El 11 de diciembre del año
pasado escribí para El Espectador una columna titulada Esto se
va a poner peor, donde hice referencia a “ciertos síntomas que darían para
pensar que este Gobierno avanza con paso firme hacia la implantación de un
régimen neofascista”. (Ver columna).
Allí me referí a la actitud
pendenciera de Iván Duque frente al clamor de cambio que encarnaba el paro
nacional, y pronostiqué -a riesgo de equivocarme- que seguirían con su modelo
autoritario, haciendo oídos sordos al clamor nacional. También dije que el
ejemplo más ilustrativo estaba en el régimen fascista de Benito Mussolini que logró
el control de los medios para imponer una doctrina militarista monolítica,
aliada al poder eclesiástico (el mismo que recibió a Duque el domingo pasado en
la Catedral Primada para que encomendara el país al Señor Caído de Monserrate).
En ese momento se suponía
que las cosas habrían de darse dentro de un cauce normal, el que en la arena
política les permitiera tratar de voltear las cosas a su favor. Pero en el
camino surgieron dos imprevistos, uno mundial y otro nacional. Primero la
pandemia del coronavirus, y en días recientes la orden de detención proferida
por la Corte Suprema de Justicia contra el ‘presidente eterno’, Álvaro Uribe
Vélez.
Si de algo sirvió la pandemia,
fue para poner a alcaldes y gobernadores corruptos a bailar en una pata de la dicha, por un lado, y al gobierno para
atropellar o avasallar mediante una avalancha de decretos justificados en la
emergencia, entregando toneladas de dinero a sus benefactores los banqueros
(con marcada preferencia por el Grupo Aval), mientras reparte limosnas a
cuentagotas para las clases medias y bajas directamente golpeadas por la
crisis.
Pero faltaba que se presentara
lo que en sujeción al Derecho y con base en el abundante acervo probatorio se
veía venir, la detención precautelativa del senador Uribe Vélez mientras se le
llama a juicio, y comenzó a verse ya sin tapujos quién es la persona y cuáles
son las fuerzas oscuras que en este país tienen la sartén por el mango.
¿Será simple casualidad que
se haya recrudecido tanto la violencia (sin ningún control por parte del Estado,
ojo) a niveles tan macabros y aberrantes que incluyen masacres sobres niños y
jóvenes, en coincidencia con el terremoto político que provocó la captura del sujeto
sub judice de marras?
¿Comenzaron acaso las
masacres “con criterio social" anunciadas por el jefe político de Iván
Duque en este trino ignominioso que publicó recién posesionado su subalterno?:
“Si la autoridad serena, firme y con criterio social implica una masacre, es
porque del otro lado hay violencia y terror más que protesta”. (Ver
trino).
Puedo estar equivocado,
pero el delicado momento por el que hoy atraviesa Colombia se asemeja a la
angustia nacional que se vivía cuando Pablo Escobar le declaró la guerra al
Estado, con una diferencia básica: antes eran bombazos indiscriminados, hoy son
asesinatos selectivos, desplazamientos forzados de población y masacres por
doquier, ya 36 en 2020. Además, van 152 líderes asesinados este año y fueron
250 el año pasado.
Y esto tiene cara de no
parar, porque pareciera que hoy la urgencia es arrodillar a Colombia o ponerla
patas arriba (¿con las botas al revés?), lo que sea con tal de evitar la
“afrenta” que para la caverna al mando de este país le significa tener a su
máximo líder pagando cárcel domiciliaria, así hubiera sido por el más leve de
los delitos, un simple soborno y fraude procesal.
Es en este contexto donde
me atrevo a hacer un nuevo pronóstico, basado por supuesto en la extrapolación
que ya hice con Pablo Escobar: las cosas que están pasando, son como si él
estuviera preso y moviera sus fichas para sembrar tal grado de desesperación,
que al final las instituciones se rindan (como cuando se fue a vivir rodeado de
lujos a La Catedral) y de ese modo logre obtener su libertad. U obtenga algo
más, o sea lo mismo que Escobar con su estrategia de terror indiscriminado: una
Constituyente, que para el caso que nos ocupa le signifique a Colombia una
nueva manera de administrar justicia y a Álvaro Uribe su tan anhelada impunidad
a perpetuidad.
Lo cierto es que se avecinan
tiempos difíciles, comenzará de nuevo a reinar la oscuridad más tenebrosa,
estamos en las peores manos. Por eso me atrevo a pensar que esto se va a poner bien
feo, ya sin reversa.
Y que Dios nos coja
confesados.
DE REMATE: Tampoco sé si
será simple coincidencia, pero es evidente que se está cumpliendo al pie de la
letra la amenazante profecía que hizo en columna reciente la otrora periodista y hoy ferviente activista
del uribismo, Vicky Dávila: "Si a Uribe lo ponen preso, les doy una pésima
noticia a sus malquerientes: no se acabarán los problemas que tiene Colombia.
Tampoco llegará la paz que todos deseamos. Quizás la violencia se agudice”.
6 comentarios:
Esperemos que no sea así y que la Colombia que quiere dejar atrás toda violencia encuentre los caminos necesarios para su expresión.
Que excelente artículo, todavía existen periodistas como usted, señor Pinilla que se atreven a divulgar la verdad de lo que está pasando en nuestra querida Colombia. Totalmente de acuerdo con su artículo de opinión.Que Dios nos permita ver un final feliz, y justo para que esté señor no le siga haciendo más daño a la patria
Por lo acertado de su exposición, ha lugar sentir miedo, pero es importante convocar movilización. En cuanto a que esa señora del remate, "otrora periodista", déjeme reírme con sorna... Jamás lo ha sido.
Excelente artículo, claro y sustentado.
Dios y su santo poder nos ilumine y nos llene de su poder para que nos cubra porque la bestia de las 6 cabezas de està herida.
Excelente columna con suficiente sustento para generar una respuesta definitiva que siembre el germen del cambio hacia un mejor país.
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