Según la siquiatría el trastorno bipolar se caracteriza por cambios
súbitos en la conducta de una persona, que desconciertan a todo el mundo y son
el reflejo de una gran inestabilidad interior. El dulce y el amargo, el simpático
y el odioso cohabitan en la misma persona.
Es lo que ocurre con el gobierno de Iván Duque, donde este pareciera encarnar lo bonito y Álvaro Uribe lo feo, aunque más acertado sería decir que con su carita de galán de telenovela, al primero se le relaciona con el amor y al segundo con el odio.
Es lo que ocurre con el gobierno de Iván Duque, donde este pareciera encarnar lo bonito y Álvaro Uribe lo feo, aunque más acertado sería decir que con su carita de galán de telenovela, al primero se le relaciona con el amor y al segundo con el odio.
El principal acierto de Uribe estuvo en escoger a alguien con un
temperamento por completo diferente al suyo, él cascarrabias y picapleitos,
este solo sonrisas. Tras su triunfo en la consulta que lo hizo ganador frente a Ordóñez
y Marta Lucía, Iván Duque fue sometido mediante ingeniosa estrategia de mercadeo
a una ‘capacitación’ intensiva para que se portara como un producto más de
consumo masivo, al que le encanecieron el pelo para darle experiencia
administrativa y le enseñaron a cantar, bailar, sonreír frente a la cámara, tocar
una guitarra y cabecear un balón para hacerlo atractivo a los ojos del
populacho. Duque es el empaque bonito de la caja de Pandora.
Parodiando a Robert Louis Stevenson, al perverso señor Hyde encarnado
por Uribe lo suavizaron con el apuesto doctor Jekyll, quedando así amalgamadas
las fuerzas del bien y del mal en el actual presidente.
Bipolar es cuando Duque se apodera de las banderas de la
anticorrupción -habilidosamente rapadas a Claudia López tras la consulta- e impone
como lema de acción “el que la hace la paga”, pero le obedece a su amo en lo de
nombrar a Alberto Carrasquilla como ministro de Hacienda y luego, tras conocerse
que años atrás se enriqueció creando unos bonos que empobrecieron a 117
municipios, lo respalda diciendo que “tengo toda la confianza en el ministro”.
(Ver
noticia). Como quien dice: “el que la hace no la paga, si es amigo
de mi patrón”.
Igual obra con el nombramiento del maléfico y perseguidor Alejandro Ordóñez
como embajador ante la OEA, un exfuncionario a quien el Consejo de Estado le
anuló su reelección por haber recurrido a prácticas corruptas. Y no lo digo yo,
lo dice el eminente jurista Rodrigo Uprimny en su columna
del domingo pasado, donde además cuenta cosas como lo del
contubernio de Ordóñez con el también corrupto exmagistrado Leonidas Bustos y
sus dos esposas.
Pero la bipolaridad no para ahí: de ella hace parte una senadora de
insidiosa ponzoña verbal, María Fernanda Cabal, quien pese a ser integrante de
la bancada del Gobierno fustiga duramente al presidente cuando descalifica a la
cúpula militar y le ordena retirarla por “inservible” (ver
noticia). Fuego amigo, diríase, pero todo forma parte de una tramoya
donde juegan al policía bueno y el policía malo para tener atrapada la
audiencia en forma permanente, con el más alto rating.
En el marcado acento bipolar de este Gobierno figura también el
MinDefensa -antes comerciante- Guillermo Botero, quien durante su ceremonia de
posesión habló de reglamentar la protesta social (tarea constitucionalmente
asignada al ministerio del Interior) y días después hizo esta afirmación
infame, irresponsable y temeraria: “Los grupos armados organizados financian la
protesta social”. Se trata de una acusación muy delicada, mediante la cual siembra
el abono para futuras matanzas, pues criminaliza la protesta comunitaria y le da
carta blanca a la ‘mano negra’ para que siga asesinando líderes sociales.
Al día siguiente Botero (ahí viene lo bipolar) trató de remediar la
metida de patas declarándose “respetuoso del derecho ciudadano a manifestarse
pública y pacíficamente", pero ya el daño estaba hecho.
Si extrapolamos la bipolaridad de lo siquiátrico a lo social, se
vislumbra una situación que solo conducirá a ‘polarizar’ cada vez más al país,
hasta que el conflicto se desborde y conduzca a nuevos choques violentos entre
la barbarie reaccionaria y las ideas liberales.
Si yo fuera bipolar, diría entonces que esto avanza hacia el más fantástico, exitoso,
rutilante, prometedor y peligroso desajuste de la siquis colectiva.
Nada bueno nos espera, mejor dicho, sino todo lo contrario.
Llegó la hora en que la mar se enluta, que suerte tan…
DE REMATE: El mejor ejemplo de bipolaridad en el manicomio presidencial
lo pone el jefe del presidente Duque cuando, tras ser llamado a indagatoria por
la Corte Suprema renuncia al Senado porque se siente “moralmente impedido”,
pero unos días después se arrepiente “por razones de honor”; y para embolatar
la indagatoria recusa a los magistrados de la Corte Suprema que lo investigan,
pero luego desiste alegando que “nunca tengo ganas de dilatar”. Y así.
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