Ocurrió en alguna ciudad intermedia de la costa Atlántica y la
protagonista de esta historia no puede aparecer, para evitar eventuales
retaliaciones ‘uribistas’. Digamos que se llama María Lucía Triana. Tiene 15
años, está en décimo grado del bachillerato y estudia en un colegio privado
cuyo rector y dueño es diputado por el Centro Democrático a la Asamblea de su
departamento.
En clase de Español y Literatura, para celebrar el Día del Idioma del
23 de abril les pusieron de tarea escribir una apología, o sea un “discurso en
el que se alaba, defiende o justifica a alguien o algo”. Por ser María Lucía la
más ‘pila’ de su curso, la escogieron para que los representara delante de todo
el colegio.
La destacada alumna escogió como tema de su apología el periodismo, y
desarrolló una línea de pensamiento claramente antiuribista, donde dijo cosas
como que “en el marco del periodismo contemporáneo encontramos una urdimbre de
historias en torno al presente político, económico, social y cultural de una
nación. Esta es una de las bases de la comunicación, donde la verdad no siempre
se presenta completa, y en muchos casos desgarrada o manipulada”.
Hasta ahí, todo bien. Pero las cosas pasaron de castaño a oscuro
cuando de las tres hojas que sostenía en sus manos, en la segunda soltó este
perla: “son muchas las veces que el periodismo ha degenerado hacia la defensa
de los poderosos o hacia el proselitismo político, como cuando RCN Noticias
aparece defendiendo las bancadas maquiavélicas del Centro Democrático, el
partido derechista del maquiavélico Álvaro Uribe, valga la redundancia”.
Cuenta la apologista en mensaje que me hizo llegar por el Messenger de
Facebook, que justo cuando leía esa línea levantó los ojos hacia el rector y
observó que se hallaba descompuesto, y de descompuesto pasó a airado cuando remató
con esto: “Gran parte de los medios en Colombia han caído en la banalidad, en
la exaltación de la farsa, en la glorificación de la estupidez. Nos han
convertido en sombríos reflejos parlantes mientras manipulan las conciencias de
los más intelectualmente débiles, que son mayoría”.
Cuando acabó de leer, según la corresponsal caribeña “se me acercó un
profesor y me dijo que el rector quería hablar conmigo. Yo sin miedo fui, él me
esperaba sentado frente a su escritorio, en su imponente silla reclinable. Tomé
asiento, sabiendo para dónde iba el asunto. Él me dijo que yo no podía decir eso
frente a todo el colegio, que era una falta de respeto con la institución, y
que eso me podía acarrear una suspensión académica, incluso una expulsión. Yo
le dije que entonces dónde quedaba la libertad de expresión, y él me respondió
que yo podía decir todo lo que quisiera o pensara, pero no en su colegio.
Entonces le dije que si era por lo de estar en contra del Uribismo, tenía que
expulsar y suspender a muchos alumnos, incluso a profesores. Y que si yo fuera
él pensaría dos veces lo de la expulsión, por las consecuencias que le podía
acarrear. Y sin más me levanté de la silla y al salir hasta azoté la puerta”.
El intento de censura no paró ahí, porque de la rectoría llamaron al
papá de la adolescente rebelde para pedirle que le enseñara a su hija “a distinguir
espacios”, y este les habría respondido que “los que tienen que aprender a distinguir
espacios son ustedes”, porque “la libertad de pensamiento es sagrada”. A
continuación –según el relato que conozco- el padre llamó a su hija para
manifestarle el orgullo que sentía por ella ante lo ocurrido.
Esto habría podido quedarse en lo anecdótico, pero se convierte en una
historia periodística sin igual cuando una niña de 15 años les canta la tabla a
las directivas de un colegio donde el credo uribista manda la parada. Les metió
un gol, mejor dicho: cuando María Lucía comenzó a hablar, el balón había
horadado la malla. Ya no podían detenerlo.
Lo lamentable es que lo ocurrido deba mantenerse en los términos de un
relato gaseoso, que no permite identificar al colegio ni el nombre del ofendido
rector, y menos la ciudad, para evitar represalias desde lo académico o incluso
desde lo legal, si por ejemplo ante un juez quisieran obligarla a cambiar su
versión. Colegio versus adolescente, hágame el favor.
Cuando María Lucía me escribió contando lo ocurrido, la invité a encarar
la situación y hacer la denuncia con nombres propios. Pero me habló del riesgo tanto
para su vida académica de ahí en adelante, que le podría implicar un cambio de
colegio cerca de la culminación de su bachillerato, como para su propia familia
en el municipio donde viven, de mayoritaria composición uribista e ingrata
recordación paramilitar.
Es por eso que los protagonistas de este relato deben permanecer en el
anonimato, tanto el nombre del colegio y del rector que amenazó con expulsión
si persiste en su rebeldía, como el de la pequeña amenazada. Pero había que
sentar un precedente, y en tal propósito aquí se ha contado la historia hasta donde
el largo brazo invisible de ese poder político-escolar lo permite.
DE REMATE: En honor a la verdad, las consultas técnicas y testimoniales
que he hecho no permiten hasta ahora tener certeza de que quien aparece en la
foto que publiqué en mi última
columna sea Alberto Uribe Sierra. Una voz experta en el tema plantea que pudiera
ser Álvaro Cala Hederich, exgobernador de Santander (1984-86) nacido en Zapatoca,
además exdirector de la Aerocivil (1994-96) como Álvaro Uribe, y manda esta foto a modo
de prueba. Noticia en desarrollo.
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