En días recientes la
FM de RCN publicó una noticia que deja ver un malestar subterráneo –aunque
de profundidad desconocida- dentro de las Fuerzas Armadas, en apariencia originado
en la declaración del presidente Juan Manuel Santos según la cual si se le
presentara la oportunidad de matar a Timochenko “lo pensaría dos veces”.
La información habla de un mensaje de WhatsApp que habría sido enviado
y compartido entre la oficialidad del Ejército y la Policía Nacional, que dice
así: “Para todos nuestros familiares y amigos, por favor no elijan otra vez a
Santos. Ustedes saben bien todas las promesas que nos ha hecho y entregó el
país a las Farc. A la pregunta de Vicky Dávila sobre ¿si encuentra a Timochenko
lo daría de baja?, el presidente respondió que lo pensaría dos veces. Señor
presidente: ¿acaso la tortura y posterior asesinato de todos los hombres,
militares y policías en Putumayo y Cauca, no son razón suficiente para romper
los supuestos diálogos de paz? ¿O acaso estos héroes de la Patria solamente les
importan a sus padres, viudas y huérfanos? Este gobierno no valora suficientemente
los sacrificios que tienen que hacer estos hombres que trabajan las 24 horas
del día y solo ven a sus familias dos veces al año. Todos a apoyar al Centro
Democrático. Páselo a todos sus contactos”.
Busqué en Internet y la información que encontré fue casi nula,
incluso la que suministra La FM, pues esta se limita a divulgar una sola y
desabrida respuesta del comandante de las Fuerzas Militares, general Juan Pablo
Rodríguez, donde no desmiente que ese mensaje se haya transmitido entre las
filas, en ninguna parte habla del acatamiento que le debe a su superior
inmediato el presidente de la República, se refiere en términos vagos al
“compromiso institucional en el cumplimiento de la misión”, y remata con que
“seguiremos desarrollando nuestro plan, que es nuestro norte”.
No hace falta leer entre líneas para concluir que tanto en el WhatsApp
como en la declaración del general Rodríguez se percibe un malestar represado,
en parte comprensible por los sucesos que se desencadenaron a raíz del
descubrimiento de la sala Andrómeda de Inteligencia Militar (desde donde al
parecer ‘chuzaban’ a los negociadores de La Habana), sumado al escándalo por
los actos de corrupción del coronel Robinson González que provocaron la salida
del entonces comandante de las FF MM, general Leonardo Barrero, y de otros
cinco generales. Esto sin mencionar los mal llamados ‘falsos positivos’, algo
que como hilo conductor involucra tanto al coronel mencionado como al gobierno
de Álvaro Uribe, quien no deja de insistir en que sus autores son “héroes de la
patria” y “perseguidos por la Fiscalía”.
Ahora bien, ¿quién sería en lo político el más directo favorecido de
esta situación de malestar represado? La respuesta es de Perogrullo. Podría
parecer que se quiere hilar delgado, pero no deja de ser coincidente que a la
par que el recién defenestrado general Barrero adhiere a la campaña de Óscar
Iván Zuluaga y se hace acompañar del muy beligerante general Harold Bedoya,
entre la oficialidad del Ejército y la Policía circula un mensaje (que el comandante
de las FFMM no desmiente, a modo de velada advertencia) donde después de
despotricar contra el presidente Santos se invita a “Todos a apoyar el Centro
Democrático”, cuyo candidato es Zuluaga.
Lo que en últimas está de por medio –y atravesado, para el sector más
radical del Ejército- es el proceso de paz. Es obvio que si midiéramos en una
balanza hacia dónde se inclinan los afectos de las Fuerzas Militares, si a
favor de la paz o de las posiciones rabiosamente contrarias que pregona Álvaro
Uribe, este no solo llevaría las de ganar sino que en la práctica las va
llevando, como lo demuestra por ejemplo la entrega clandestina de las
coordenadas secretas, que divulgó en Twitter, del lugar donde serían recogidos
unos guerrilleros para llevarlos a Cuba.
Esto indica a las claras que el presidente Santos se mueve en un
terreno de arenas movedizas, donde es el Comandante en Jefe de unas fuerzas que
le deben obediencia por simple cadena institucional de mando, pero la lealtad
parece estar en el otro lado de la balanza, el de su mayor ‘enemiguis’.
Un hecho incontrovertible es que si se consolidara la paz, el Ejército
obligatoriamente tendría que reducir su tamaño, pues el actual creció en la
proporción requerida para enfrentar el conflicto armado. Pero eliminado este
quedaría mucha gente y dependencias sobrando, y habría entonces una notable
reducción (además) en el gasto militar. Solo que no es estratégico decirlo o
reconocerlo, y es por ello que el presidente se esfuerza en hacerles creer lo
contrario.
El problema es que no le creen, por una sencilla y también
incontrovertible razón: porque la paz para el Ejército no es buen negocio ni en
lo militar, ni en lo político ni en lo económico. En lo militar, lo sienten
como una derrota; en lo político, como una abdicación del Estado frente al
terrorismo; y en lo económico… (bueno, aquí todo lo que diga puede ser usado en
mi contra). Por eso prefieren creerle al expresidente Uribe, en quien han
puesto sus más ‘secretas’ complacencias.
MORALEJA Y CONCLUSIÓN: Las
negociaciones de paz habría que adelantarlas también con esa extrema derecha
representada por Álvaro Uribe, en su condición de Comandante en Jefe de todo lo
que hay detrás suyo. Son cada día más frecuentes los sucesos que advierten
sobre la presencia agazapada de una fiera herida que, mientras no se apacigüe
su dolor, en cualquier momento puede dar el zarpazo.
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