“He volado demasiado alto con alas prestadas.”
Charles Van Doren
Hay dos películas que el Ministerio de Educación Nacional debería incluir con carácter obligatorio en el currículo académico: El dilema (Robert Redford, 1994) porque enseña a vivir dignamente, y Las invasiones bárbaras (Denys Arcand, 2003) porque enseña a morir ídem.
Charles Van Doren
Hay dos películas que el Ministerio de Educación Nacional debería incluir con carácter obligatorio en el currículo académico: El dilema (Robert Redford, 1994) porque enseña a vivir dignamente, y Las invasiones bárbaras (Denys Arcand, 2003) porque enseña a morir ídem.
Hoy hablaremos de la primera, en atención al asombroso paralelo que brinda con el Yidisgate, referente a las dádivas que en 2002 habría recibido la entonces representante Yidis Medina para cambiar su voto de negativo a positivo, a favor de la reelección del presidente Álvaro Uribe.
El título original de la cinta es Quiz Show y alude al escándalo que se desató en Estados Unidos en 1958, cuando se supo que el más popular programa de concurso de la NBC (“Twenty One”) había acudido a una trampa para reemplazar a un concursante –Herbert Stempel- por otro de noble familia y mejor registro visual –Charles Van Doren-, con el único propósito de aumentar la audiencia. Stempel viene a ser como el Yidis de la trama, pues le prometen que le darán su propio programa de televisión si “se tira a la lona”, para lo cual debe responder equivocadamente a una pregunta sencilla: ¿Cuál película ganó el Óscar a mejor film en 1955? Él sabía que había sido “Marty”, pero le obligan a decir que “Nido de ratas” (On the waterfront), la ganadora del año anterior.
El asunto es que el hombre queda ‘ardido’ porque pasan los meses y no le cumplen el trato, y hace “17 llamadas” al canal, donde deja dicho en son de amenaza que “aquí va a pasar algo”, pero no le pasan al teléfono. Así que decide irse hasta la oficina del productor, Dan Enright, para decirle que “yo necesito volver a la televisión. Consígueme un programa o te arrastro conmigo a la mierda. ¡Hazlo, o todos sabrán del fraude!” Lo que Stempel no sabe es que lo están grabando, e incluso conservan las facturas del siquiatra que como ‘cortesía de la casa’ decidieron pagarle cuando lo echaron del programa, y que éste acogió de buena gana.
Mientras tanto, la atención nacional se desplaza hacia el nuevo concursante, Charles Van Doren (Ralph Fiennes, el de El paciente inglés), profesor de idiomas de la universidad de Columbia, quien se convierte en una especie de Joe Di Maggio del intelecto gracias a que semana tras semana responde acertadamente las más variadas y difíciles preguntas, a tal punto que su propio padre se sorprende cuando le escucha pronunciar en pantalla los nombres de los tres campeones mundiales de boxeo que precedieron a Joe Louis: “James D. Braddock… Max Baer y… y… ¿Primo Carnera?”.
Otro sorprendido es un joven abogado recién egresado de Harvard, Richard Goodwin, quien ocupa una ‘corbata’ como miembro del Comité de Supervisión Legislativa del Congreso y se entera de que Stempel presentó denuncia por fraude ante un Gran Jurado, y le da por investigar si será posible tanta belleza, sabiduría y talento en dicho programa. Así que comienza por preguntarle a Charles Van Doren si conoce la queja del concursante anterior, según la cual lo obligaron a perder para que él pudiera entrar, y éste manifiesta no saber nada al respecto.
Goodwin se dirige entonces a Stempel (un hombre emocionalmente inestable, interpretado a la perfección por John Turturro), quien le abre las puertas de su desordenada casa, le explica cómo lo hicieron perder y le dice que “el concurso es una farsa”, de modo que “si acabas con Van Doren, serás más famoso que el Sputnik”. Pero al investigador no le interesa perjudicar al exitoso concursante, pues incluso ha desarrollado hacia él una solidaridad de clase que terminará en amistad y servirá para tratar de protegerlo. Lo que quiere es llegar a la verdad, por lo que toca a las puertas del canal. Allí le hacen escuchar la grabación, le muestran los recibos de las “cinco sesiones semanales” con el siquiatra y le hablan del “estado de enajenación mental” del individuo, así como de su “rencor irracional” hacia el programa. Cualquier parecido con la realidad…
Cuando las cosas parecen haber llegado a un callejón sin salida, ante los reclamos que Goodwin le hace a Stempel por haber ocultado lo del siquiatra y lo del chantaje “(consígueme un programa o…”), éste decide autoinculparse –al mejor estilo Yidis, de nuevo- y contarle que “a mí me daban las respuestas”. De aquí en adelante la película de Redford adquiere la dinámica de una bola de nieve que arrastra todo a su paso, pues después de que el investigador le transmite a Van Doren lo que le ha dicho Stempel, vemos al catedrático atravesando por una crisis de conciencia que lo obliga a pedirles a los realizadores del concurso que ya no le den las respuestas, sino “sólo las preguntas”.
Pero aquí no para la cosa, pues faltaba la prueba reina: un concursante de años atrás, James Snodgrass (y aquí debemos anotar que todos los nombres y sucesos son reales) le entrega a Goodwin un sobre sellado, mientras le explica que se trata de un correo certificado que él mismo se envió un 11 de enero, 48 horas antes del programa en el que él concursaba, con las respuestas a las preguntas que le harían el día 13. Lo cual –puesto que estamos de parangón- nos remonta al video con la entrevista que Yidis había grabado desde un comienzo para Noticias Uno, contando lo que diferentes funcionarios del Gobierno colombiano le habrían ofrecido a cambio de su voto.
Es entonces cuando, a medida que la verdad aflora, queda claro por qué la película se llama “El dilema”. Porque llega el momento en que el hombre más querido y con mayor reputación comprende que el cerco se va cerrando en torno a él, y se ve ante la disyuntiva de seguir mintiendo o… quedar como un ‘cuero’. El propio investigador intenta confrontarlo con la verdad, mediante la narración de una anécdota familiar: un tío que le había sido infiel a su mujer confesó la culpa ocho años después, debido a que “le remordía la conciencia de haberse salido con la suya”. Y a continuación le entrega un citatorio para el Comité, advirtiéndole que “si quieres ser un caballero, pórtate como tal”.
En ese mismo contexto, Van Doren recibe la visita del presidente de la NBC , Robert Kintner, quien le pide firmar una declaración eximiendo de culpa al canal, a la vez que lo invita a convocar a los medios para negar cualquier implicación suya como concursante, no sin antes recordarle que “¿no te hemos tratado como a un miembro de la familia?”. Nunca se sabe si en tal condición también tenía comunicación directa con los hijos del Presidente (ni siquiera sabremos si éste tenía hijos), pero lo cierto es que el hombre firma el papel, aunque se niega a la rueda de prensa, pues cree que “no hay nada más sospechoso que un hombre que no ha sido acusado, declare su inocencia.”
Es sólo ante su padre –Mark Van Doren, doctor en Literatura- que se atreve a desnudar su drama interior, en un vibrante diálogo entre el íntegro moral y el pecador, que este breve espacio nos impide apreciarlo en su dimensión real, pero que remata de este modo:
- ¿Te pagaron entonces por engañar al público?
Y el hijo pródigo responde:
- Sí, padre.
Ya frente al estrado, el protagonista del escándalo lee una extensa declaración en la que reconoce que “le mentí al país sobre lo que sabía y sobre lo que no sabía”, y al final es felicitado por los miembros del Comité, quienes alaban su “espíritu gallardo”, su “valentía” y su “caballerosidad, con excepción de uno que se aparta de tanto aplauso porque juzga que “un hombre no puede ser felicitado por decir la verdad”.
En síntesis, El dilema (o Quiz Show) es una película con un guión soberbio, de hondo calado ético, que si pudieran verla todos los involucrados en el Yidisgate con seguridad provocaría un remezón en sus conciencias, pues trata de la importancia de ser honestos y de las complicaciones que trae el faltar a la verdad, en cualquier circunstancia de la vida.
1 comentario:
Conozco personalmente al periodista Jorge Gómez Pinilla y doy fe de su idoneidad, seriedad y objetividad de sus escritos y columnas, las cuales busco cada semana en El Tiempo con prudente ansiedad. Me encuenro en espera del libro que comenzo hace varios años y que esta por terminar.
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