Una verdadera avalancha de preguntas he recibido desde el sábado pasado, a
raíz de un comunicado del Partido Farc donde la cúpula de esa agrupación
exguerrillera “reconoce” una supuesta participación suya en seis crímenes. (Ver comunicado).
En mi condición de autor del libro Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez
Hurtado, que ya todos
conocen, me veo obligado a pronunciarme. Sé que lo hago ‘en caliente’, y que la
prudencia sugeriría esperar a conocer las pruebas que esa agrupación tendría para
hacer tan extrañas “confesiones”, pero quedarme callado sería concederle la
razón a lo que considero una tesis delirante.
Tiene razón Noticias Uno cuando en su emisión del sábado pasado dijo que las declaraciones de las Farc “dejaron
al país estupefacto”. En este contexto surgen múltiples interrogantes, ávidos
de una respuesta sólida y convincente, para dejar de tener la sensación de que
nos quieren hacer tragar un cuento por completo traído de los cabellos.
El primer gran interrogante, por qué guardaron el secreto durante 25 años.
Si las Farc habían declarado a Gómez Hurtado objetivo militar (aunque nunca lo
supimos) y al final cumplieron su objetivo, ¿por qué habrían de callarlo?
En mi última columna conté cómo formulé esa pregunta a alguien cercano
a la cúpula desmovilizada de las Farc (cuyo nombre no estoy autorizado a dar) y
este respondió, tajante: “¿usted cree que si hubiéramos sido nosotros, no lo
habríamos cobrado política y militarmente?”. Habría que preguntarse entonces si
en la unificación de las versiones del Partido Farc sobre dichos crímenes
también se presenta una “disidencia” en sus filas, o si se trata de una oveja
descarriada.
Un segundo gran interrogante alude a las pruebas que están obligados a
presentar ante la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), en particular sobre tres
asesinatos cuya autoría en mi libro es atribuida a los mismos actores, aunque de
ningún modo a las Farc: el político Álvaro Gómez Hurtado, el general Fernando
Landazábal y el académico Jesús Antonio ‘Chucho’ Bejarano.
Es sobre la escena de esos tres crímenes que no logro ver a las Farc,
comenzando porque según testigos los gatilleros salieron caminando con
tranquilidad pasmosa, la de quien sabe que el perímetro está protegido. Y así
no actuaban las Farc, su accionar se ajustaba más al ajusticiamiento de un
Pablo Emilio Guarín en las calles de Puerto Boyacá, con un operativo en el que cuatro
personas -tres hombres y una mujer- ocultos en una procesión abren fuego
sorpresivamente contra el líder paramilitar, quien iba en compañía de su esposa,
y huyen en una camioneta.
O como el caso del diputado Celestino Mojica, en una calle de Bucaramanga: ocho
guerrilleros abren fuego contra el carro donde va en compañía del ganadero
Oliveros Tamayo, mientras otros a pie se dirigen hacia los ocupantes y las
rematan a quemarropa. Y huyen en dos camionetas.
Como digo en la página 108 de mi libro, “los asesinatos del general
Landazábal y el consejero Bejarano tuvieron el mismo modus operandi” y (…) “se
advierte la aplicación de un plan de silenciamiento contra toda persona
poseedora de información sobre los verdaderos autores del asesinato de Álvaro
Gómez, sin diferenciar si el silenciado era un aliado o un delincuente”.
Del mismo modo que ante la escena del crimen el investigador comienza por
preguntarse “¿a quién le sirve?”, en el caso que hoy nos ocupa se trataría de
desentrañar a quién le sirve que las Farc quieran aparecer como los autores
materiales del magnicidio, algo que se lo atribuyo -con sobradas pruebas- a un
aparato organizado de poder militar de extrema derecha.
En primera instancia no les sirve a las mismas Farc, pues aparecen como
asesinas de un hombre tan cuestionado en vida, es cierto, pero cuya imagen se
crece -e incluso opaca a la de su padre Laureano- con el paso del tiempo.
Entonces, ¿a quién le sirve? Pues a los verdaderos autores del crimen, porque
la gente dejaría de mirar hacia esos que el exembajador de Estados Unidos en
Colombia, Myles Frechette (el hombre mejor informado sobre lo que estaba
pasando) identificó como un grupo de militares golpistas que “le hicieron la
pregunta. Tal vez fueron pendejos y no lo pensaron bastante bien. Nunca
pensaron que Álvaro iba a decirles que no. Y cuando les dijo que no, casi se
desmayaron y dijeron ‘vamos a hacer algo rápido’”. (Página 193 de mi libro).
¿A quién más le sirve? A Piedad Córdoba, sin duda, cuya reaparición en la
escena política se dio con bombos y platillos, y a quien hoy la opinión publica
percibe como la persona que logró convencer a las Farc de que dejaran de callar
en torno a esos crímenes y “confesaran” sus culpas.
Una amiga cuyo nombre tampoco estoy autorizado a divulgar (pero se puede consultar aquí), afirma que la declaración de las Farc
fue una paparrucha, término popular que en España -según el DRAE- alude a una “noticia
falsa y desatinada de un suceso, esparcida entre el vulgo”. Me suena razonable,
porque se trata de algo en apariencia desatinado, pero igual se puede afirmar
lo que dije desde el título: que ahí hay gato encerrado.
Es como si después de que una mujer ha tenido tres hijos, un ginecólogo
expide un dictamen pericial que la declara virgen. Esto es, entonces, lo que
ahora a las Farc les corresponde probar ante la JEP: que los militares
golpistas -activos y retirados- a los que el acervo probatorio veía como los
culpables del magnicidio, son prácticamente vírgenes en el asunto.
Según las Farc en el comunicado donde reconocen su supuesta participación en lo
de Álvaro Gómez, “hoy sabemos que nuestros adversarios en la guerra pueden ser
nuestros aliados en la paz”. ¿Estamos acaso frente a un acuerdo entre
exenemigos “por debajo de la mesa”? Averígüelo Vargas…
DE REMATE: Del mismo modo que resulta sospechosa la autoinculpación de las
Farc, también lo es que de la página web de Semana hayan desaparecido
ciertos artículos que le dan veracidad a la tesis de los militares golpistas. Uno de ellos es el titulado El hombre clave,
referente a un exintegrante del Grupo Cazador que le contó en detalle a la periodista
Gloria Congote cómo fue la planeación y ejecución del magnicidio. Haciendo
clic en este enlace debía abrirse el artículo en mención,
pero vaya sorpresa, está tan desaparecido como el hombre que dio esas
asombrosas declaraciones, Diego Edinson Cardona Uribe. En todo caso, si quiere
conocer su contenido, está publicado en este
enlace de El Unicornio.
1 comentario:
Dos cositas, mi estimado Jorge. 1. A la pregunta de por qué no reivindicaron el crimen en su momento aventuro la siguiente hipótesis. Como tiempo atrás habían reivindicado la muerte del general Carlos Julio Gil Colorado asesinado el 19 de julio de 1994 y tres semanas después fue el crimen de Manuel Cepeda Vargas quizá prefirieron callar antes que propiciar otra venganza.
2. En el libro de Toño Sánchez Jr. "Crónicas que da miedo contar" cuentan que poco después del asesinato de Pablo Emilio Guarín le preguntaron a Raúl Reyes sobre si las Farc habían participado y Reyes ni lo aceptó ni lo negó. Ese libro es interesante; claro hay que leerlo con una buena dosis de escepticismo, ni mucho ni poco. Con un cridal saludo.
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