Un día antes del plebiscito cuyos resultados dejaron parqueado el
proceso de paz en el reino de la incertidumbre, el periodista y escritor
británico John Carlin escribió un artículo premonitorio para El País de España
titulado Lo mejor y lo peor de la
humanidad, donde dijo que “en Colombia convive gente de inusual nobleza e
inteligencia con cínicos y manipuladores como Álvaro Uribe”.
Pero lo llamativo no es eso, sino este párrafo donde dejó a Colombia
en el peor de los mundos posibles: “Si Donald Trump acaba siendo presidente, el
resto del mundo concluirá que los estadounidenses están locos. Si en el
plebiscito que se celebra este fin de semana en Colombia la mayoría vota “no”
al acuerdo de paz firmado entre el Gobierno y las FARC (…), el resto del mundo
concluirá que los colombianos están locos también”. (Ver
artículo)
De otro lado, al día siguiente de la debacle el Washington Post citó un
meme según el cual “si los colombianos fueran dinosaurios, habrían votado por
el meteorito”. Y agregó: “Con el acuerdo en riesgo de colapso, una guerra de
medio siglo que ha matado a más de 220.000 personas fácilmente podría estallar
de nuevo, en un escenario que parecía inimaginable antes del domingo”. (Ver
artículo). Coincido con ambos artículos, porque es cosa de locos que en
menos de 24 horas el país haya dado un vuelco equiparable a un colapso institucional
de dimensiones telúricas.
Un tahúr consumado como Juan Manuel Santos apostó sus restos en el
garito de la democracia a que era capaz de quitarse de encima la pesada carga
de la oposición uribista, y para ello se le ocurrió convocar a un plebiscito,
pese a que le advirtieron no hacerlo tanto el anterior Fiscal Eduardo
Montealegre como el actual contralor Edgardo Maya, por considerarlo innecesario.
Pero Santos quiso asegurar una gobernabilidad llevadera, confiado en el anhelo
de paz de los colombianos, y lo que comenzó como plebiscito se le convirtió en ‘plebiscidio’,
debido a que no tuvo en cuenta que se enfrentaba a un rival resabiado y experto
en las artes de la Propaganda Negra.
El triunfo del NO se dio en forma mañosa y artera, y así lo interpreta
el colega Vladdo en artículo para Univisión: “volvió a ganar el que sembró más
miedo” (ver
artículo). En el mismo contexto, durante las últimas semanas quise alertar
sobre los peligros que representaba que el uribismo hubiera llamado en su
auxilio a las iglesias cristianas y evangélicas, para adoctrinar a sus
creyentes en que había un plan macabro entre Santos y Timochenko para convertir
el país en una “dictadura homosexual”, como predicó el concejal de Bogotá Marco
Fidel Ramírez ante un abigarrado congreso de pastores evangélicos, quienes salieron
de ahí a “difundir la palabra”. (Ver
video).
El video en mención corresponde a mi última
columna (Usan a Dios para seguir la guerra) pero ya dos meses atrás –agosto
9- había advertido que la homofobia y la guerra sucia unieron fuerzas, y
remataba con esto: “El gobierno de Juan Manuel Santos debería comprender la gravedad
de la situación y aplicar severas medidas de choque, si no quiere que la lluvia
de ‘mierda virtual’ que el uribismo reparte a diestra y siniestra termine
ganando la partida, y quedemos todos untados, y el único camino que le quede al
país sea el de regresar a los horrores de la guerra” (ver
columna).
Hoy estamos frente a la hecatombe que tanto anhelaba el senador Uribe,
donde un presidente a punto de ser nominado al Nobel de la Paz termina de la
noche a la mañana seriamente golpeado en su gobernabilidad, hecho un guiñapo.
Lo único positivo de este drama con tinte shakesperiano es que algún
día había que sentar en la mesa de la paz al tercer actor del conflicto, cuyo Comandante
en Jefe es Álvaro Uribe e incluye al paramilitarismo instrumentalizado en
función del proyecto antisubversivo al que contribuyeron poderosos ganaderos y
empresarios (unos coaccionados, otros entusiastas), así como los sectores
militares que capacitaron o armaron a esos grupos, incluidos los que suministraron
las coordenadas para asesinar a personajes como Jaime Garzón o Mario Calderón y
Elsa Alvarado, en lo cual aparecen involucrados el general Rito Alejo del Río,
el coronel Jorge Eliécer Plazas y el general Mauricio Santoyo, este último jefe
de Seguridad de Uribe en la Presidencia, hoy preso en Estados Unidos por
vínculos con el narcotráfico y con las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
Uribe se salió con la suya y ahora sentará a sus peones en la mesa de
negociación de La Habana, con tres objetivos claros: meter algún tiempo en la
cárcel al Secretariado de las FARC, impedir que participen en política, y desmontar
la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).
Ya con la sartén por el mango es previsible que pose de magnánimo y
esté dispuesto a hacer concesiones, como permitir la participación en política
(algo inatajable a los ojos de la comunidad internacional) o que en lugar de
una celda paguen con jornadas de trabajo
colectivo, pero hay un punto que tendrá la categoría de inamovible: acabar con
el tribunal de justicia arriba citado.
Este iba a estar integrado por 24 magistrados (18 colombianos y 6 extranjeros) y
tenía entre sus funciones “investigar, esclarecer, perseguir, juzgar y
sancionar las graves violaciones a los derechos humanos y las graves
infracciones al Derecho Internacional Humanitario (DIH) que tuvieron lugar en
el contexto y en razón del conflicto armado”. Un tribunal de similares
características operó en Sudáfrica por iniciativa de Nelson Mandela durante las
negociaciones de paz y condujo a la más importante catarsis para esa nación, la
del esclarecimiento de la verdad a todo nivel.
Todo indica que en Colombia nos quedarán debiendo la catarsis, porque
si para algo la extrema derecha hizo el esfuercito de sacar avante el NO en el
plebiscito (con la eficaz colaboración de Noticias RCN), fue para impedir que
un día se conozca la verdad sobre los autores de incontables crímenes.
Este es el punto crucial –el de la impunidad para él y los suyos- en
el que Uribe espera salirse de nuevo con la suya porque contará con el apoyo de
los militares que ejecutaron los ‘falsos positivos’, y los ganaderos que actuaron
confederados en la misma causa, y los industriales que ponían plata para acabar
con la guerrilla al precio que fuera, y los dueños de fábricas de gaseosas
cuyos camiones circulaban por las zonas donde los paramilitares cometían masacres
de campesinos o se apoderaban de sus tierras para luego venderlas a módicos
precios a aliados suyos de la talla de Jorge Pretelt, para citar solo el más
visible de los casos.
Para todos ellos ganó el NO.
DE REMATE: La única salida viable al momento político actual es una
Constituyente. De resto, el camino es culebrero. ¿Acaso es posible lograr que
congenien alacranes (FARC) con tarántulas (CD)?
1 comentario:
...un escritor venido a menos con nostalgia de fama que publica en el periodico de su defendido para asegurar su difusion.no tiene mucho merito!!
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