lunes, 2 de diciembre de 2013

¿Qué te pachó, Pachito?




Al regreso del autoexilio de un mes que se impuso tras la derrota sufrida en la convención del uribismo (UCD), Pacho Santos habló más que un perdido cuando aparece y con ello confirmó que “el que no ha visto a Dios, cuando lo ve se asusta”.

Si nos atenemos a la entrevista exclusiva que le concedió a María Isabel Rueda apenas descendió del avión que lo trajo de Madrid, a Pacho lo asustó –y le dejó “un sabor inmensamente amargo”- descubrir que la convención “venía amarrada desde antes”.

Por eso abandonó el recinto de la manguala como quien se aleja de Sodoma, sin mirar atrás para no convertirse en estatua de sal, como le pasó a Edith –la esposa de Lot-, mujer a la que el entrevistado confundió con Sara, la esposa de Abraham, en error compartido con la entrevistadora.

Lo llamativo de la entrevista citada es que Pachito le echa la culpa de lo que pasó al uribismo, pero salva de toda responsabilidad a Álvaro Uribe, a quien sigue viendo como “un gigante al que lo rodean personas muy pequeñas”. Al margen del pleonasmo, pues a todo gigante lo rodean personas pequeñas, con esa afirmación se apartó –no sin antes ofender- de la recua de enanos en la que por supuesto incluye a Óscar Iván Zuluaga, de modo que quien así se expresa se ubica en la misma estatura de Uribe, y por tanto ya no sería un gigante sino dos.

Esto se compagina con otra divertida declaración que Pachito le dio a la Rueda, cuando dijo que “soy una persona de inmenso carisma”, en respuesta –que envidiaría una reina de belleza- a la pregunta ¿qué hubiera hecho usted como candidato que no pueda hacer Óscar Iván? Son de esas cosas que Pachito va diciendo de puro bocón y precipitado, sin medir las consecuencias, y que para el caso presente retratan al candidato elegido del uribismo como una persona de escaso carisma. La afirmación proviene de alguien que a la vez se autoproclama seguidor “leal" de las tesis de Álvaro Uribe, sin ser consciente de que con sus deslenguadas declaraciones se le atraviesa como vaca muerta al proyecto político de quien considera su maestro.

Francisco Santos vio a Dios por primera vez cuando Uribe le aceptó la propuesta de ser su candidato a la vicepresidencia, pero ahí no se asustó, porque él creía tener el poder (familiar) suficiente para ser el Vicepresidente de Colombia. Se asustó fue la segunda vez, cuando vio ante sus atónitos y relamidos ojos que también podía ser el Presidente y… se lo creyó.

Ese grado de convencimiento se vio reforzado con las encuestas que lo daban como el más seguro candidato del uribismo a la Presidencia. Fue entonces cuando Francisco dejó de llamarse así y prefirió que lo comenzaran a llamar Pacho, con lo cual se convirtió en el Chapulín Colorado de la política, del mismo modo que el Chapulín personifica al antihéroe de las tiras cómicas. Y si hubiera llegado a la Presidencia –o al menos hubiera sido el candidato de Uribe- habría podido espetarle al ala de la bogotanísima familia Santos con la que no se entiende: ¡no contaban con mi astucia!

Lo cierto es que el propio Álvaro Uribe andaba embarcado -¿o embaucado?- en ver cómo se quitaba de encima al otro Santos (diferente al que años atrás le pidió el ministerio de Defensa), pues en su más íntimo fuero sabía que a corto plazo era la persona indicada para dañarle la reelección a Juan Manuel, pero a mediano o largo plazo podía acabar de hundirle su proyecto, por tratarse de un hombre en el que tampoco se puede confiar, como sobradas muestras ha dado desde que se creyó el cuento de que las encuestas lo favorecían y que eso era suficiente para ganarse la confianza y el aval de su jefe.

Asumiremos de todos modos que Pachito es genuinamente ingenuo, pues en caso contrario no se explica que siga convencido de que el uribismo le hizo tremenda zancadilla en una convención amañada, pero que todo ocurrió (nuevamente) a espaldas de Uribe. Para salir de dudas bastaría con que se leyera los chats inéditos publicados por El Espectador donde María Angélica Cuéllar –uribista purasangre y llamada a la convención como testigo electoral- denunció las trampas que allí se hicieron y ante las cuales, a falta de la explicación pedida, la única respuesta que de Uribe recibió fue “respete”.

Si de respeto se ha de hablar, habrá que preguntarse entonces si el exjefe de redacción de El Tiempo sigue convencido de que Uribe respetó su aspiración a la candidatura del UCD a la Presidencia, o si fue que más bien contribuyó a meterle la zancadilla. Resuelta esta duda sabremos si Pacho Santos es un genuino ingenuo, o un genuino torpe o, definitivamente, un genuino político perverso.

Como su maestro, por supuesto.

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