Conocí a Juan Manuel Santos a comienzos de los 90 en el Gun Club de
Bogotá, durante un coctel de la Federación de Cafeteros. Fue la primera y única
vez que hablé con él. Yo estaba con una colega y él se acercó a saludarnos sin
conocernos, estuvo un buen rato conversando con nosotros y esa noche tuve la nítida
impresión de que quería asegurar dos votos que a futuro pudieran servirle para
algo, por ejemplo para seguir los pasos de su tío el presidente Eduardo Santos.
A Álvaro Uribe nunca lo he visto en persona y tal vez nunca lo haré. Lo
considero un ser despreciable, merecedor de que la justicia lo investigue y lo juzgue
como posible autor –y coautor- de múltiples crímenes. Sustento el señalamiento en
las 186 demandas que reposan contra él en la Comisión de Acusaciones de la
Cámara, 27 de ellas por paramilitarismo, así como también en la grave acusación
que le formuló el expresidente César Gaviria tres días antes del plebiscito, frente
a la cual el acusado prefirió callar: “el Departamento de Estado (de EE UU) dice
que el senador Álvaro Uribe hacía parte en 1991 del Cartel de Medellín” (Escuchar
declaración).
La acusación de Gaviria se basa en este documento original
que puede ser consultado en los archivos de la National Security Archive (NSA),
donde se lee que el “asociado 82, Álvaro Uribe Vélez, es un político
colombiano, senador y dedicado a la colaboración con el Cartel de Medellín en
los altos niveles del gobierno. Uribe fue vinculado a negocios que están
conectados con actividades de narcotráfico en Estados Unidos. Su padre fue
asesinado en Colombia por sus conexiones con narcotraficantes. Uribe ha
trabajado para el Cartel de Medellín y es un amigo personal y cercano de Pablo
Escobar Gaviria (…)”.
No quiero ni pensar qué sería de Colombia si Santos hubiera preferido
continuar el legado guerrerista de su exjefe. Enhorabuena decidió subirse a la
locomotora de la paz antes que quedarse atascado en el vagón del conflicto
armado, y la Historia Universal acaba de premiarlo. Si algo le ha faltado a
Uribe es nobleza para reconocer que ambos están del mismo lado, del lado del
Establecimiento, y si no lo hace es porque él está del lado de las fuerzas
oscuras que se verían seriamente perjudicadas el día que por fin sea derrotada
la guerra. La paz las aniquila.
Según el director editorial de Semana, Rodrigo Pardo, el presidente es
“un aristócrata que termina reconocido como un luchador por la paz, con el apoyo
de la izquierda”. Uribe, por su parte, se ha convertido en lo que el genial
caricaturista Matador define como el tumor de Santos, con
el agravante de que el tumor ni mata al paciente ni existe medicina alguna que
logre erradicarlo. Llegó ahí, para quedarse.
En junio de 2013 el canal History Channel le concedió a Álvaro Uribe el
título de Gran Colombiano, pero eso ya no lo recuerdan ni los más abyectos
uribistas y se volvió más bien motivo de mofa, porque luego se vino a saber que
el concurso pertenecía a la junta directiva de la News Corporation, vinculada al
canal y de la que el mismo Uribe es miembro de su Junta Directiva, sumado a que
fue elegido solo por el 30 por ciento de los votantes de ese concurso, en su
mayor parte direccionados por el uribismo. (Ver La
relación de Uribe con History Channel).
Lo paradójico –como dije
en su momento- es que si se hiciera una elección antónima, algo así como La
Gran Vergüenza Nacional, Álvaro Uribe sería también uno de los candidatos a
llevarse el título. Vergüenza es por ejemplo que el resultado final del
plebiscito haya sido producto de una campaña de propaganda negra hábilmente
orquestada. No hubo manejo sino manipulación, confesada
por el propio gerente de la campaña del NO, Juan Carlos Vélez Uribe, en
impúdicas declaraciones que dio a La República y se resumen en estos ítems: a
los abuelos les dijeron que les iban a quitar el 7% de su pensión; a los
costeños, que Colombia se iba a volver ‘castrochavista’; a los empleados, que
las FARC iban a ganar más sueldo que ellos;
a los pobres, que les iban a quitar los subsidios; a los ricos, que les
iban a quitar la tierra, y a los evangélicos, que se venía “la dictadura
homosexual”.
En días pasados mostré en mi muro de Facebook un volante que circuló
en los templos evangélicos y cristianos, donde advertían que “¡Colombia está en
peligro! de caer en una dictadura comunista (…) Vota NO al plebiscito. Jesús,
entra en mi corazón” (Ver volante).
Y publiqué una entrada titulada El triunfo de los imbéciles, donde dije que el error
principal de Santos al abrir las puertas al plebiscito estuvo en no haber aplicado
esta máxima: "Nunca discutas con un imbécil. Él te llevará a su nivel y,
ya allí, te ganará por experiencia". Santos no tuvo en cuenta la
experiencia del rival al que se enfrentaba, un verdadero genio en el manejo de
la propaganda sucia.
Ante mi publicación fueron muchos los votantes del NO que con justa
razón se sintieron ofendidos y exigieron respeto, por lo que hice esta
aclaración: “no estoy diciendo que los votantes del NO sean imbéciles. Con El
triunfo de los imbéciles me refiero a los que engañaron a un muy alto número de
personas que votaron confundidas por las mentiras o atemorizadas por las
catástrofes de todo tipo que anunciaban. Así sea la mía una opinión aislada, considero
que el resultado final es ilegítimo, y en tal medida lo conducente sería convocar
a una de dos: a la realización de un nuevo plebiscito (ya sin huracán Mathew) o
a una Constituyente”.
En cualquiera de los dos casos, se debe buscar consenso en barajar de
nuevo. A la paz que llegaría después del 2 de octubre la íbamos a llamar
posconflicto, y ahora los medios le vuelven a decir "proceso". Íbamos
de cara a un futuro despejado, y el espurio resultado del plebiscito nos dio,
cual portazo en la cara, una amarga bienvenida al pasado.
El Nobel de Paz a Santos fue como la anestesia para el dolor del totazo,
pero al día siguiente el país despertó… y el Gran Colombiano todavía estaba
ahí.
¿Qué será lo que quiere el paisa? Derrotar la paz. Y para lograrlo, es
capaz de ‘secar un papayo’. Tenaz la pesadilla que nos espera.
DE REMATE: En honor a la verdad y al juego limpio, los del SI deberían
actuar con justicia. Si el NO ganó con el 0,5% de los votos, en ese mismo
porcentaje debe permitirse la modificación al Acuerdo Final para la Terminación
del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera.
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