miércoles, 17 de diciembre de 2014

Un reality de pobres en tierra de ricos



No sé si tienen razón los críticos del alcalde Gustavo Petro cuando le cuestionan por populista y provocadora su decisión de construir planes de Vivienda de Interés Prioritario (VIP) para estrato 1 en un sector de exclusivo estrato 6, pero confieso que me muero de las ganas de ver cómo termina ese experimento de inclusión social a la fuerza.

Como relato de ficción lo envidiaría José Saramago, y en el ámbito de lo real aporta las situaciones y los personajes requeridos para la puesta en escena de un reality televisivo al mejor estilo Truman Show, película de Peter Weir en la que un hombre interpretado por Jim Carrey es el único que no sabe que es actor de su propia vida, y un día le dice a su novia de postín: “A veces me pregunto qué pasaría si me levantara mañana y descubriera que toda mi vida ha sido una mentira”.

Ahora bien: ¿qué pasará cuando esos “guisos, ñeros, de quinta, negritos, indios, ñapangos, gurres o lobos” (según el diccionario del apartheid chachaco que aporta María Antonia García) se levanten por primera vez en la mañana del comienzo de la vida que les espera en un barrio cuyos habitantes son cinco estratos por encima del que siempre han tenido? ¿Encontrarán un ambiente inhóspito o, por el contrario, los ‘nativos’ harán de tripas corazón y tratarán de socializar con los ‘nuevos ricos’?

Una manera de facilitarles la estadía en el que muy posiblemente constituya un entorno de rechazo o exclusión, sería convertirlos en elenco de su propia vida y –por ejemplo- pagarles una suma mensual para que permitan la instalación de cámaras que les hagan seguimiento permanente a sus vidas, con la seguridad de que se presentarán historias o situaciones que acapararán la atención de una audiencia masiva. ¿Terminarán las amas de casa del sector abandonando a Pomona para mandar a sus mucamas a comprar más barato a la tienda comunal de los ‘intrusos’? ¿Y el roce con los de su misma condición social provocará en esas mucamas una toma de conciencia que las lleve a soliviantarse contra sus patronas? ¿Acabará el hijo de papi del conjunto de en frente por enamorarse de la agraciada hija de doña Eduviges, la que sale todas las tardes a rebuscarse la vida vendiendo aguacates en la esquina? No se pierda el próximo capítulo de este apasionante reality… etc.

De entrada, conviene entender que un guión de tan dramático formato no se da en todas las locaciones. Ubicados en Barranquilla, por ejemplo, no tendría mayor trascendencia si al alcalde de la Arenosa se le ocurriera hacer el mismo revolcón urbanístico y social. Allá de pronto lo toman con espíritu caribe y se pongan los ‘manes’ de uno y otro estrato a chupar ron los fines de semana mientras la esposa de alguno de ellos le dice a la desplazada de Pivijay: “¡anda niña, me tienes que enseñar a preparar esa butifarra!” Pero eso mismo no ocurriría a dos horas de allí, en Cartagena, ciudad de arquitectura y mentalidad colonial donde en días recientes le rindieron homenaje a los piratas ingleses que los sometieron a salvaje sitio y trataron de doblegarlos a sangre y fuego, y explica por qué Gabriel García Márquez dijo que “los cartageneros son los cachacos de la Costa”.

Debemos ubicarnos entonces en tierra de  cachacos, o más bien de rolos, porque cachaco en la costa Atlántica se le dice a todo el que es del interior: un día es elegido alcalde de la muy señorial Santa Fe de Bogotá un exguerrillero nacido en un pueblo costeño con nombre de novela, Ciénaga de Oro, y la historia adquiere ribetes de emoción y suspenso desde el día en que un procurador convertido en su archirrival político e ideológico (y religioso) se agarra de un problema que se presentó con unas basuras para destituirlo, y escala a abierta confrontación de clases con los sectores más pudientes de esa ciudad cuando su burgomaestre resuelve mandar a vivir a grupos de desposeídos en sus propias narices.


¡Qué hochoch! (tradúzcase “qué horror”), gritan en coro las encopetadas damas del Chicó cuando se enteran de la noticia, y es entonces cuando la alta sociedad bogotana entra en estado de conmoción interior y hacia el exterior moviliza a la poderosa prensa amiga para advertir sobre la inconveniencia técnica, urbanística, económica, social y estética del proyecto, en la medida en que “afea el patrimonio de todos los bogotanos, enrarece el ambiente y no contribuye a acabar con la desigualdad”.

No se trata aquí de estar a favor o en contra de la idea, como dije arriba, sino de manifestar la inmensa curiosidad de conocer en vivo y en directo los resultados que este experimento tal vez único en el mundo traerá sobre ambos grupos de tan disímil condición social. El terror de los ‘nativos’ es a que esos desplazados “desvaloricen” sus barrios y lleven inseguridad, mientras el temor por el lado de los recién llegados sería a un nuevo ‘desplazamiento’, ya no en forma de violencia sino de desprecio o matoneo.

Sea como fuere, aquí el único modo de saber si la realidad discriminatoria actual dará paso a creativas formas de inclusión –o de exclusión, o de situaciones emparentadas con la ficción- es pasando del dicho al hecho, aunque haya mucho trecho.

Así que… luces, cámara, ¡acción!

DE REMATE: Encontré por ahí un meme donde dice que ver a Uribe marchar contra la impunidad es como ver a Garavito marchando contra la pedofilia o ver a los Nule marchando contra la corrupción. Eso puede ser cierto, pero la diferencia es que Garavito y los Nule sí están pagando sus culpas ante la justicia.

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