Tal vez fue Aristóteles quien dijo que no se puede pensar con un dolor
de muela, pero lo que nunca imaginó el filósofo es lo difícil que se pone la tarea
cuando te toca pensar, escribir y producir cargando en tus entrañas con un
dolor no de muelas sino de patria, como una tusa insoportable.
No hay cómo describir la sensación de derrota al advertir -abatido,
horrorizado, estupefacto- que a partir de ahora y durante años, por lo menos
cuatro, despertarás a cada nuevo día con la certeza de que vivirás y quizá morirás
en un país gobernado por un delincuente de lesa humanidad que logró la retoma
del poder perdido gracias a una hábil estratagema consistente en ofrecer la
figura de un monigote suyo con carita de yo no fui para resolver los supuestos
males que nos trajo la paz de Juan Manuel Santos.
De un tiempo para acá hay días en los que despiertas impregnado por la
sospecha de que no vas a resistir la embestida de la fiera sedienta de venganza
apareciendo día y noche en todos los noticieros con su sonrisa sardónica y su semblante
hipócrita de párroco afligido. Crees que vas a reventar, porque sabes que cualquier
denuncia o cosa nueva que pretendas publicar resbalará como el agua sobre las
alas de un pato y nada de lo que pretendías cambiar será posible desde aquel
infausto 17 de junio en el que te subieron al tren de la Historia Nacional de
la Infamia, un expreso a la incertidumbre más tenaz del que no te puedes bajar
ni echar marcha atrás, atado a la noria del destino bárbaro que te impusieron unas
mayorías indolentes, cobardes, alienadas hasta el tuétano por el miedo
ancestral a todo lo que represente dejar de obedecer a los mismos amos.
Una nación enferma que en el plebiscito de 2016 rechazó la paz, en la
elección presidencial de 2018 votó por continuar la guerra y el día de la
Consulta Anticorrupción le dará un sonoro espaldarazo a los políticos corruptos
para que sigan robándose el país a manos llenas, porque les harán creer que las
promotoras del referendo son un par de lesbianas que van a acabar con las
buenas costumbres, y todas esas recuas de ignorantes en disciplinadas filas se tragarán
entero el pánico al rayo homosexualizador… y los criminales ganarán de nuevo la
partida.
Son los días en que descubres que necesitas cambiar de tema en tu
próxima columna para no volverte loco, y te acuerdas de un poema de Jotamario Arbeláez
que se amolda como traje a la medida de la malparidez existencial que te asiste,
pero agregándole una palabra entre paréntesis:
Si sale el sol es para arruinar
la cosecha.
Si se presenta la lluvia se
desbordan los ríos.
Si encendemos la chimenea se
quema la casa.
Si abrimos la ventana se nos
entra un murciélago.
No es que el Señor haya perdido
el control del planeta.
Es que mi amada (patria) está
enferma.
Son además los días en que descubres que la selección que tu memoria
hizo de ese poema no fue fortuita, porque no es que tu amada esté enferma sino
que justo en medio de la tormenta decidió dejarte como Ulises atado al mástil
de su propio infierno, y ruegas al Altísimo que vengan días mejores para la
patria o que al menos tu amada te perdone por haber dicho lo que nunca debiste
decir en el momento menos indicado…
Es cuando presientes que te estás metiendo en camisa de once varas al
permitir que en cada inevitable nuevo trazo de tu pluma quede la huella inerme de
tu corazón adolorido, de tu insufrible desazón, porque has desconocido que la
procesión debe ir por dentro y contrario sensu dejaste escapar al viento tu congoja
por partida doble, por la desgracia de país que te tocó sobrellevar y por la
tragedia del amor ausente.
¡Es el hastío!
¡El diablo es quien maneja los
hilos que nos mueven!
A los objetos sórdidos les
hallamos encanto
e, impávidos, rodeados de
tinieblas hediondas,
bajamos hacia el Orco un escalón
diario.
(…)
Lector, tu bien conoces al
delicado monstruo
-¡Hipócrita lector- mi prójimo-
mi hermano!
Charles
Baudelaire, Au lecteur
Son los días en que anocheces tarareando el estribillo de Miguel
Hernández, en la versión de Serrat: “menos tu vientre, todo es confuso”. Ante
el delirio del absurdo, embotado por un hálito poético-romántico-depresivo, te
entran unas ganas irresistibles de rematar con los dos tercetos finales de un
soneto perteneciente al mismo poeta español que fue condenado a pena de muerte por
el régimen del dictador Francisco Franco pero se le conmutó a treinta años de
cárcel que no pudo cumplir porque murió de tuberculosis en una prisión de
Alicante:
Me callaré, me apartaré, si
puedo
con mi pena constante, instante,
plena,
a donde ni has de oírme ni he de
verte.
Me voy, amor, me voy pero me
quedo,
pero me voy, desierto y sin
arena:
adiós, amor, adiós hasta la
muerte.
DE REMATE: Imagino las reacciones uribistas a esta columna: “"supérelo
mamerto, deje gobernar, váyase pa’ Méjico". A lo cual podría responder que
“me parece buena idea, pediré asilo en México. O les venderé aguacates hass. Allá
sí se impuso la cordura, manitos”.
3 comentarios:
Excelente, aunque apocalíptico, el análisis de la triste y cruda realidad
Jorge,tranquilo ;vendran dias mejores, mas bien lo invito a que nos ilustre sobre los resultados de las elecciones presidenciales, porque a mi me parece que quienes eligieron al uribismo no fuimos todos, sino el pais antioqueño,porque de los 2 millones y pico de diferencia con Petro, de Antioquia fueron 1'300.000 , configurando este hecho que Colombia en realidad no votó por este señor, sino sus paisas..anos
De verdad puede ser un apocalisis NOW
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