Una columna del brillante economista y filósofo Mauricio Cabrera para
Vanguardia Liberal puso el dedo en la llaga por la escandalosa declaración de
Otto Bula que el fiscal Néstor Humberto Martínez acogió como epifanía, o sea como
verdad revelada, cuando este habló de “un millón de dólares cuyo beneficiario
final habría sido la gerencia de la campaña Santos Presidente2014”. (Ver
columna).
De ahí en adelante se formó la verraca confusión,
para decirlo en términos del nadaísta Pablus Gallinazo. Ahora Cabrera pide que
se comprueben “las condiciones de modo necesarias para entregar tal cantidad de
dinero en efectivo”, y a continuación pregunta: “¿cuánto espacio ocupan $1.000
millones en billetes? ¿Cuánto pesan? ¿Qué tipo de maleta se necesita para
transportarlos?”.
Si juntamos la columna de Cabrera con la de Daniel Coronell (ver
aquí) el coctel se vuelve explosivo, pues mientras el primero se vale del
sentido común para delatar el embuste de Bula, el segundo brinda la información
para entender la clase de ‘fichita’ que detona semejante bomba incendiaria sin
inmutarse: un hombre que “se enriqueció comprando tierras de campesinos desplazados
por los paramilitares y (…) ha sido un
caracterizado uribista de la línea de Mario Uribe”, a quien logró sacarle las
más altas votaciones en Córdoba, el departamento paramilitar por excelencia donde
el expresidente Uribe –simple coincidencia, por supuesto- tiene su hacienda El
Ubérrimo.
Razón tiene La Silla Vacía al afirmar que Odebrecht se convirtió en
“el Sigifredo de Néstor Humberto”, cuando un avezado delincuente de la más
rancia estirpe uribista logra meterle el dedo en la boca acomodando una falacia
con medias verdades y evidentes mentiras, en recuerdo de lo ocurrido con el fiscal
Eduardo Montealegre, a quien varios testigos falsos le hicieron creer que el diputado
Sigifredo López era un miembro más de la guerrilla que lo secuestró. (Ver
artículo).
Durante el proceso 8.000 estuvieron desde la DEA hasta María Isabel
Rueda (y las demás Marías) buscando desesperados la comprobación física de que el
presidente Ernesto Samper sí sabía del dinero sucio que entró a su campaña. Y
nunca la encontraron, hasta el día presente. Pero Mauricio Cabrera señala la
prueba reina de que el señor Bula miente… y ningún medio se da por enterado.
Según la ‘confesión’ de Otto Bula fueron dos entregas de dinero las
que le hizo a Andrés Giraldo en un maletín, luego de apropiarse de una comisión
de 200 millones. Un millón de dólares al cambio de esa época eran 2.000
millones de pesos ya “monetizados”, o sea que Bula habría tenido que entregar
800 millones la primera vez y 1.000 millones la segunda, o 900 millones en cada
una.
El busilis en la versión de este sujeto reside en que transportar semejante
cantidad de dinero de ningún modo pasa desapercibido, motivo por el cual no
habría podido ser un solo maletín popocho sino por lo menos dos tulas para
levantar el peso de algo que si fuera en la más alta denominación, la de
$50.000, correspondería a 20.000 billetes. Y así fuera la mitad: ¿carga alguien
semejante cantidad de dinero con la tranquilidad de que no va a levantar
ninguna sospecha y el ‘cruce’ va a quedar entre donante y receptor?
Lo que hoy cuesta entender del fiscal es ese afán de andar contando a
los medios absolutamente todo lo que hace, piensa, supone, cavila, opina o
investiga desde que se levanta hasta que se acuesta, en un ejercicio de vanidad
que entorpece el desarrollo de la justicia y en últimas fue el causante del
segundo ‘chorro
de babas’ durante su cortísima gestión: el primero cuando se apresuró a
declarar que en Navelena no hubo corrupción y al aparecer un préstamo de 120 mil millones de pesos del Banco Agrario hubo de retractarse, y la segunda en
días pasados, cuando acogió como verdad el libelo de Bula que tan grave daño le
hizo a la imagen de Colombia y a la del presidente Santos. Al día siguiente el
inefable Martínez Neira metió un reversazo diciendo que "la prueba de
entrega física de dinero a Roberto Prieto no la tiene la Fiscalía" (ver
noticia), pero el daño ya estaba hecho. Como reza el refrán, “después del
ojo afuera no hay Santa Lucía que valga”.
Antes de armar semejante tierrero Martínez Neira pudo haber ordenado
pruebas tan obvias como revisar las cámaras del lugar en busca del momento de
la entrega, o preguntarle al avieso incriminador de qué denominación eran los
billetes, o dónde compró los dos maletines en los que transportó el dinero para
sendas entregas. Al fiscal no le corresponde contar que al parecer de pronto,
tal vez, quién quita, todo indica que quizás, etc. Lo que debe hacer es
investigar con la discreción que le compete a la justicia, llegar a una
conclusión en sus pesquisas y luego sí, con la responsabilidad inherente a la
majestad del cargo, revelar el resultado de las averiguaciones.
Es la justicia-show en cuyas tentadores redes también cayó con la
misma lujuria mediática el fiscal anterior, solo que éste comienza en forma
precoz con un coitus interruptus de demoledoras
consecuencias institucionales, que conduce a pensar que confunde sus facultades
judiciales con las políticas. Es aquí cuando uno no logra dilucidar si se trató
de una (otra) torpeza como la de cualquier precipitado amante, o si fue que al repartir
la culpa por partes iguales en ambas campañas urdió una muy hábil carambola a
dos bandas: fortalece una alianza a futuro entre Cambio Radical y el uribismo,
y deja tendido en el camino del desprestigio a Juan Manuel Santos. ¿Quién habría
sido entonces el verdadero traidor? Averígüelo Vargas...
Otto Bula sabe que está mintiendo pero no le preocupa, porque lo
importante era cumplirle al patrón en lo de encochinar a todo el mundo y poner
al país a mirar hacia otro lado. Puedo estar equivocado, pero conociendo el modus operandi mafioso de esa gentecita
(por no decir gentuza), me atrevo a recelar que Bula citó a Andrés Giraldo a un
restaurante para comprar un seguro en caso de que necesitara ‘untar’ a otros ante
una eventual detención. Y fue ahora, ya en su celda, cuando puso a funcionar el
seguro. Y el Fiscal cayó enterito.
DE REMATE: Si el senador Álvaro Uribe arremete
contra periodistas de la derecha otrora aliados suyos como María Isabel
Rueda o Mauricio Vargas y a la vez acusa al prestigioso Yamid Amat de hacer
periodismo prepago para el gobierno Santos, debe ser porque en su desesperación
siente pasos de animal grande o porque algo más poderoso que él (la JEP, por
ejemplo) comienza a respirarle en la nuca. ¿O estaré pensando con el deseo…?
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