lunes, 7 de enero de 2019

"Independence Day", o cómo despertar ganas de fumar




En estos días de relax tuve ocasión de ver en Fox la segunda parte de Independence Day (Día de la Independencia), una película muy taquillera en 1997, que ahora llegó como El Contraataque. Recordé haber escrito para El Tiempo un análisis crítico de la primera versión, donde señalé que apunta a convencer al espectador -en su mayoría adolescentes- de que fumar no es malo. Yo creía que mi artículo iba a causar un revuelo de la madona, pero cayó en manos de un editor torpe que le puso el peor de los títulos posibles, Puros para triunfar, y nadie se dio por enterado.

La crónica comenzaba por contar que el martes 25 de febrero de 1997 el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, había lanzado su Política Nacional Antidrogas, la cual “buscará preservar a una generación de niños y jóvenes de la adicción”, pero la proyección de Independence Day en el teatro presidencial de la Casa Blanca formaba parte de la lista de atenciones para todo aquel que pudiera girar US$250.000 a favor de su campaña de reelección.

Podría pensar el desocupado lector que este es un tema de relleno, pero si vio la película y aún la recuerda, le basta seguir el recuento de las principales escenas para convencerse de que se trata de una descarada apología al consumo del tabaco. Y si hoy lo traigo a colación podría ser porque también ando en plan desocupado, pero sobre todo porque es legítimo rescatar para la historia del cine un planteamiento coherente y fundamentado, perdonarán la inmodestia.

David Levinson, interpretado por Jeff Goldblum, es un convencido defensor de la naturaleza: ante un vaso plástico se pregunta cuánto demora en descomponerse, en su basura separa las latas (siempre Coca Cola) del papel, tiene una matica sobre su escritorio y llega a la oficina en bicicleta. No fuma, y cuando juega ajedrez con su fumador padre en el Central Park de Nueva York le recuerda que “eso no es saludable”. Pues bien: una hora y 40 cinematográficos minutos después este mismo personaje desciende fumándose un tabaco de la nave que lo ha catapultado a la gloria, cual profeta David frente a su pueblo hebreo. (En la película, por coincidencia, es de padre judío.)

En esa misma escena final Steven Hiller (Will Smith) porta además del mérito de haberle enseñado a David a fumar, el de haber piloteado la nave que liberó al planeta de los invasores alienígenas. Steve avanza sosteniendo en su brazo izquierdo al hijo de su esposa, y en su mano derecha el tabaco sin el cual habría cancelado la misión. El presidente de Estados Unidos, Thomas J. Whitmore (Bill Pullman) felicita a David: “no estuvo mal” -le dice- y éste asiente, llevando el tabaco a su boca: “no estuvo mal”. Se aproxima luego el padre, sorprendido de ver fumar a su hijo: “¿eso es saludable?”, pregunta. “Bueno, puedo acostumbrarme”, responde David.

Para entender que no se trata de una escena en la que sus protagonistas fuman para calmar los nervios, sino de una intención premeditada por promover el hábito de fumar, obliga ir al comienzo:

El planeta Tierra se ve amenazado por naves extraterrestres que miden 15 kilómetros cada una, las cuales obedecen las órdenes de una nave nodriza. David trabaja en una compañía de comunicación satelital; desde allí descubre que los alienígenas se están ubicando en posiciones estratégicas y que iniciarán el ataque a una hora determinada. Su exesposa, a quien no ve hace más de tres años, es la asistente privada del presidente Whitmore. Con su ayuda logra colarse a la Casa Blanca, donde convence a éste de la urgencia de abandonar la Casa Blanca antes del Apocalipsis anunciado.

Ante la inminencia de la catástrofe, Steve, calificado aviador de la Fuerza Aérea, se presenta en su base. Cuando el comandante de los “Caballeros Negros” explica la situación y el modo de enfrentar al enemigo, ante sus ojos los soldados van pasando de mano en mano una caja de tabacos. El comandante le pregunta a Steve –tabaco en mano- si tiene algo que agregar: “sólo estoy ansioso por volar y matar extraterrestres”, dice Steve. “Y podrás hacerlo. Todos podrán hacerlo”, replica el comandante. A continuación Steve se encamina a su avión de combate, en compañía de otro piloto. “¿Tienes la lanza de la victoria?”, pregunta. Su compañero confirma, acercando el tabaco a su boca.

En el centro de mando, mientras tanto, algunos de los operadores que manejan los controles y radares sostienen tabacos entre sus dientes. En una escena posterior, Steve se acerca arrastrando su paracaídas a la única nave extraterrestre abatida. Abre la escotilla, coge a patadas y puños al piloto y después de haberlo vencido, enciende “la lanza de la victoria”.

En el refugio donde se encuentra el presidente, al que llegan Steve y David, este demuestra que es necesario inocularles un virus informático a las defensas enemigas, y ello exige penetrar en la estación nodriza. Steve se ofrece a pilotear la nave extraterrestre, David lo secunda y el presidente despide al Secretario de Defensa, por oponerse a la idea.

Segundos antes de iniciar la hazaña, Steve exclama: “¡Demonios, yo no puedo salir si no encuentro mis tabacos!”. El padre de David le ofrece de los suyos: “Toma estos, son los últimos”. Steve los recibe, agradecido: “Usted me salvó la vida. Casi cancelo toda la misión”. Ya dentro de la nave Steve se dirige a David, quien lleva entre sus dedos uno de los tabacos: “Ésta es nuestra lanza de la victoria. Enciéndela cuando termine esto. Es importante”. “Ah sí, la victoria”, responde David.

Pero ocurre que Steve y David quedan atrapados en la nave nodriza, sin aparente posibilidad de salvación. Steve mira su tabaco, lo lleva a la boca. David enciende el suyo, deja escapar la primera bocanada y exclama: “ha sido un placer”. “Digo lo mismo”. Y se dan la mano. En ese preciso instante, debido a un ataque de sus aliados los terrícolas, la nave se desprende (justo cuando comenzaron a fumar) y logran escapar de la debacle.

David y Steve son recibidos en el planeta Tierra por sus familiares, el presidente y su plana mayor. Ambos portan, como ya se dijo, sendos tabacos.  En la escena que antecede a The End, Steve sostiene a su hijo Dylan en una mano, y el tabaco de su buena fortuna en la otra. Mirando hacia la inmensa nave despedazada, le dice a Dylan: “¿Recuerdas lo que te prometí? Fuegos artificiales”.

A medida que la cámara se eleva hacia las nubes sube el volumen de la música, sospechosamente cercana al famoso comercial “Venga al mundo Marlboro”. David ha reconquistado el amor de su vida, se ha ganado la confianza del presidente (el puesto de Secretario de Defensa está vacante) y, para completar la dicha, ha aprendido a fumar…

DE REMATE: Mi próxima columna se titula Colombia y su dictadura perfecta. Intento demostrar que quienes llevaron al poder a Iván Duque se inspiraron en la película mexicana del mismo nombre, La dictadura perfecta. Ello en parte explicaría cosas como el ‘televisivo’ secuestro del niño Cristo José Contreras o el supuesto atentado que se fraguaba desde Venezuela contra la figura del presidente. Aviso desde ahora para que vayan viendo la película, por ejemplo en este enlace.

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