral de Caracol donde Luis Carlos Vélez asumió el
odioso rol de prefecto de disciplina, Óscar Iván Zuluaga dijo algo en
apariencia intrascendente, pero de profundo contenido subliminal: “gobernaré
con la ayuda de Dios”. Justo el día anterior le había alzado la voz al
candidato presidente, durante el debate en RCN, después de que este lo trató de
títere de Uribe: “usted a mí me respeta, doctor Santos”.
Para entender por qué Zuluaga en cosa de semanas pasó de ser candidato
colero en las encuestas a obtener la mayor votación en la primera vuelta
electoral, se debe reconocer que detrás está la mano prodigiosa aunque
maquiavélica de un genio de la comunicación como Álvaro Uribe, quien después de
mucha brega logró adiestrar a su ‘muñeco’ de ventriloquía en cosas preñadas de
simbolismo como imitar casi a la perfección los giros sonoros de su voz o la expresión
gestual de sus manos.
Esto es de genios, pero no es nuevo ni original. Lo que hace el
uribismo es estudiar y aplicar las técnicas de propaganda que en su momento adoptó
el nazismo antisemita alemán que llevó a Adolf Hitler al poder en 1933 y lo mantuvo
allí hasta los días de la hecatombe en 1945. La diferencia más notoria está en
que aquí no sería un movimiento antisemita sino antiguerrilla, donde lo que
para Hitler fueron los judíos para Álvaro Uribe son “los terroristas de la FAR”.
Pero coinciden en que Uribe carga con su propio Joseph Goebbels, quien para el
caso que nos ocupa también se llama José (Obdulio Gaviria), genuino ideólogo
del mal llamado Centro Democrático y cerebro gris del expresidente paisa, hoy
propietario, artífice y dueño de los derechos sobre la marca Óscar Iván Zuluaga,
ahora reconocible como “Z”.
La situación sin embargo no se
presta para chistes ni odiosas comparaciones: los resultados electorales del pasado
25 de mayo indican que Colombia está ante el inminente peligro de avanzar hacia
el abismo aferrada a la mano de Álvaro Uribe, “con la ayuda de Dios”. Lo triste
es que algunos medios quizá confundidos de buena fe (como en la Alemania pre
nazi) siguen en el papel de ingenuos pregoneros de esa extrema derecha rabiosamente
guerrerista e identificada con una Z que ayer fue U, y que por coincidencia
gráfica –no sabemos si intencional- se acerca ya a la cruz gamada (卐). La ingenuidad de los medios está en que por
ejemplo gradúan de ‘polémica tuitera’ a una señora histérica como María
Fernanda Cabal, cuya más conocida tarea en su faceta de senadora ha sido la de ensuciar el agua de la política donde
se bañan los tuiteros, escupir sobre la tumba de nuestra más grande gloria
nacional, Gabriel García Márquez, y tildar de guerrilleros a los que no viven
en el centro del país porque no votaron por Zuluaga.
Hoy Colombia está ad portas de un ‘golpe de Estado de opinión’, donde
el comandante en jefe del uribismo y demás fuerzas oscuras, alentado por el triunfo
que en bandeja de urnas le entregarán unas masas adocenadas, tendrá carta
blanca (y negra) para doblegar a la justicia –si es el caso por la vía militar,
que le marcha al dedillo- e imponer la impunidad sobre los delitos que se le
imputan tanto a él como a la camarilla que lo acompañó en sus ocho años de
gobierno, muchos de cuyos integrantes son investigados o pagan penas de prisión
por sus comprobados delitos.
Pero volvamos al primer párrafo de esta columna, donde se identifican
los dos principales elementos de los que se ha valido la bestia para calar en
el imaginario colectivo y controlar la psiquis de sus fervorosos seguidores,
como en su momento lo hizo Hitler: el hombre religioso que invoca a Dios y pone
a su gabinete a rezar el rosario tras el triunfo de la Operación Jaque, y el
hombre guerrero: “usted a mí me respeta, doctor Santos”.
Preguntémonos cuántas veces en su carrera habrá empleado Uribe su
famoso “usted me respeta”, y encontramos la última en una entrevista radial con
Vicky Dávila (“tú me respetas”), cuando esta la pedía con insistencia las
pruebas de su acusación contra Santos por el supuesto ingreso de dos millones
de dólares a su campaña del 2010. Y ocurrió justo el día en que Zuluaga usó el
mismo estribillo, no porque Santos lo hubiera sacado de casillas sino porque estaba
contemplado en el libreto: “indignarse en algún momento del show”, o algo por
el estilo.
Esto no es gratuito ni coincidente, sino la puesta en escena de una
tramoya en la que sus ‘creativos’ sondearon el alma y las pulsiones del colombiano
promedio y encontraron que este le rinde culto al bravucón porque revela
carácter y don de mando, como también al que se declara devoto de la Virgen y
de la Santísima Trinidad y del hermano Marianito, bajo el entendido implícito
de que todo creyente es por antonomasia un hombre bueno.
Es por ello que cada cierto tiempo Uribe desliza eso de decir que “soy
un guerrero”. Él sabe que así, de modo subliminal, le llega al corazón de la
gente que en las películas asimila al guerrero con la condición de héroe: un
héroe que invoca al Altísimo y por tanto adquiere la jerarquía de Mesías o caudillo
en una cruzada contra las fuerzas del mal, identificadas en las FARC y en todo
lo que se oponga a su cosmovisión ortodoxa, radical, ultra católica y
militarista. Y cualquier parecido con el general Francisco Franco es clara
coincidencia religiosa e ideológica, como lo es “del mismo modo y en sentido
contrario” con otro fiel aliado de su causa, el procurador Alejandro Ordóñez.
El gran peligro para nuestra maltrecha democracia reside en que si Óscar
Iván Zuluaga fuera elegido presidente, no sería este quien controlaría los
hilos del poder sino un individuo sub judice, categoría colindante con lo penal
que adquirió en el ejercicio soberbio de un poder omnímodo, que le sirvió hasta
para nombrar a reconocidos criminales como Jorge Noguera en la dirección del DAS
o a Mauricio Santoyo como su Jefe de Seguridad en la Presidencia, y donde una
práctica genocida como la de los ‘falsos positivos’ (que al parecer aprobó,
pues defiende a sus autores como ‘héroes de la Patria’ y ‘perseguidos por la
Fiscalía’) sigue siendo la mancha más ominosa de su gobierno, del mismo modo
que en el de Hitler lo fue el holocausto judío.
Es por eso que este 15 de junio, Colombia está ante dos opciones:
Una: Tropezar por tercera vez con la misma piedra, o sea regresar a la
guerra entre hermanos, a la saga funesta de un gobierno dedicado al ‘todo
vale’, a cometer delitos y persecuciones (unas abiertas, otras mediante
espionaje), a seguir
recortando beneficios, primas, salarios, dominicales
y horas extras para beneficiar al empresariado.
Dos: Buscar la cura para todos esos males.
DE REMATE: La decisión coincidente del Polo y Alianza Verde de dejar a
sus electores decidir por quién votar, es irresponsable y pusilánime, por no
decir cobarde. Dejan al proceso de paz inerme y en la mira de sus poderosos
enemigos. La izquierda y el centro resultaron ‘ni chicha ni limoná’. No hay derecho,
como dicen las señoras.
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