El pasado 7 de febrero publiqué una columna titulada Salud y ataúd, ahora en combo dos por uno,
donde manifestaba mi extrañeza frente a un “Plan de prevención exequial
integral” promovido por Colsanitas entre sus afiliados a medicina prepagada. Lo
extraño o sorprendente residía en ver a una empresa cuya misión es la
preservación de la salud de sus pacientes… ofreciendo servicios funerarios. (Ver
columna).
Cuando pregunté a Colsanitas, respondieron: “se trata de un beneficio
GRATUITO que la Empresa les otorga a partir de este año a todos sus afiliados”.
Yo no creí lo de la gratuidad, y en tal sentido escribí que “lo único gratuito
es la inscripción. Lo que hace Colsanitas es ‘direccionar’ al cliente hacia un
proveedor determinado, con el cual establece un convenio de tipo comercial, por
supuesto, pues no se ha visto la primera empresa que le guste trabajar a
pérdida”.
Hoy tengo claro que el servicio sí es gratuito, y lo constaté luego de
aceptar invitación a sus oficinas por parte del Presidente Ejecutivo de
Colsanitas en Bogotá, Ignacio Correa Sebastián, y su Vicepresidente Comercial,
Franck Harb (el primero español y el segundo sanandresano), poseedores ambos de
un profundo respeto por las opiniones ajenas, motivo por el cual fue posible sostener
una amena conversación, no solo en temas de salud.
Allí entendí por qué Colsanitas decidió embarcarse en el ofrecimiento
de un servicio exequial, como valor agregado al plan de atención que cobija a
sus usuarios, y a sabiendas de que la presentación de su “producto” habría de
generar las prevenciones que precisamente motivaron mi columna.
En palabras de Ignacio Correa “sin costo adicional a su cuota de
medicina Prepagada, la Previsión Exequial les permite a nuestros usuarios vivir
su proceso de duelo sin tener otro tipo de preocupaciones. Los servicios
exequiales completos se prestan sin límite de edad, incluyendo la movilización
desde el lugar de fallecimiento hasta la ciudad o municipio del destino final a
nivel nacional, una red exequial con cobertura en todo el territorio y la
oportunidad de escoger entre cualquier funeraria o centro memorial de la red de
Prever S.A.”.
Haciendo honor a la verdad, digamos entonces que en términos de
calidad o eficiencia (entendida incluso como ‘fidelización’ más allá de la
tumba) se anotan un punto, tras ser superado el resquemor que podría producir que
“una empresa dedicada a preservar la salud de sus pacientes pretenda también
lucrarse con la muerte de ellos”.
La anterior frase entre comillas fue lo que opiné en su momento, pero
es de caballeros reconocer que estaba equivocado en lo de ver a la empresa generando
una nueva fuente de ingresos mediante la prestación de servicios funerarios. No
es cierto, pues tanto la inscripción como los servicios exequiales al momento
del óbito son gratuitos, no representan un costo adicional para la familia del suscriptor
fallecido.
Sea como fuere, el propósito que me animó a escribir la columna siempre
fue acertado y legítimo, pues apunta a una obligada reflexión sobre un tema ineludible
en nuestras vidas: la muerte. Y previa a esta la vejez, esa engorrosa ‘compañía’
que en forma lenta e inexorable nos aproxima al último instante de nuestras
vidas, después del cual permanece la maldita incertidumbre de saber qué nos
espera al otro lado, en consideración a que nadie ha regresado de allá para
contarnos.
¿Qué hacer con la vejez? De la respuesta asistencialista habla Franck
Harb para referirse al plan de Cuidados Paliativos de Colsanitas, el cual
desemboca “por lógica simple y humana” en la cobertura de exequias. Cuidados
paliativos quiere decir cuidado de la tercera edad, la de los sanos y de los
que requieren atención domiciliaria, que ellos brindan.
Pero falta la respuesta existencial, la del que se pregunta a sí mismo
qué hacer con su propia vejez. “Vejez es sinónimo de soledad”, dice Harb,
saliéndose del libreto. Esto se traduce en que la vejez es aprender a sobrellevar
no solo la carga del olvido (por ejemplo, de la familia que te abandona) sino
el deterioro de tu propio cuerpo, al punto de temerle a seguir mirándose al
espejo que te devuelve unos ojos alarmados –casi ofendidos- por la huella del
tiempo en el rostro, para no ir más abajo.
Tal vez la única sabiduría posible es la del hombre o mujer que
habiendo llegado a la vejez acepta la inminencia de la parca, y en tal medida
dedica la vida que le queda al aprendizaje de la más grande verdad posible, la
de su propia muerte. No soy viejo ni así me siento, pero sí comienzan a percibirse
pasos de animal grande, o sea la proximidad de lo que el poeta León de Greiff
definía como esa “señora
muerte que se va llevando/ todo lo bueno que en nosotros topa”.
En consonancia con lo anterior, las empresas prestadoras de servicios
de salud deberían desarrollar también planes de ‘mercadeo’ que incluyan brindarles
a los viejos y a los ancianos un trato privilegiado, tan privilegiado como el
que Colsanitas ha comenzado a brindarles a sus muertos.
Mejor en vida que difuntos. Si todos hemos de morirnos, que mientras estemos
vivos tengamos al menos las condiciones elementales requeridas para afrontar
una vejez llevadera y recibir la muerte con dignidad, cara al sol y frente en
alto.
DE REMATE: La señora Christine Lagarde, presidente del Fondo Monetario
Internacional (FMI), tiene 60 años y piensa que “los ancianos viven demasiado,
son un riesgo para la economía global. ¡Hay que hacer algo ya”! En tal
dirección reclama medidas drásticas, como el recorte de las prestaciones o aumentar
la edad de jubilación, para “evitar el riesgo de que la gente viva más de lo
estimado”. Moraleja y conclusión: el FMI nos quiere matar… del susto.
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