En un contexto geográfico se dice que "los árboles no dejan ver el bosque" para referirse a que los accidentes del paisaje dificultan la visión de la panorámica global, pero en un contexto metafórico alude a que los detalles impiden ver el conjunto de cualquier cuestión. Con el gobierno de Álvaro Uribe la fórmula se invierte, pues es el bosque el que no deja ver los árboles: gracias a su inmenso prestigio, ante la opinión pública pasan desapercibidos los innumerables escándalos que en circunstancias normales obstaculizarían cualquier gestión o la harían ingobernable. Escándalos referentes a los vínculos de autoridades, funcionarios, amigos y/o políticos de la coalición uribista con grupos paramilitares unas veces, y otras con narcotraficantes puros, sin que estos hechos –que superan en ocho mil veces o más lo ocurrido durante el proceso 8.000- hayan afectado mayormente su imagen.
La comparación con el gobierno de Ernesto Samper es obligada, pues en ambos casos el narcotráfico permeó sus campañas o su accionar político. La diferencia de fondo radica en una paradoja colosal, como es que el gobierno quizá peor rodeado (de delincuentes de diversa laya) es el que mayor prestigio en la historia de Colombia ha tenido, mientras que lo que le ocurrió a Samper –comparado con los escándalos que hoy a diario revientan- no pasaría de ser un pecadillo venial.
Samper gastó su mandato defendiéndose de las acusaciones y de las invitaciones a renunciar que desde todos los medios le hacían, por cuenta de una suma cercana a seis millones de dólares, aportada por los hermanos Rodríguez Orejuela. Por su parte, el Gobierno de Uribe se defiende acudiendo a mentiras verdaderas, pues mezcla cosas ciertas del pasado (como que muchas alianzas entre políticos y ‘paras’ se dieron antes de su gobierno) con protuberantes hechos del presente que pretende minimizar, como los lazos de cooperación entre su director del DAS y el narcoparamilitar Jorge 40 (quien supuestamente pudo disponer del aparato de inteligencia del Estado para cometer masacres con base en listas que entregaba el DAS), o los imputados crímenes al ex gobernador de Sucre, Salvador Arana (a quien nombró cónsul en Chile para protegerlo), o la colaboración que el ex fiscal Luis Camilo Osorio (a quien nombró embajador en México y de quien dijo “deberían clonarlo”) le habría brindado al paramilitarismo en general y al general Rito Alejo del Río en particular, o el cohecho practicado en Yidis Medina para facilitar su reelección, o las chuzadas ilegales desde el DAS (que sólo a Uribe podían serle útiles), o las visitas clandestinas de mafiosos a Palacio, o los negocios de sus hijos con terrenos que se valorizaron de la noche a la mañana, para mencionar sólo unos pocos escándalos y no alargar la lista. (Y sin mencionar los centenares de ejecuciones extrajudiciales, mal llamadas falsos positivos).
Ya es hora entonces de que se hagan visibles todos los árboles que el tupido bosque tejido por el mesiánico prestigio de Álvaro Uribe no ha dejado ver, para que este gobierno adquiera en la historia el verdadero sitial que se merece.
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