El pasado lunes 20 de julio
se realizó una charla virtual desde la cuenta de Instagram del investigador
Ariel Ávila en torno al libro Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez
Hurtado, tomando como punto de referencia “los otros muertos”. Haré
aquí un resumen, con una velada intención: despertar su curiosidad -sí, la de
usted- para que compre el libro. (Aquí puede ver la charla
completa).
Los otros muertos fueron el
general Fernando Landazábal y el académico Jesús Antonio ‘Chucho’ Bejarano, quienes
habrían sido asesinados por el mismo motivo que el dirigente conservador:
sabían demasiado.
Pero hay un tercer muerto
que no se puede quedar por fuera: el humorista -y líder social- Jaime Garzón. En
la entrevista que me concedió el exembajador de EE.UU. en Colombia, Myles
Frechette, cuando le pregunté quiénes creía que fueron los autores de ese
homicidio, así respondió: “yo creo que eran también personas en el Ejército”.
El general Landazábal fue
asesinado el 12 de mayo de 1998. Tres días antes, según cuenta el exparlamentario
Pablo Victoria en el libro Memoria de un golpe, Landazábal le dijo:
“Pablo, quiero hablar con usted, pero otro día, porque yo sé quién mandó asesinar
a Álvaro Gómez” (pág. 277). Quedaron en que hablarían el domingo 13, pero fue
asesinado el día anterior a las 7:50 a.m., cuando salía de su casa. Fue el
mismo Victoria quien tituló ‘Landazábal sabía demasiado’ y resulta muy intrigante
que lo hubiesen matado justo un día antes de revelarle a él su secreto: como si
Victoria le hubiera contado a alguien de la cita o como si… en fin.
En referencia al homicidio
del académico e intelectual ‘Chucho’ Bejarano, el entonces editor Judicial de El
Tiempo, Édgar Torres, encuentra un modus operandi que se repite: “las
circunstancias en que ocurrió el asesinato del exconsejero (Bejarano) se
asemejan a las que rodearon la muerte de Fernando Landazábal Reyes. El general
en retiro fue asesinado en la calle por un sicario que le disparó también a
quemarropa, crimen que en más de una declaración ante la Fiscalía se habría
atribuido a sicarios próximos a redes civiles de inteligencia de la extinta
Brigada XX”.
¿Quiere saber la relación
entre la Brigada XX y el asesinato de Gómez Hurtado? Está en mi libro, de cuyo
contenido básico se puede enterar aquí.
En la página 111 cuento que
según un informe de Semana de septiembre de 1996 titulado El gran misterio, las reuniones de los que fraguaban el
golpe contra Samper se hacían en las madrugadas, en un apartamento cerca de
Unicentro. “Se acordó un plazo de 60 días para ejecutar el golpe, se dijo que
se establecería una sede provisional de gobierno en Cartagena y que se “le
ofrecería a Álvaro Gómez encabezar una junta cívico-militar de seis personas en
la que sólo estaría un militar”. Y agrega la revista que para integrar esa
junta se revisaron distintos nombres, entre los que estaba el de Pablo Victoria,
y se consideró a Jesús Bejarano para ofrecerle el ministerio de Defensa.
Bejarano, a quien Semana
consultó, “confirmó el ofrecimiento, aclarando que lo descartó de plano por
considerarlo absurdo. Se abstuvo de suministrar cualquier detalle sobre las
personas que lo buscaron para hacerle la propuesta”.
Es aquí donde se entiende
por qué Bejarano se convirtió en otro hombre que sabía demasiado: como digo en
el libro, su lealtad a los golpistas que le hicieron la propuesta –lealtad
expresada en el silencio que guardó ante el periodista de Semana– le
habría costado la vida, pues sus asesinos debían asegurarse de que tan sensible
información nunca pudiera salir de su boca.
En lo referente a Jaime
Garzón, en la entrevista con Frechette fue él quien lo trajo a colación, como
si quisiera que yo le preguntara: “¿Quién mató a Jaime Garzón? Hay personas
en Colombia que cuando con sus escritos o con sus palabras se convierten en
foco de sospechas, simplemente los matan”. Ni corto ni perezoso, le
pregunté quién o quiénes creía que estuvieron detrás de ese crimen, y así
respondió: “Yo creo que eran también personas en el Ejército. Había una
sección del programa de Jaime Garzón donde él comenzaba diciendo: “¡El Quemando
Central se permite informar que...!”. Algunos militares me preguntaban si eso
no me parecía demasiado. Yo les dije: “Miren, en una cultura política sana hay
muchas opiniones y hay que escucharlas todas. Él tiene el perfecto derecho de
decir eso”.
Si hemos de creerle a
Frechette, parece que ciertos militares no le “copiaron”.
Ligado a lo anterior, dos
oficiales del Ejército aparecen implicados tanto en el asesinato de Álvaro
Gómez, como cuatro años después en el de Jaime Garzón: el general Rito Alejo
del Río y el coronel Jorge Eliécer Plazas Acevedo. Al primero lo vinculó el
exparamilitar Edwin Zambrano, alias “William”, quien afirmó a un tribunal de
Justicia y Paz que “para agosto de 1995 se hizo un consenso de milicias de las
autodefensas en la finca Campo Dos en la vía a Valencia, presidida por Carlos
Castaño, Vicente Castaño y varios narcotraficantes como Varela, Hernando Gómez
Bustamante, alias Rasguño, y el general Rito Alejo del Río”. Según Zambrano, allí
el general Del Río “determinó que el operativo más seguro sería a la salida de
la universidad donde laboraba el doctor Gómez, y que la única forma era filtrar
la seguridad por medio del mismo Estado”. (Ver declaración).
En lo referente al coronel
Plazas Acevedo, dos testimonios lo vinculan: el de alias ‘don Berna’, quien lo
ubica en la Brigada XIII de Inteligencia Militar Ejército entregando a los
sicarios la información requerida para ubicar y matar a Jaime Garzón al día
siguiente, por los días en que su superior inmediato era… adivinen quién: el
general Rito Alejo del Río. Está además el testimonio de Diego Edinson Cardona,
conocido como ‘El hombre clave’, quien afirmó que Plazas fue el encargado del
trabajo de vigilancia del perímetro, previo al asesinato de Gómez Hurtado.
Esto es lo que hasta aquí
puedo contar, pues no se trata de ponerme de sapo y revelar el final de la
película.
DE REMATE: La “velada
intención” de la que hablé arriba se completa si cuento que la cuarentena no es
obstáculo para adquirir el libro: entra a la página de Librería Nacional o de
Ícono
Editorial (en Lerner ya se agotó) y paga con tarjeta crédito o débito, y se lo lleven hasta su casa. Y sin
riesgo de contagio…
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