Tomado de El Espectador
La clave que permite entender el
tinglado de opereta que montó la Fiscalía General de la Nación para absolver a
Álvaro Uribe Vélez reside en esta frase de editorial reciente de El Espectador:
"No tiene sentido que avance el proceso contra el abogado Diego Cadena
y se considere que es una situación aislada e inconexa de las sospechas que
operan contra el expresidente". (Ver
editorial).
En castellano castizo y en
palabras imaginadas del fiscal Gabriel Jaimes, esto traduce: “Es cierto que
se cometieron delitos al sobornar a falsos testigos para que atestiguaran
contra Iván Cepeda y de ese modo favorecieran a Uribe, pero esto fue cosa del
abogado Cadena y a espaldas de su representado, quien nunca se enteró de nada”.
Absurdo.
Se trata de una mentira evidente,
sin pies ni cabeza, que recuerda El traje nuevo del emperador, de Hans
Christian Andersen, cuento infantil sobre un regente al que dos embaucadores convencieron
de confeccionarle un vestido que se hacía invisible a los ojos de la persona
que no era digna de portarlo, de modo que cuando con él lo vistieron fingió que
sí lo veía, y así salió a la calle. Y la gente a su paso alababa el traje nuevo
del emperador, porque nadie se atrevía a decirle que iba desnudo.
En este caso los embaucadores son
el fiscal general Francisco Barbosa y el encargado Jaimes (el de los mandados
de Alejandro Ordóñez), quienes vestidos con el traje de la impudicia y por arte
de prestidigitación pretenden hacer creer al país que su protegido -y jefe
político de ambos- permanece inocente de toda culpa, cuando ocurre lo
contrario: el documento
de 1.554 páginas mediante el cual la Corte Suprema de Justicia sustentó la
orden de detención, desnuda sin margen de duda las artimañas de las que se
valieron Uribe y sus abogados secuaces para tratar de incriminar al senador Iván
Cepeda, recurriendo a visitas a diversas cárceles en busca de comprar testimonios
falsos de avezados delincuentes.
Antes que a una nueva mentira, asistimos
a la prolongación -o perpetuación- del mismo engaño en el que Uribe ha
mantenido al país desde que se hizo elegir gobernador de Antioquia y sembró en
su propio territorio la semilla del paramilitarismo. Ese paramilitarismo que
hoy, luego de la supuesta desmovilización pactada en Ralito, ha vuelto con más
bríos y llena otra vez de dolor y masacres vastos territorios de la geografía
nacional.
Colombia está envuelta en el
mismo engaño de hace veinte años, cuando eligió al sátrapa para salir del
engaño en que cayó Andrés Pastrana al sentarse a conversar con las Farc, luego
de darles un territorio del tamaño de Suiza. Y estas, fortalecidas
militarmente, en lugar de aprovechar para hacer política cayeron en salvajadas
como la de secuestrar civiles inocentes. Y así le abrieron la puerta al
monstruo.
(Breve paréntesis para reiterar
que Colombia hoy estaría mejor si en 1998 en lugar de Pastrana el elegido
hubiera sido Horacio Serpa, ídem si hubiera sido este y no Uribe, a quien
enfrentó en 2002 y 2006).
Colombia está envuelta en ese
mismo engaño, decía, pero lo peor de todo es que esto se va a poner mucho peor…
y nadie parece advertirlo. Nada en este gobierno delirante brinda garantías y
menos confianza hacia 2022, comenzando por un Presidente de la República que
por primera vez en la historia de Colombia tiene jefe, y continuando con un comandante
del Ejército Nacional que el día de la muerte de alias Popeye -lugarteniente
del más grande asesino que parió este país de mierda- le envía sentidas
condolencias a su familia.
Y ni el jefe de este ni el jefe
de su jefe se inmutan, y el hombre permanece en su puesto, indolentes ante la bofetada
que dicha condolencia significó sobre las miles de víctimas del narcotraficante
Pablo Escobar, cuyo helicóptero prestó para recoger al papá de Uribe el día que
lo mataron y con quien siempre mantuvo una estrecha cercanía, tan cercana como
la que también sostenía con sus parientes los Ochoa Vásquez, tan narcos como
Escobar.
Estamos en las peores manos,
sometidos al más grande y ominoso engaño del que se tenga memoria. Y lo más
preocupante, reitero, es que nadie parece advertir que nos hallamos al borde de
un abismo al que hemos sido arrastrados por el poderío burocrático, político,
empresarial, mediático y militar de un Álvaro Uribe Vélez que, pese a ser
sujeto sub judice, hoy funge como comandante en Jefe de las fuerzas oscuras que
lo acompañan y parece dispuesto a hacer que Colombia dé un paso al frente… del
abismo. Lo que sea, con tal de salvar su propio pellejo.
Mejor dicho, es tanto lo que esas
fuerzas oscuras -y esos políticos corruptos y esos periodistas arrodillados-
perderían entregando el poder en unas elecciones limpias dentro de dos años,
que la única conclusión previsible es que tratarán de quedarse ahí, pase lo que
pase. ¿Cómo? Pues a las malas, con el único recurso que tienen a la mano: el
recurso de los dictadores.
Iba a titular “ojo a las
elecciones del 2022”, pero entenderán el pesimismo. No sabemos todavía si el capo
di tutti capi las permita. En otras palabras, no nos llamemos a engaños:
algo se traen entre manos.
Post Scriptum: Hablando de engaños, en calidad de autor de Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado he seguido con ojo avizor y espíritu desapasionado los sucesos posteriores al día en que las Farc se adjudicaron el crimen, en busca de la prueba reina de su aseveración. Y no la he hallado. De las ocho horas que duró la audiencia de Julián Gallo -alias ‘Antonio Lozada’-, no apareció la aguja en medio de tan extenso pajar. De otro lado, ningún lector ni autoridad civil o militar ha dicho sobre el contenido de mi libro “usted se equivocó en esto” o “es falso aquello”. Así las cosas, me sostengo en que los autores del magnicidio fueron militares golpistas (las pruebas que allí aporto no han sido desmentidas) y anuncio una edición mejorada, producto de una nueva investigación periodística, ahora en torno a la autoincriminación de las Farc.
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