Si nos atenemos a la entrevista exclusiva que le concedió a María
Isabel Rueda apenas descendió del avión que lo trajo de Madrid, a Pacho lo
asustó –y le dejó “un sabor inmensamente amargo”- descubrir que la convención “venía
amarrada desde antes”.
Por eso abandonó el recinto de la manguala como quien se aleja de
Sodoma, sin mirar atrás para no convertirse en estatua de sal, como le pasó a
Edith –la esposa de Lot-, mujer a la que el entrevistado confundió con Sara, la
esposa de Abraham, en error compartido con la entrevistadora.
Lo llamativo de la entrevista citada es que Pachito le echa la culpa
de lo que pasó al uribismo, pero salva de toda responsabilidad a Álvaro Uribe, a
quien sigue viendo como “un gigante al que lo rodean personas muy pequeñas”. Al
margen del pleonasmo, pues a todo gigante lo rodean personas pequeñas, con esa
afirmación se apartó –no sin antes ofender- de la recua de enanos en la que
por supuesto incluye a Óscar Iván Zuluaga, de modo que quien así se expresa se
ubica en la misma estatura de Uribe, y por tanto ya no sería un gigante sino
dos.
Esto se compagina con otra divertida declaración que Pachito le dio a
la Rueda, cuando dijo que “soy una persona de inmenso carisma”, en respuesta –que
envidiaría una reina de belleza- a la pregunta ¿qué hubiera hecho usted como
candidato que no pueda hacer Óscar Iván? Son de esas cosas que Pachito va
diciendo de puro bocón y precipitado, sin medir las consecuencias, y que para
el caso presente retratan al candidato elegido del uribismo como una persona de
escaso carisma. La afirmación proviene de alguien que a la vez se autoproclama
seguidor “leal" de las tesis de Álvaro Uribe, sin ser consciente de que
con sus deslenguadas declaraciones se le atraviesa como vaca muerta al proyecto
político de quien considera su maestro.
Francisco Santos vio a Dios por primera vez cuando Uribe le aceptó la
propuesta de ser su candidato a la vicepresidencia, pero ahí no se asustó,
porque él creía tener el poder (familiar) suficiente para ser el Vicepresidente
de Colombia. Se asustó fue la segunda vez, cuando vio ante sus atónitos y
relamidos ojos que también podía ser el Presidente y… se lo creyó.
Ese grado de convencimiento se vio reforzado con las encuestas que lo
daban como el más seguro candidato del uribismo a la Presidencia. Fue entonces
cuando Francisco dejó de llamarse así y prefirió que lo comenzaran a llamar Pacho,
con lo cual se convirtió en el Chapulín Colorado de la política, del mismo modo
que el Chapulín personifica al antihéroe de las tiras cómicas. Y si hubiera
llegado a la Presidencia –o al menos hubiera sido el candidato de Uribe- habría
podido espetarle al ala de la bogotanísima familia Santos con la que no se
entiende: ¡no contaban con mi astucia!
Lo cierto es que el propio Álvaro Uribe andaba embarcado -¿o
embaucado?- en ver cómo se quitaba de encima al otro Santos (diferente al que años
atrás le pidió el ministerio de Defensa), pues en su más íntimo fuero sabía que
a corto plazo era la persona indicada para dañarle la reelección a Juan Manuel,
pero a mediano o largo plazo podía acabar de hundirle su proyecto, por tratarse
de un hombre en el que tampoco se puede confiar, como sobradas muestras ha dado
desde que se creyó el cuento de que las encuestas lo favorecían y que eso era
suficiente para ganarse la confianza y el aval de su jefe.
Asumiremos de todos modos que Pachito es genuinamente ingenuo, pues en
caso contrario no se explica que siga convencido de que el uribismo le hizo
tremenda zancadilla en una convención amañada, pero que todo ocurrió
(nuevamente) a espaldas de Uribe. Para salir de dudas bastaría con que se leyera
los chats
inéditos publicados por El Espectador donde María Angélica Cuéllar
–uribista purasangre y llamada a la convención como testigo electoral- denunció
las trampas que allí se hicieron y ante las cuales, a falta de la explicación
pedida, la única respuesta que de Uribe recibió fue “respete”.
Si de respeto se ha de hablar, habrá que preguntarse entonces si el
exjefe de redacción de El Tiempo sigue convencido de que Uribe respetó su
aspiración a la candidatura del UCD a la Presidencia, o si fue que más bien
contribuyó a meterle la zancadilla. Resuelta esta duda sabremos si Pacho Santos
es un genuino ingenuo, o un genuino torpe o, definitivamente, un genuino
político perverso.
Como su maestro, por supuesto.
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