En estos días de relax tuve
ocasión de ver en Fox la segunda parte de Independence
Day (Día de la Independencia), una película muy taquillera en 1997, que
ahora llegó como El Contraataque. Recordé
haber escrito para El Tiempo un análisis crítico de la primera versión, donde señalé
que apunta a convencer al espectador -en su mayoría
adolescentes- de que fumar no es malo. Yo creía que mi artículo iba a causar un revuelo
de la madona, pero cayó en manos de un editor torpe que le puso el peor de los
títulos posibles, Puros para
triunfar, y nadie se dio por enterado.
La crónica comenzaba por
contar que el martes 25 de febrero de 1997 el entonces presidente de Estados
Unidos, Bill Clinton, había lanzado su Política Nacional Antidrogas, la cual
“buscará preservar a una generación de niños y jóvenes de la adicción”, pero la
proyección de Independence Day en el
teatro presidencial de la Casa Blanca formaba parte de la lista de atenciones
para todo aquel que pudiera girar US$250.000 a favor de su campaña de
reelección.
Podría pensar el desocupado
lector que este es un tema de relleno, pero si vio la película y aún la
recuerda, le basta seguir el recuento de las principales escenas para convencerse
de que se trata de una descarada apología al consumo del tabaco. Y si hoy lo
traigo a colación podría ser porque también ando en plan desocupado, pero sobre
todo porque es legítimo rescatar para la historia del cine un planteamiento coherente y fundamentado, perdonarán la inmodestia.
David Levinson,
interpretado por Jeff Goldblum, es un convencido defensor de la naturaleza:
ante un vaso plástico se pregunta cuánto demora en descomponerse, en su basura
separa las latas (siempre Coca Cola) del papel, tiene una matica sobre su
escritorio y llega a la oficina en bicicleta. No fuma, y cuando juega ajedrez
con su fumador padre en el Central Park de Nueva York le recuerda que “eso no
es saludable”. Pues bien: una hora y 40 cinematográficos minutos después este
mismo personaje desciende fumándose un tabaco de la nave que lo ha catapultado
a la gloria, cual profeta David frente a su pueblo hebreo. (En la película, por
coincidencia, es de padre judío.)
En esa misma escena final Steven
Hiller (Will Smith) porta además del mérito de haberle enseñado a David a
fumar, el de haber piloteado la nave que liberó al planeta de los invasores
alienígenas. Steve avanza sosteniendo en su brazo izquierdo al hijo de su
esposa, y en su mano derecha el tabaco sin el cual habría cancelado la misión. El
presidente de Estados Unidos, Thomas J. Whitmore (Bill Pullman) felicita a
David: “no estuvo mal” -le dice- y éste asiente, llevando el tabaco a su boca:
“no estuvo mal”. Se aproxima luego el padre, sorprendido de ver fumar a su
hijo: “¿eso es saludable?”, pregunta. “Bueno, puedo acostumbrarme”, responde
David.
Para entender que no se
trata de una escena en la que sus protagonistas fuman para calmar los nervios,
sino de una intención premeditada por promover el hábito de fumar, obliga ir al
comienzo:
El planeta Tierra se ve
amenazado por naves extraterrestres que miden 15 kilómetros cada una, las
cuales obedecen las órdenes de una nave nodriza. David trabaja en una compañía
de comunicación satelital; desde allí descubre que los alienígenas se están
ubicando en posiciones estratégicas y que iniciarán el ataque a una hora
determinada. Su exesposa, a quien no ve hace más de tres años, es la asistente
privada del presidente Whitmore. Con su ayuda logra colarse a la Casa Blanca,
donde convence a éste de la urgencia de abandonar la Casa Blanca antes del
Apocalipsis anunciado.
Ante la inminencia de la
catástrofe, Steve, calificado aviador de la Fuerza Aérea, se presenta en su
base. Cuando el comandante de los “Caballeros Negros” explica la situación y el
modo de enfrentar al enemigo, ante sus ojos los soldados van pasando de mano en
mano una caja de tabacos. El comandante le pregunta a Steve –tabaco en mano- si
tiene algo que agregar: “sólo estoy ansioso por volar y matar extraterrestres”,
dice Steve. “Y podrás hacerlo. Todos podrán hacerlo”, replica el comandante. A
continuación Steve se encamina a su avión de combate, en compañía de otro
piloto. “¿Tienes la lanza de la victoria?”, pregunta. Su compañero confirma,
acercando el tabaco a su boca.
En el centro de mando,
mientras tanto, algunos de los operadores que manejan los controles y radares
sostienen tabacos entre sus dientes. En una escena posterior, Steve se acerca
arrastrando su paracaídas a la única nave extraterrestre abatida. Abre la
escotilla, coge a patadas y puños al piloto y después de haberlo vencido, enciende
“la lanza de la victoria”.
En el refugio donde se
encuentra el presidente, al que llegan Steve y David, este demuestra que es
necesario inocularles un virus informático a las defensas enemigas, y ello
exige penetrar en la estación nodriza. Steve se ofrece a pilotear la nave
extraterrestre, David lo secunda y el presidente despide al Secretario de
Defensa, por oponerse a la idea.
Segundos antes de iniciar la
hazaña, Steve exclama: “¡Demonios, yo no puedo salir si no encuentro mis tabacos!”.
El padre de David le ofrece de los suyos: “Toma estos, son los últimos”. Steve
los recibe, agradecido: “Usted me salvó la vida. Casi cancelo toda la misión”.
Ya dentro de la nave Steve se dirige a David, quien lleva entre sus dedos uno
de los tabacos: “Ésta es nuestra lanza de la victoria. Enciéndela cuando
termine esto. Es importante”. “Ah sí, la victoria”, responde David.
Pero ocurre que Steve y
David quedan atrapados en la nave nodriza, sin aparente posibilidad de
salvación. Steve mira su tabaco, lo lleva a la boca. David enciende el suyo,
deja escapar la primera bocanada y exclama: “ha sido un placer”. “Digo lo
mismo”. Y se dan la mano. En ese preciso instante, debido a un ataque de sus
aliados los terrícolas, la nave se desprende (justo cuando comenzaron a fumar)
y logran escapar de la debacle.
David y Steve son recibidos
en el planeta Tierra por sus familiares, el presidente y su plana mayor. Ambos
portan, como ya se dijo, sendos tabacos.
En la escena que antecede a The
End, Steve sostiene a su hijo Dylan en una mano, y el tabaco de su buena
fortuna en la otra. Mirando hacia la inmensa nave despedazada, le dice a Dylan:
“¿Recuerdas lo que te prometí? Fuegos artificiales”.
A medida que la cámara se
eleva hacia las nubes sube el volumen de la música, sospechosamente cercana al famoso
comercial “Venga al mundo Marlboro”. David ha reconquistado el amor de su vida,
se ha ganado la confianza del presidente (el puesto de Secretario de Defensa
está vacante) y, para completar la dicha, ha aprendido a fumar…
DE REMATE: Mi próxima columna
se titula Colombia y su dictadura
perfecta. Intento demostrar que quienes llevaron al poder a Iván Duque se
inspiraron en la película mexicana del mismo nombre, La dictadura perfecta. Ello en parte explicaría cosas como el ‘televisivo’
secuestro del niño Cristo José Contreras o el supuesto atentado que se fraguaba
desde Venezuela contra la figura del presidente. Aviso desde ahora para que
vayan viendo la película, por ejemplo en este
enlace.
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