Hay cosas que en el mundo del periodismo producen escozor y ante las
cuales es imposible permanecer callado, como se ha podido observar en esta
columna. En el caso que hoy nos ocupa, las antenitas de vinilo se encienden en
opción Alerta al ver en la edición dominical de El Espectador una entrevista al
hijo y sobrino de los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, y queda la
impresión de haber leído no un artículo periodístico serio sino un publirreportaje
para promocionar el libro “No elegí ser el hijo del cartel”, de William
Rodríguez Abadía, publicado por Editorial Planeta. (Ver
entrevista).
Lo de promocionar un libro es lo de menos, la empresa editorial está
en su derecho. El conflicto ético se presenta es cuando se sabe que el
“personaje” en cuestión fue un temido narcotraficante que heredó a conciencia
una buena parte del poder económico e intimidatorio que manejaba el Cartel de
Cali. Pero hasta eso se inscribe dentro de lo previsible, si no fuera porque está
de por medio la catadura moral de un individuo que se convirtió en Judas de su
propia familia y en tal condición –según fuente norteamericana oficial- en
marzo de 2006 declaró contra su papá y
su tío ante un juez de Miami para obtener rebaja de la pena, frente a unos
delitos de los que fue coautor y cómplice: “es
muy difícil para mí, su señoría –dijo- porque se trata de mi padre y mi tío,
pero acepto cooperar”.
Hablo de publirreportaje porque la foto que ocupa todo el espacio
visual muestra a un William Rodríguez frente a un lago plácido, con gafas de
profesor universitario y una mirada de filántropo que transmite la sensación de
que ese hombre no mata ni una mosca, y porque las preguntas fueron en extremo
complacientes, como si el periodista quisiera quedar bien con el entrevistado.
Es cuando a uno se le ocurre averiguar en Google por el entrevistador,
de nombre Fabio Posada Rivera, y se descubre que es caleño –vaya coincidencia-
y además es el Jefe de Investigación del periódico El País (caleño), lo cual tampoco
tendría mayor trascendencia si no fuera porque entre sus entrevistas anteriores
aparece una hecha al contralor
de Cali, Gilberto Zapata, donde de entrada lo presenta como “un hombre de
armas tomar cuando se trata de combatir la corrupción”, o sea que se le nota ahí
también su interés en agradar al personaje antes que en cumplir con lo que ordena
todo manual de redacción periodística cuando de entrevistas se trata: “mantener
distancia crítica con el entrevistado”.
Es por eso que la entrevista a Rodríguez Abadía suscita tal
desconfianza: porque en lugar de distancia crítica se percibe cercanía
amigable, la del que no se atreve a preguntar por ejemplo qué se siente haber
traicionado al papá y al tío a cambio de un tiempo más reducido en la cárcel,
sino que desliza el tema de este modo: “En 2006, una vez decide confesar y
negociar con la justicia, pensó que su padre y su tío jamás lo perdonarían”. Y
la respuesta de Rodríguez deja ver un alto grado de cinismo: “El único perdón
que he buscado ha sido el de Dios (…). Con mi tío no tengo ninguna
comunicación, no sé de su vida. Con mi padre me reuní en dos ocasiones,
hablamos sobre muchas cosas, pero nunca nos vamos a poner de acuerdo”. En otras
palabras, él mismo reconoce que no le han perdonado su traición, pero no se
arrepiente de haber sido el Judas de la familia.
¿Qué se puede esperar de un individuo que es capaz de vender a su
propio padre? Pues lo que se puede esperar, es lo que hoy ocurre: que el hombre
adelanta una muy bien calculada campaña de mercadeo y relaciones públicas que comprende
en primer lugar la promoción comercial de su libro, en segundo lugar el lavado
de su anterior imagen de mafioso, y en tercer lugar echarles más agua sucia de
la que ya tienen a los que ya sabemos. Y para ello cuenta con el beneplácito de
medios que al parecer se están dejando utilizar por quienes estarían actuando
detrás de él con un propósito político nítidamente percibido, orientado a tergiversar
la historia.
Esta columna pretende alertar entonces sobre un sujeto que gracias a
su cara de niño bueno ha logrado colarse en las portadas y en los titulares de
importantes medios impresos o audiovisuales, pero que en realidad es un títere
de fuerzas oscuras que lo utilizan –como ya lo hicieron con alias ‘Rasguño’- para
decir lo que les sirve, particularmente sobre el Proceso 8.000, en torno al
cual suelta mentiras imposibles de demostrar mezcladas con verdades a medias
para confundir a la concurrencia, con base en el libreto que le han dictado.
¿Por qué tuvo que esperar 20 años para “revelar” cosas que no se pueden
comprobar, y que si fueran verdad las habría comunicado mucho tiempo antes? Elemental,
mi querido Watson: porque hoy –no ayer- responde a un entramado político oscuro
y reaccionario que lo utiliza para su conveniencia.
DE REMATE: Noticias
Uno mostró un caso en que Orieta Daza le propone a la congresista María
Fernanda Cabal que Jorge Pretelt contrate a un periodista porque “si no, a
punta de mentiras lo muelen”. En este caso el magistrado está en su derecho de
asesorarse de un comunicador que le ayude a divulgar ante los medios sus
argumentos de defensa, pues lo cobija la presunción de inocencia. Cosa
diferente es que un exconvicto contrate periodistas o reciba apoyo de importantes
medios para lavar su imagen y hacerles sonoro eco a “revelaciones” imposibles
de probar.
2 comentarios:
Qué falta de respeto su comentario "descubre que es caleño - vaya coincidencia". ¿O sea que los caleños, por ser caleños, simpatizamos con mafiosos? Porque eso es lo que insinúa.
No es ético hacer ese tipo de señalamientos, incluido al periodista que menciona. Exige rigor pero ¿dónde está el suyo?
Preguntele a SERPA sobre esos episodios... ahhhh cierto, que JORGE GOMEZ el periodista ANAL+itico...es aúlico SERPISTA... y esta es defendiendo al patrón.... ve la paja en el ojo ajeno... pero no ve la de el ni la del PATRON BIGOTUDO.. Que tiene mucho que explicar con lo de ALVARO GOMEZ .... Que falta de ética de este pseudoperiodista.
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