Tomado de El Espectador
Si la memoria no nos falla, en
septiembre del año pasado un grupo de indígenas derribó la estatua del
conquistador Sebastián de Belalcázar en Popayán, como resultado de un juicio
simbólico en el que se le declaró culpable de genocidio, apropiación de tierras
y despojo. Nada alejado de la verdad, pues no solo sus abusos están documentados,
sino que fue nombrado “gobernador propietario vitalicio” de Popayán. Y como tal
se portó, frente a tierras y aborígenes.
Esa misma memoria histórica sirve
para recordar que Santander fue la cuna de la emancipación de la tiranía española,
cuando un 16 de marzo de 1781, recogiendo la indignación del pueblo atropellado
con impuestos y alcabalas, Manuela Beltrán arrancó un edicto del Ayuntamiento
del Socorro y con él simuló limpiarse el trasero.
Pues bien, en estas mismas
“bravas tierras” de Santander se ha sabido que dentro del más reconocido sitio turístico,
el parque Panachi, se exhibe para nacionales y extranjeros el busto de un
sujeto condenado a nueve años de prisión por la Corte Suprema de Justicia, de
nombre Hugo Heliodoro Aguilar, cuya pena no ha acabado de cumplir, o sea que se
trata de un reo convicto.
En plan de seguir refrescando la
memoria, al coronel (r) Aguilar lo lanzó a la fama el operativo que culminó con
la muerte del temido capo Pablo Escobar. De esa aureola de héroe se agarró para
hacerse elegir gobernador, pero en alianza criminal con el grupo paramilitar
conocido como Bloque Central Bolívar, proyecto político cuyo objetivo según la misma
Corte Suprema era “posicionar aliados en todos los niveles de la
administración, incluidos los cargos de elección popular, con el ánimo de
expandir su área de influencia y tener voceros en los altos cargos con poder de
decisión a nivel regional y nacional”.
Su historial de todos modos no
para ahí, pues dos años antes había sido inhabilitado por la Procuraduría (de
Alejandro Ordóñez) para ejercer cargos públicos durante 20 años, y hasta su
mismo origen geográfico está en duda: mientras él afirma ser originario de
Suaita, el exsenador Tiberio Villarreal lo demandó en 2004 ante el Consejo de
Estado por “uso de documento público falso”, afirmando que Aguilar habría
utilizado dos cédulas diferentes, una original para inscribirse como candidato
a la Asamblea en 2000 y otra a la Gobernación en 2003. “Mientras en la cédula
original dice que Aguilar nació el 4 de enero de 1955 en Chitaraque, Boyacá, en
la otra dice que nació en el pueblo santandereano de Suaita, distante a 20
minutos por carretera”. (Ver noticia).
Este es en síntesis el sujeto a
quien la administración del parque Panachi -a cargo de la gobernación que hoy
encabeza su hijo Mauricio, conviene puntualizar- le rinde perenne homenaje con la
exhibición pública de un busto, honor que hasta donde sabemos solo se les
confiere a personas fallecidas y en recordación de una meritoria vida y obra.
Digámoslo sin ambages, esto solo
es expresión del inmenso poder que hoy maneja el clan Aguilar, hasta el punto
de haber convertido a Santander en su coto de caza, tanto para el manejo
amañado del erario como para la práctica permanente de tropelías.
El escándalo -o la indignación-
se extiende a la forma como el otrora icónico periódico Vanguardia, ante
el hallazgo de semejante afrenta a los santandereanos (o al menos a las
víctimas del Bloque Central Bolívar) en lugar de publicar un sentido editorial
donde exijan el retiro de semejante atropello a la decencia, solo encuentran la
condescendiente palabra “polémica” para titular y así evitar cualquier
confrontación con el todopoderoso clan: Polémica por busto del
exgobernador Hugo Aguilar en el parque Panachi. (Ver
noticia).
Y no es que el otrora bastión del
pensamiento liberal pretenda ser objetivo o imparcial en el tratamiento de la
información, no señores. Es que la dichosa palabreja les sirve para conseguir
que no se vean afectados los intereses del gobernador… ni los de Vanguardia.
Así se evidenció frente a la tormenta desatada por un video del diputado
Ferley Sánchez, que mostró la aglomerada fiesta de celebración del cumpleaños
del hijo del capo Massimo mientras Bucaramanga permanecía en alerta
naranja por el aumento en la ocupación de las UCI, debido al contagio del
Coronavirus. Aquí, de nuevo Vanguardia tituló: “Polémica por
fiesta en la Gobernación de Santander para celebrar el cumpleaños de Mauricio
Aguilar”. (Ver
noticia)
Para ponernos a tono con lo
“polémico”, no sabemos si el título de esta columna clasifica como incitación
al vandalismo cuando propone el derribamiento de esa estatua (un busto es una
estatua, ¿verdad?), pero es de sentido común admitir que no tiene presentación
legal, ética ni moral la permanencia de una escultura que atenta contra la
memoria más reciente de los santandereanos, si pensamos tan solo en las
dolorosas consecuencias que el paramilitarismo le ha traído a Colombia entera,
y al parecer le sigue trayendo, ahora en modo resurrección.
Brindemos una segunda claridad en
que ese busto no resulta ofensivo si la familia Aguilar decide llevárselo de
ahí para instalarlo en la sala de su propia casa, pero sí ofende y lacera a los
ojos de los colombianos que no pueden olvidar que el así homenajeado por la
Gobernación de Santander está preso.
Como dato llamativo, en el
documento de la sentencia condenatoria de la Corte Suprema identifica al ciudadano
Hugo Heliodoro Aguilar Naranjo con su número de cédula y estipula que “nació en
Chitaraque (Boyacá) el 4 de enero de 1955”. ¿Pudo haberse equivocado en su
origen geográfico el más alto tribunal de justicia? Mejor dicho, ¿será posible
que en Santander le estemos rindiendo falso culto a un boyacense?
Post Scriptum: Para
continuar con lo regional, si de tropelías se ha de hablar, una abogada
que fue secretaria de Alejandro Char en la alcaldía de Barranquilla y había
sido elegida Señora Barranquilla en un concurso de belleza, acaba de ser
nombrada viceministra de Talento y Apropiación Social del Conocimiento, del
ministerio de Ciencia. Meritocracia al alza. (Ver
noticia).
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