martes, 16 de junio de 2015

Acabarán hasta con el nido de la perra




En 1977 daba mis primeros pasos en el periodismo y fui enviado a cubrir para la revista Alternativa una huelga de los trabajadores de Indupalma, en momentos en que su gerente, Hugo Ferreira Neira, permanecía secuestrado por el M-19. Llegué a Bucaramanga, donde me recibieron Andrés Almarales, presidente de UTRASAN, y el médico Carlos Toledo Plata, ambos vinculados a la ANAPO del general Gustavo Rojas Pinilla. Ellos me trasladaron hasta la sede de la empresa, en cercanías de San Alberto (Cesar).

Almarales y Toledo eran miembros del M-19 desde la clandestinidad, pero yo no lo sabía. Ambos ofrecían un llamativo contraste, pues mientras el galeno era de temperamento sereno y palabras medidas, el dirigente sindical destilaba un odio de clases incontenible y se expresaba con frases cargadas de altisonante bilis, como la que le escuché y hube de recordar el 6 de noviembre de 1985, cuando supe que él comandaba la toma del Palacio de Justicia en Bogotá: “¡Hay que darle a la burguesía por el culo!”.

Ese mismo odio de clases se le ve a la cúpula de las FARC, a raíz de las derrotas militares que han sufrido y tras el levantamiento de su cese unilateral del fuego. Ahora se han venido con todo, pero no con acciones de combate sino mediante ataques contra la infraestructura energética y petrolera o con atentados cobardes desde un matorral, como el más reciente contra el comandante de Policía de Ipiales, coronel Alfredo Ruiz Clavijo, y el patrullero Juan David Marmolejo, a quienes según Medicina Legal remataron con tiros de gracia en el rostro. Y no contentos con lo anterior, asesinaron también a un civil que cometió el error de pasar en moto por el lugar equivocado a la hora menos indicada.

Traje a colación la toma del Palacio de Justicia porque en aquella ocasión actuaron llevados por la desesperación, impelidos por la urgencia de hacer demostraciones de fuerza para emparejar las acciones. Entre los años 84 y 85 el Ejército se opuso de manera abierta a los diálogos de paz que el gobierno de Belisario Betancur adelantaba con M-19, y realizó ataques contra los lugares donde esa guerrilla se había concentrado. En respuesta ese grupo intentó secuestrar al comandante del Ejército, general Rafael Samudio, y 15 días después lograron colarse al Palacio de Justicia (o los estaban esperando…) con la delirante pretensión de hacerle un juicio al Presidente de la República, sin calcular que habían encendido en el estamento militar la ‘ira e intenso dolor’ que les dio justificación para la retoma salvaje durante la cual arrasaron hasta con el nido de la perra, sin compasión alguna con los magistrados de la Corte Suprema y demás civiles que quedaron atrapados entre el fuego cruzado o en condición de rehenes.

Hoy las FARC están empeñadas en demostrar que no conocen la historia, pues con sus medidas desesperadas de retaliación (ojo por ojo) parecen condenadas a repetirla. La posibilidad de lograr una paz concertada pende de un hilo cada vez más delgado, en un pulso demencial donde se ve a los dos bandos tirando cada uno con ímpetu desde su lado, como si quisieran reventarlo.

La arremetida de la guerrilla tiene el propósito de forzar al gobierno a aceptar un cese bilateral del fuego, pero están buscando el ahogado río arriba. El modo en que afectan a la población civil y al medio ambiente es cuchillo para su propio pescuezo, pues aumenta su desprestigio mientras son empujados por ‘el enemigo’ a actuar a la medida de sus expectativas. Hay una bestia sedienta de sangre, y las FARC parecen los borregos dispuestos en su orgullo guerrero a satisfacer el pedido.

El día que el presidente Juan Manuel Santos se vea obligado a ordenarles a sus negociadores que se levanten de la mesa y retornen a Colombia, los amigos de la guerra no cabrán de la dicha, pues se les habrán salvado los enormes beneficios –económicos y políticos- que obtienen con la confrontación armada.

Ese día el país se unirá en un solo clamor para exigir que “¡acaben con todo lo que huela a guerrilla!”, Santos pasará a ocupar el mismo lugar deshonroso de un Belisario Betancur o un Andrés Pastrana (otro que tampoco pudo), y el próximo presidente de Colombia será impuesto una vez más por la imbecilidad de las FARC y las promesas recargadas de venganza de Álvaro Uribe.

Si las cosas siguen así, sobre los escombros físicos y morales del que fuera un bello país pero atravesado en enésima ocasión por la brutalidad de dos fieras enfrentadas a muerte, habremos de recordar al comediante Hebert Castro cuando recitaba su estribillo: “Se les dijooooo, se les advirtióoooooo, se les recomendóooooo, pero no hicieron casoooo…”

Y será tarde para el arrepentimiento, porque habrán arrasado de nuevo hasta con el nido de la perra.

De remate: Los señores de las FARC deberían poner en práctica esta idea que proponen las señoras Tola y Maruja: "Ustedes ganarían simpatía, o por lo menos respeto, si nos mandan a sus compatriotas una foto parados junto al carrotanque o al pie de la torre y con esta leyenda: Pudimos hacerlo, pero queremos la paz".

No hay comentarios: