El Espectador en su editorial del sábado 9 de junio se manifestó a
favor del voto en blanco, lo cual es comprensible, pues uno no se imagina a los
empresarios dueños de este periódico votando por Gustavo Petro, del mismo modo
que no es concebible que sus periodistas -críticos de toda forma de abuso del
poder- invitaran a votar por el candidato de Uribe, Iván Duque. (Ver
editorial).
Según el editorialista, el voto en blanco “es una manera muy eficiente
de advertir que la vigilancia será implacable, que quien llega a la Casa de
Nariño tiene el imperativo moral de acercarse a quienes piensan diferente, de
tender puentes”. Eso suena razonable en un país con democracia plena y donde
los abstencionistas no constituyan la fuerza política mayoritaria, pero aquí se
trata es de escoger cuál de las dos opciones es la que menos daño le
hará al país, si lo queremos poner en el mismo tenor del editorial cuando habla
de la dificultad de decidirse por “el menos peor”.
Es obvio que el ambiente político se encuentra polarizado entre dos
fuerzas antagónicas, izquierda y derecha, y parte de la culpa de que el centro
de Sergio Fajardo se haya descartado como opción recae en él mismo, pues tanto
Petro como Humberto de la Calle le propusieron en su momento someterse los tres
a una consulta el 11 de marzo, pero como él iba de primero en las encuestas se
puso de niño bonito a rechazarlos: al primero por “extremista” y al segundo por
pertenecer a un partido “corrupto”. Si al menos se hubiera aliado con De la
Calle, esos voticos le habrían servido para desplazar a Petro al tercer lugar. Sea
como fuere, al final Fajardo se quedó sin el último centavo para completar el
peso.
Hoy es saludable ver que su fórmula vicepresidencial, Claudia López, y
su coequipero Antanas Mockus hayan adoptado una actitud responsable con el
futuro del país al adherir a Petro, pero igual se debe dejar constancia de lo
dañino que sigue siendo que Fajardo persista en promover el voto en blanco, a
sabiendas de que cada voto que deje de contabilizarse a favor de Petro jugará a
favor de Duque (o sea de su amo Uribe), por una sencilla razón: porque es este
quien va de primero en las encuestas y los votos en blanco son precisamente
los que le impiden a Petro alcanzarlo.
Volviendo al editorial de El Espectador, en él se afirma que el riesgo
reside en que decidirse por “el menos peor” torna invisible la voz del voto en
blanco, cuando ocurre lo contrario: que sería el voto en blanco el que
propiciaría que sea elegido “el más peor” (valga el contrasentido), según la
ecuación matemática ya expuesta.
No nos llamemos a engaños, el que menos peligro representa para la
estabilidad institucional del país en los próximos cuatro años es Petro: como
lo expusiera sabiamente el jurista Rodrigo Uprimny en su última
columna, “los riesgos de su presidencia son mucho menores porque
tendría mayores contrapesos institucionales, por lo cual estaría obligado a
concertar”. Mientras que “si gana Duque, volvería a la presidencia el uribismo
con débiles contrapesos institucionales, tendría amplias mayorías en el
Congreso y enfrentaría unas cortes debilitadas por los escándalos de algunos
magistrados”.
O como dijera con sobrada lucidez Alexandra Olaya-Castro en respuesta
al ya citado editorial de El Espectador: “¿De verdad pueden sostener que la
vigilancia a un gobierno uribista “será implacable” cuando las tres ramas del
poder (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) estén dominados por Duque-Uribe y sus
apoyos? La vigilancia se garantiza cuando hay independencia de poderes”. (Ver
columna). (Aquí entre nos, Alexandra Olaya-Castro es talentosa física teórica que en 2016 se hizo merecedora a la Medalla Maxwell del Institute of Physics por un
trabajo suyo sobre física
cuántica).
Mejor dicho, lo que se avecina es una dictadura civil, y esto se deja
demostrar en que el mismo Uribe ya anunció -por boca de su monigote Duque- que
regresaría al poder con la intención de transformar las Altas Cortes en una
sola, o sea a hacer lo mismo que hizo Chávez en Venezuela: una sola corte que
le brinde la impunidad requerida para librarse de culpa frente a los numerosos
delitos por los que es investigado o acusado, como dije
en este video.
Así las cosas, el voto en blanco no tendrá ningún efecto práctico distinto
al de restarle votos a Petro y favorecer al candidato títere de Uribe. Es obvio
que va a ganar uno de ellos dos, y en tal medida el “imperativo moral” con
Colombia es que votemos por quien creamos es el mejor (o el menos peor). En mi
caso, votaré por Petro.
DE REMATE: Según Juan Fernando Cristo en columna
para El Tiempo, “esa humillante entrada (de muchos políticos y
gamonales) por la puerta de la cocina a respaldar a Iván Duque sin acuerdos
programáticos de ninguna naturaleza y sin que el candidato se pueda tomar una
foto con ellos, es la mayor demostración de la crisis". Pero dijo algo aún
más diciente: “La votación de Petro no se da por el crecimiento de la izquierda,
sino por el crecimiento de la indignación ciudadana”.
Y ya que ando tan ubérrimo de citas, rematemos con esta
de Salomón Kalmanovitz: “Los resultados de la primera vuelta arrojaron un
resultado novedoso, pero a la vez amenazador para el sistema político
clientelista: el voto de opinión de centro e izquierda fue mayoritario 50,9 %
(sumando Petro, Fajardo y de la Calle) contra 46,4 % por la extrema derecha y
el clientelismo (Duque más Vargas Lleras). Aunque no es fácil que se unifique
el voto ciudadano para ganar (…), es un campanazo de alerta que puede revolcar
el sistema político colombiano hacia futuro”.
2 comentarios:
Me gustó mucho el apunte de que lo que se nos viene es una dictadura civil (si gana Duque). Muy buena columna Jorge, como siempre se luce.
Excelente, Jorge. Está como para editorial en el muro de nuestro grupo. La coyuntura actual del país, no nos permite ser indiferentes y es innegable que no tomar partido es manifestar una total indiferencia y abrogarse el derecho de decir durante cuatro años: "yo les dije, como afortunadamente no voté por él". Felicitaciones.
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