Tomado de El Espectador
Comenzaré por contar lo que le
pasó a una amiga, quien ingenua publicó en su muro de Facebook la foto de un
agraciado oficial nazi bebiendo de una jarra espumante de cerveza, con esta
leyenda: “A ver amigas, no me digan que no les encantaría irse de farra con tan
formidable varón”. (Ver Foto
1).
Dice la amiga que ella ni
siquiera sabía que su anhelado sujeto era nazi, pero es de suponer que el
algoritmo de la red social identificó el águila imperial con sus alas
desplegadas sobre el quepis del soldado y ese mismo día recibió este mensaje:
“No puedes publicar ni
comentar durante las próximas 24 horas. Esto se debe a que publicaste contenido
que no cumplía nuestras normas comunitarias. Esta publicación infringe nuestras
normas sobre personas u organizaciones peligrosas, por lo que solo tú puedes
verla”. (Ver Foto 2).
Dejó pasar las 24 horas de la
sanción sin complicarse, y unos días después en un bus de Transmilenio le tomó
foto a algo que juzgó llamativo, la chamarra de un joven que pretendía mostrar su
rebeldía juvenil con tres parches adheridos al hombro: la bandera de Alemania,
una cruz gamada y… la efigie del Che Guevara. Y mi amiga la publicó, con este
mensaje: “Miren semejante oxímoron”. (Ver Foto 3).
Pues buen: el algoritmo de
Facebook no está programado para captar sarcasmos ni planteamientos teóricos,
sino que identificó una eventual reincidencia en el tema nazi, por lo que debió
asumir que andaba dedicada a ensalzar el nazismo o haciendo propaganda política
de dicha ideología criminal. Y le cerró la cuenta, no de manera temporal sino
definitiva, y cuando la amiga de esta historia quiso entrar se encontró con que
le negaba todo acceso a su nombre de usuario, como si esa cuenta nunca hubiera
existido, pero la verdad monda y lironda fue que se le desapareció todo lo que
había publicado en su muro de Facebook en los últimos nueve años. Sin fórmula
de juicio.
Es cierto que ella habría podido
abrir una nueva cuenta con otro nombre de usuario, pero consideró indignante
que Facebook ni siquiera se le hubiera permitido explicar el error en que
estaba cayendo el algoritmo ‘censor’, pues es evidente que mi amiga Carolina fue
víctima de censura por parte de la red social, y para colmo de la paradoja se
trató de un error de “apreciación” del sistema.
Y esto obliga a saltar a Donald
Trump, con quien ocurrió (iba a decir se cometió) un acto de censura de algún
modo similar, y por partida doble: mientras que Twitter le cerró su cuenta de
modo definitivo, el propio Marck Zuckerberg dueño de Facebook informó que se le
impuso una sanción hasta este 20 de enero, día del traspaso de poder, cuando se
convierte en un ciudadano más y ya no puede valerse de su poder presidencial
para promover acciones vandálicas de corte terrorista contra las mismas
instituciones que lo convirtieron en el hombre más poderoso del planeta.
Sea como fuere, en los casos de
Donald y Carolina hay algo a todas luces injusto para esta última, en particular
el trato recibido por parte de Facebook: mientras el primero recupera hoy la
información de su cuenta y todo su poder de sembrar zozobra e inconformismo
entre sus rabiosos seguidores (y cualquier parecido con cierto sujeto sub
judice de Colombia no es coincidencia), a mi amiga Carolina no se le concedió
ni siquiera el derecho al pataleo, y no podrá nunca recuperar la información y
los recuerdos que con laboriosidad de hormiga había ido acumulando en su propia
cuenta. Fue como si le hubieran arrebatado de su propia habitación su diario
personal, donde guardaba sus más sentidas vivencias.
Según Juan Carlos Gómez en columna
para El Espectador, “por fin se cumple el aforismo de McLuhan en toda su
expresión: Zuckerberg y Dorsey (el de Twitter) son el medio y el mensaje.
Además, son los jueces, legisladores y reguladores de la opinión”.
Es aquí donde debemos centrar la
atención, pues lo ocurrido en días recientes con Whatsapp (cuando pretendió
obligar a los usuarios a vulnerar la privacidad de sus cuentas y luego debió
retractarse), es el anuncio de lo que viene en camino, algo al parecer
inatajable, consistente en que las redes sociales han comenzado a tomar mando y
control sobre la vida de todos nosotros, algo que va desde los desplazamientos
diarios hasta el conocimiento de nuestros gustos más íntimos.
En este contexto no es un error
vislumbrar un escenario como el vaticinado por George Orwell en su alucinante
novela 1984, en lo referente al Gran Hermano: no el dictador de Oceanía
cuyos esbirros ejercían vigilancia de la población mediante pantallas, cámaras
y enormes murales, pero sí un sistema de control planetario consistente en que un
conglomerado compuesto por los dueños de determinadas redes sociales conoce
hasta el más mínimo de tus gustos y tu ubicación geográfica al milímetro.
Lo anterior se traduce en que
mientras estés conectado (¿alguien hoy puede permanecer desconectado?) te darán
lo que quieres ver y escuchar, y de ahí en adelante será breve el camino a
recorrer para que empiecen a controlar también tu forma de pensar. Y tu forma de
hacer compras, incluso de votar, como en la elección de Donald Trump en 2016, inducida
por Cambridge Analytica y fielmente retratada en el documental Nada es
privado, de Netflix.
Un tercer asunto preocupante
tiene que ver con Colombia, en lo relacionado con el control represivo que este
gobierno de claro corte neofascista ha comenzado a ejercer sobre la población,
con medidas que van desde la autorización a la Policía para ingresar a
viviendas o realizar arrestos sin orden judicial, pasando por el perfilamiento
de más de 400 antiuribistas de Twitter que realizó una firma privada bajo
contrato con la Presidencia de la República, hasta la compra estratégica de Semana
por una familia de banqueros afecta al uribismo, sin olvidar la mermelada que a
raudales se reparte sobre los medios que el gobierno ha arrodillado para
convertir en aliados mediáticos de su campaña de dominio cada vez más
progresivo sobre la vida de la nación.
Así las cosas, mientras con el
uso del celular quedamos expuestos a perder nuestra privacidad, con este
Gobierno cada día más autoritario estamos sin duda alguna vigilados y en las
peores manos.
Ya de remate, pongámonos de malpensados: si la gente no está vacunada y aumenta el número de contagios y de muertes, nadie puede salir a protestar. Así, el Gobierno del subpresidente Duque puede seguir haciendo de las suyas. Pueden por ejemplo seguir matando líderes sociales, porque no hay manera de impedirlo.
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