Vienen tiempos muy difíciles para Colombia. El poder gubernamental ha
sido arrebatado en las urnas mediante artimañas y propaganda negra por una
fiera sedienta de venganza, que hace dos años estaba herida de muerte por las
negociaciones de paz y hoy se encuentra resucitada y con nuevos bríos, gracias
al absurdo plebiscito que en 2016 se inventó el entonces presidente Juan Manuel
Santos.
Santos creyó que la refrendación del acuerdo con las Farc -a la que no
estaba obligado- sería pelea de toche con guayaba madura, confiado en que el
pueblo quería la paz y ello representaría una dura derrota para Uribe, pero
no previó que los miles de votantes que en las encuestas aparecían decididos en
mayoría aplastante por el SÍ, el día crucial del referendo pensaron “si vamos a
ganar por más de 20 puntos, mejor me quedo en casa. Un voto menos no cuenta”.
Y vino la aplastante derrota de la paz, cuyas nefastas consecuencias
hoy padecemos, al punto de hallarse la JEP en cuidados intensivos y tener en
la presidencia del Senado a un sujeto del que ni siquiera se sabe a ciencia
cierta si terminó el bachillerato, un tal Ernesto Macías que fue objeto de la maratón
de condecoraciones más aparatosa que se haya visto en la historia de
Colombia, 15 en un solo día, la primera de ellas la Cruz de Boyacá (así mancillada) de manos del
presidente Duque y las 14 restantes a cargo de la corrupta clase política,
empresarial y gubernamental del Huila, haciendo la debida claridad en que otra
parte de la clase política y empresarial opita sí es decente.
Es comprensible la ola de apoyos y gratitud que suscitó Santos tras su
salida de la presidencia, básicamente por haber acabado con las Farc, pero es
también de caballeros imbuidos de franqueza señalar que no tuvo la suficiente
entereza, valentía o arrojo para resistir la embestida de la fiera acudiendo a la
mejor ‘arma’ que siempre estuvo a su alcance, pero nunca quiso utilizar: la
verdad sobre Álvaro Uribe. Y si no me creen pregúntenle a Enrique
Santos Calderón, su hermano mayor.
Sea como fuere, no es la hora de llorar sobre la leche derramada sino
de advertir sobre los peligros que se ciernen para la institucionalidad de la
nación, el primero de ellos desde la curul del ‘bachiller’ Macías, quien de
manera impúdica lanzó una amenaza de toma del poder judicial por
la vía populista-autoritaria de convocar a una Constituyente si sus Cortes no
se alinean a los deseos y designios de su patrón. El objetivo es claro:
aplastar cualquier voz disidente que pueda surgir en el camino de pavimentarle
a Uribe una impunidad jurídica a perpetuidad. Y así se expresa el designio:
“Definitivamente no es
posible tramitar vía Congreso, verdaderas reformas a la Justicia, ni política,
ni ajustar los acuerdos de La Habana; las presiones de las Cortes y otros
intereses lo impiden. El Presidente no debe descartar la convocatoria de una asamblea
Constituyente”. E.M.
Eso de “el presidente no debe descartar" suena a ucase imperial, pues Macías no habló a título personal, por supuesto. El solo es un servil
amanuense del ‘caudillo’, su duquecito en versión Senado.
Según el analista Fernando Posada, estamos frente a “un descaro
inédito: el presidente del Congreso invitando a evitar el curso de proyectos en
el Congreso y proponiendo el uso de otros caminos. Increíble que sean palabras
del jefe de una rama del poder, que debe proteger la credibilidad
institucional; no debilitarla públicamente”. (Ver trino).
Es aquí en últimas donde se verá la verdadera catadura ética y moral
del Congreso, cuyos integrantes tienen dos opciones: lanzarnos al abismo de una
dictadura camuflada en la carita de niño bueno de un monigote que se prestó
para que Uribe recuperara el poder perdido; o preservar la institucionalidad y
la solidez jurídica de la nación, evitando que se vean deshonradas por el apetito
insaciable de un sátrapa, hoy en condición sub júdice, necesitado de darles
cristiana sepultura a los ‘pequeños’ obstáculos que se le atraviesan para
completar la toma total y definitiva del Estado.
Ante tan ominoso panorama, que incluye en el plano económico a un presidente Robin Hood a la inversa (asaltando a los pobres para darles a los ricos) elevamos nuestras oraciones al Altísimo, suplicándole que en su infinita sabiduría nos salve de la debacle que se avecina.
En caso contrario, si ocurriere que Dios está inhabilitado para evitar la hecatombe debido al asunto ese del libre albedrío de su humana creación, que al menos nos coja confesados...
En caso contrario, si ocurriere que Dios está inhabilitado para evitar la hecatombe debido al asunto ese del libre albedrío de su humana creación, que al menos nos coja confesados...
DE REMATE: Dos asuntos álgidos cuya investigación exige nombrar un
fiscal general ad hoc: uno, Néstor Humberto Martínez le abrió investigación al amigo
que en 2015 atendió como abogado de Corficolombiana, a quien le recibió unas
denuncias que nunca admitió haber conocido, solo ahora que las
destapó Noticias Uno. Y dos, el denunciante (Jorge Enrique Pizano, testigo
clave en el caso Odebrecht) y su hijo (Alejandro Pizano) murieron de manera
repentina con horas de diferencia, no solo en la misma finca sino en la misma
silla del mismo escritorio... (Ver noticia).
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