No sé si tienen razón los críticos del alcalde Gustavo Petro
cuando le cuestionan por populista y provocadora su decisión de construir
planes de Vivienda de Interés Prioritario (VIP) para estrato 1 en un sector de
exclusivo estrato 6, pero confieso que me muero de las ganas de ver cómo
termina ese experimento de inclusión social a la fuerza.
Como relato de ficción lo envidiaría José Saramago, y en el ámbito de
lo real aporta las situaciones y los personajes requeridos para la puesta en
escena de un reality televisivo al mejor estilo Truman Show, película de Peter
Weir en la que un hombre interpretado por Jim Carrey es el único que no sabe
que es actor de su propia vida, y un día le dice a su novia de postín: “A veces
me pregunto qué pasaría si me levantara mañana y descubriera que toda mi vida
ha sido una mentira”.
Ahora bien: ¿qué pasará cuando esos “guisos, ñeros, de quinta, negritos,
indios, ñapangos, gurres o lobos” (según el diccionario del apartheid
chachaco que aporta María Antonia García) se levanten por primera vez en la
mañana del comienzo de la vida que les espera en un barrio cuyos habitantes son
cinco estratos por encima del que siempre han tenido? ¿Encontrarán un ambiente
inhóspito o, por el contrario, los ‘nativos’ harán de tripas corazón y tratarán
de socializar con los ‘nuevos ricos’?
Una manera de facilitarles la estadía en el que muy posiblemente
constituya un entorno de rechazo o exclusión, sería convertirlos en elenco de
su propia vida y –por ejemplo- pagarles una suma mensual para que permitan la
instalación de cámaras que les hagan seguimiento permanente a sus vidas, con la
seguridad de que se presentarán historias o situaciones que acapararán la
atención de una audiencia masiva. ¿Terminarán las amas de casa del sector
abandonando a Pomona para mandar a sus mucamas a comprar más barato a la tienda
comunal de los ‘intrusos’? ¿Y el roce con los de su misma condición social
provocará en esas mucamas una toma de conciencia que las lleve a soliviantarse
contra sus patronas? ¿Acabará el hijo de papi del conjunto de en frente por
enamorarse de la agraciada hija de doña Eduviges, la que sale todas las tardes
a rebuscarse la vida vendiendo aguacates en la esquina? No se pierda el próximo
capítulo de este apasionante reality… etc.
De entrada, conviene entender que un guión de tan dramático formato no
se da en todas las locaciones. Ubicados en Barranquilla, por ejemplo, no
tendría mayor trascendencia si al alcalde de la Arenosa se le ocurriera hacer
el mismo revolcón urbanístico y social. Allá de pronto lo toman con espíritu
caribe y se pongan los ‘manes’ de uno y otro estrato a chupar ron los fines de
semana mientras la esposa de alguno de ellos le dice a la desplazada de
Pivijay: “¡anda niña, me tienes que enseñar a preparar esa butifarra!” Pero eso
mismo no ocurriría a dos horas de allí, en Cartagena, ciudad de arquitectura y
mentalidad colonial donde en días recientes le rindieron homenaje a los piratas
ingleses que los sometieron a salvaje sitio y trataron de doblegarlos a sangre y fuego, y explica por qué Gabriel García Márquez dijo que “los cartageneros son los
cachacos de la Costa”.
Debemos ubicarnos entonces en tierra de cachacos, o más bien de rolos, porque cachaco
en la costa Atlántica se le dice a todo el que es del interior: un día es
elegido alcalde de la muy señorial Santa Fe de Bogotá un exguerrillero nacido
en un pueblo costeño con nombre de novela, Ciénaga de Oro, y la historia
adquiere ribetes de emoción y suspenso desde el día en que un procurador
convertido en su archirrival político e ideológico (y religioso) se agarra de
un problema que se presentó con unas basuras para destituirlo, y escala a abierta
confrontación de clases con los sectores más pudientes de esa ciudad cuando su
burgomaestre resuelve mandar a vivir a grupos de desposeídos en sus propias
narices.
¡Qué hochoch! (tradúzcase “qué horror”), gritan en coro las
encopetadas damas del Chicó cuando se enteran de la noticia, y es entonces
cuando la alta sociedad bogotana entra en estado de conmoción interior y hacia
el exterior moviliza a la poderosa prensa amiga para advertir sobre la
inconveniencia técnica, urbanística, económica, social y estética del proyecto,
en la medida en que “afea el patrimonio de todos los bogotanos, enrarece
el ambiente y no contribuye a acabar con la desigualdad”.
No se trata aquí de estar a favor o en contra de la idea, como dije
arriba, sino de manifestar la inmensa curiosidad de conocer en vivo y en directo los resultados que este
experimento tal vez único en el mundo traerá sobre ambos grupos de tan disímil
condición social. El terror de los ‘nativos’ es a que esos desplazados “desvaloricen”
sus barrios y lleven inseguridad, mientras el temor por el lado de los recién
llegados sería a un nuevo ‘desplazamiento’, ya no en forma de violencia sino de
desprecio o matoneo.
Sea como fuere, aquí el único modo de saber si la realidad
discriminatoria actual dará paso a creativas formas de inclusión –o de
exclusión, o de situaciones emparentadas con la ficción- es pasando del dicho
al hecho, aunque haya mucho trecho.
Así que… luces,
cámara, ¡acción!
DE REMATE: Encontré por ahí
un meme donde dice que ver a Uribe marchar contra la impunidad es como ver a
Garavito marchando contra la pedofilia o ver a los Nule marchando contra la
corrupción. Eso puede ser cierto, pero la diferencia es que Garavito y los Nule
sí están pagando sus culpas ante la justicia.
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