De un tiempo para acá la
revista Semana anda en modo esquizoide, conviviendo a la vez con Dios y
el diablo. Prueba de ello es su última edición, donde por un lado trae los
resultados de una investigación que brilla con luz propia, adelantada por
Ricardo Calderón, que muestra sin modo de refutación posible que luego de una
primera denuncia, el Ejército siguió espiando y persiguiendo a periodistas y
políticos, incluso aliados, como Jorge Mario Eastman. (Ver Las carpetas secretas).
Por otro lado (el lado
oscuro) trae un artículo fácilmente refutable, por ambiguo y porque está plagado de
errores protuberantes, pero sobre todo porque adhiere a la tesis incoherente de
un mafioso, alias ‘Rasguño’, al que en artículo de hace diez años la revista
consideraba que “¡Está loco!”. Así, con signos de admiración. (Ver ¡Está Loco!).
Siempre tuve la impresión
de que ese artículo sobre Rasguño lo escribió Ricardo Calderón, de quien sea la
ocasión contar que aportó valiosas luces en la investigación que hice para
escribir Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez
Hurtado, y en tal medida dentro del libro le hice
un reconocimiento especial “por su valiosa colaboración en fuentes y contactos”.
El artículo en mención comienza
así: “Semana conoció la totalidad de la declaración de 'Rasguño'
sobre el magnicidio de Álvaro Gómez. Salpica a medio país, dice todo tipo de
mentiras y deja ver una siniestra intención de salvar a unos y hundir a otros.
¿Hay alguien detrás de esa estrategia?”.
Pues bien, parece que Semana
se convirtió en aliada de quienes están detrás de esa estrategia, pues en el
artículo del domingo pasado ya consideran que “contrario a lo que pasa con el
testimonio de Botero, que carece de sustancia, el de Rasguño tiene mucha”. (Ver artículo).
La “sustancia” de la
contradicción entre el antes y el después es flagrante, y obedece a que,
mientras la tesis contraria a Rasguño que antes sostenía Semana era de
cuando Ricardo Calderón estaba al frente del caso Álvaro Gómez, hoy parece recaer
en manos inexpertas -o ignorantes- pues de entrada comete el error colosal de
afirmar que “en cuanto a Rommel Hurtado, después de que lo asesinaron apareció
en su caja fuerte un manifiesto golpista que relataba los pormenores y las
etapas que deberían tener lugar tras la caída de Samper”.
Cualquier mediano conocedor
-más siendo periodista- sabe que a Rommel Hurtado lo mataron el 15 de julio de
2010, trece años después de que en su casa le fuera hallado dicho documento,
titulado Acta del poder Constituyente, en mayo de 2007. Documento que
Ernesto Samper asegura “me lo envió (Rommel) cuando se dio cuenta que el
Gobierno había descubierto la conspiración y que tenía relación directa con el
asesinato de Álvaro Gómez. Pensó que tal vez así salvaba su responsabilidad”.
Cuando mataron a Rommel
Hurtado él se dedicaba a negocios privados, ya alejado de la política, y no es
extraño que lo hayan asesinado por el mismo motivo que a Álvaro Gómez, al
general Fernando Landazábal y al economista Jesús Antonio ‘Chucho’ Bejarano:
porque sabía demasiado. De esto nada dice Semana, pero fue a un
reportero de esa revista que Bejarano le contó -días antes de que lo mataran-
que los militares golpistas le habían ofrecido el ministerio de Defensa.
Aunque en la última frase del
artículo citado el editorialista recupera la cordura cuando advierte que “no
tiene el menor peso jurídico deducir que por cuenta de ese episodio el entonces
presidente de la república y su ministro del Interior se convirtieron en
asesinos”, igual dejan la puerta abierta a la tesis que de un tiempo para acá sostienen
los deudos de la víctima, desde cuando descubrieron que si logran que lo
declaren crimen de Estado, se hacen a un jugosa indemnización.
Lo he sostenido en varias
columnas, lo recalco ahora y si fuera falso habrían entablado denuncio penal por
calumnia: solo ese anhelado botín explica que Enrique Gómez -el sobrino- se
haya puesto en la aberrante tarea de tumbar el proceso que condenó a 40 años de
cárcel al sicario que disparó las cuatro balas que acabaron con la vida de su
tío. Proceso que la Corte Suprema ya cerró como caso juzgado, pero siguen ‘pataleando’ porque ahora
cuentan con la Fiscalía General como aliada de tan perverso plan.
Son muchas otras las
inconsistencias que trae el artículo citado, pero la mayor falencia reside en que el redactor
no tuvo en cuenta para nada el contenido de mi libro, pese a que don Felipe
López le dedicó un reciente Confidencial después de una llamada que me hizo. Y si
no lo tuvieron en cuenta debe ser porque, desde que los banqueros Gilinsky
adquirieron Semana, han comenzado a incorporar su propia versión amañada
-o sea uribista- de la historia.
No tuvieron en cuenta, por ejemplo, el vehículo con cuatro ocupantes ubicado
cerca de la escena del crimen que resultó pertenecer a la escolta del general
Ricardo Cifuentes, ni que un avezado investigador siguió la pista que lo condujo
a la Brigada V de Bucaramanga donde operaba el Grupo Cazador de Inteligencia,
dirigido por un coronel que había trabajado allá bajo el mando del general
Cifuentes y de otro general, quien para la fecha del crimen era el comandante
del Ejército.
Mi libro también advierte, entre
otros ‘secretos’, que el abogado Ignacio Londoño entabló denuncia penal contra
Enrique Gómez Hurtado y su hijo después de que estos lo acusaron de ser un
asesino. Londoño se negó a conciliar, o sea que a los demandados les quedaba la
posibilidad de retractarse o ir a la cárcel, pero estuvieron tan de buenas que al
demandante lo mataron y el homicidio los libró de enfrentar el proceso.
En conclusión y para no
alargar la pita, que miembros de la familia Gómez quieran ganarse un billete
grueso con la muerte de su pariente, resulta hasta admisible: “por la plata
baila el perro”. Pero que la misma revista Semana pretenda confundir a
la opinión pública con un artículo que ni siquiera cumple el requisito básico de
“contrastar la fuente”, definitivamente ya es cosa de locos.
DE REMATE: Enrique Gómez
Martínez, su primo Mauricio y su aliado Ernesto Yamhure, este último desde una
alcantarilla de Miami, coinciden en acusarme de ser un sicario moral. Quieren
“matar al mensajero” para desvirtuar el mensaje, o sea el contenido del libro. Les hace mucho daño, por supuesto. Con
Yamhure no queda opción diferente a la de enfrentarlo por la vía legal, pues me
ha acusado de cosas terribles, que nunca podrá probar. Qué jartera entablar
denuncia, pero toca.
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