En 1961 Nelson Mandela concedió desde la clandestinidad su primera entrevista para
televisión a Brian Widlake, un
reportero blanco de Independent
Television Network, en Johannesburgo. El nombre del lugar donde se
reunieron aún permanece oculto.
Unos días atrás este luchador contra la segregación racial había sido
elegido secretario honorario del Congreso de Acción Nacional de Toda África,
movimiento clandestino que adoptó el sabotaje como medio de lucha contra el
régimen de la recién proclamada República Sudafricana. Mandela – o Madiba, como
se le conocía- se encargó de dirigir el brazo armado de esta organización, que
ejecutaba acciones de valor estratégico y político contra ciertas
instalaciones, pero evitaba atentar contra vidas humanas.
Al año siguiente de esa entrevista, a la edad de 42 años fue detenido,
procesado y condenado a cadena perpetua en el Juicio de Rivonia, y puesto en
libertad 28 años después, en 1990, gracias a una fuerte presión internacional.
Durante su larga permanencia en prisión y en medio del reiterado rechazo del gobierno
de Sudáfrica a ponerlo en libertad (bajo la acusación de que era un
terrorista), Mandela se convirtió en símbolo planetario de la lucha contra la
discriminación racial.
En la entrevista citada el periodista comienza por preguntarle qué es
lo que en realidad quieren los africanos, y Mandela no le responde con que hay
que cambiar el modelo económico o mandar a los europeos para su casa, sino que
habla de algo muy simple, del derecho al voto: “los africanos quieren sufragar,
bajo el criterio de un hombre un voto. Quieren independencia política”.
La réplica del entrevistador conlleva una carga argumental europea y ‘culta’
en apariencia, pues asume que se requiere ser educado para poder votar, lo cual
explicaría por qué los negros sudafricanos no tenían derecho al sufragio en el
país donde habían nacido:
“¿Hay muchos africanos educados en Sudáfrica?”. Mandela le responde
que sí, que claro, que muchos africanos participaban en las luchas políticas,
pero que la educación no tiene nada que ver con el voto: “no tienes que ser
educado para saber que quieres ciertos derechos fundamentales, que tienes aspiraciones,
que tienes reclamos. Eso nada tiene que ver con la educación”.
El cuento viene a colación con motivo de la noticia según la cual el
Consejo Nacional Electoral (CNE) de Colombia le negó al Uribe Centro
Democrático el uso de la imagen y del apellido del expresidente Uribe en el
símbolo con el que esa colectividad pretende llegar al Congreso. Según el
organismo electoral “los partidos no son una persona, sino una agrupación
política con pluralidad de afiliados y militantes, y en virtud de ello los
candidatos cambian en el tiempo; luego, no puede ser uno de ellos el reflejo de
una agrupación”.
¿Y qué tiene que ver esto con Mandela y con la educación? Con que si
no fuera porque el uribismo aspira a llegarle a la gente inculta y no educada de este país
para poder elegir al mayor número posible de congresistas, no tendría
inconveniente alguno en competir en igualdad de condiciones con los demás
partidos y candidatos.
Tener educación significa que si el votante quiere votar por Álvaro Uribe
y gracias a su formación política sabe que su partido es el Centro Democrático,
marcará la X en el lugar que corresponde. Pero, como en su ignorancia sabe
quién es Uribe pero no cuál es su partido, se corre el riesgo de que el votante
termine votando por el Partido de la U, porque es lo más cercano que en su
memoria tiene al expresidente.
Error craso entonces el que Uribe cometió al ponerle a su movimiento
político tan melifluo y mentiroso nombre (¿“centro”?, ¡por favor!), que ahora
procura remediar torciéndole el pescuezo a la legislación electoral para
atrapar incautos.
Otra cosa hubiera sido si atendiendo a las convicciones religiosas del
ignorante (a Dios gracias) pueblo
colombiano, hubiera optado por ejemplo por darse a conocer como el Partido de Cristo
Rey (PCR), conservando con ello el carácter mesiánico que el caudillo de marras
siempre ha querido imprimirle a su proyecto político. Con ello además se habría
ganado el fervor –aunque ya recibe toda la colaboración- del Procurador General
de la Nación.
En uno de los obsesivos trinos que @AlvaroUribeVel publicó a raíz de
la muerte del líder africano, se leía: “Mandela reivindicó derechos democraticos
(sic). Por contraste los narcoterroristas destruyen la democracia”. Esto lo
dice alguien a quien nunca se le conoció la menor descalificación al régimen
del apartheid, pero ahora pretende fungir como admirador y seguidor de las
tesis de Mandela, en la medida en que conviene a sus propósitos
desestabilizadores. Como también los tuvo Mandela, pero contra un régimen
oprobioso, mientras que para Uribe el supuesto oprobio consiste en que el
binomio Santos-Farc pretende instaurar en Colombia el Castro-chavismo. ¿Habrase
visto mayor ignorancia, insolencia y alevosía contra un legítimo intento de
conquistar por fin la paz y la reconciliación entre los colombianos, que fue lo
que al final de su accidentada lucha sí pudo lograr Mandela en Sudáfrica?
Para el caso que nos ocupa, si hacemos memoria y recordamos que los
grupos paramilitares son una expresión de terrorismo a favor del Estado, y que Uribe
debido a su apoyo a las Convivir o a quienes han patrocinado el
paramilitarismo, es considerado un simpatizante (o practicante, vaya uno a
saber) de esta ‘forma de lucha’, habría que preguntarse entonces si el término
‘terrorista’ habría que achacárselo a Nelson Mandela, o a “la FAR”, o más bien al
sujeto en referencia.
¿O a los tres por igual? Mejor saquemos a Mandela de ese paseo, que no
se lo merece.
Twitter: @Jorgomezpinilla
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