Ahora que se cumplen 200 años del nacimiento del filósofo, economista,
sociólogo y periodista alemán Karl Marx, no sobra dedicarle algunas palabras
al pensador que más contribuyó a moldear mi ‘Weltanschauung’ por los años
universitarios, recién llegado a Bogotá de la provincia.
Venía de un seminario al que me metieron desde que cumplí los once
años porque dijeron que tenía vocación de sacerdote. Con la formación que
recibí, terminé el bachillerato firmemente convencido de que el mundo era gobernado
por la mano invisible de Dios. Vivía por tanto más pendiente de lo divino que de
lo humano, mientras en lo político seguía lo que imponía la tradición del
apellido Pinilla, una línea conservadora arraigada en Laureano Gómez (sin que
fuésemos parientes, a Dios gracias).
Pero se dio la grata coincidencia de llegar a estudiar Comunicación
Social en una universidad donde la mayoría de sus docentes de cátedra -al menos en mi
facultad- pertenecían a algún movimiento o partido de izquierda, y la memoria
me trae a un profesor de nombre Lugardo Álvarez que dictaba Metodología y nos ponía
a leer desde La ideología alemana de
Marx y Engels hasta Materialismo y
empiriocriticismo de Lenin, este último un verdadero hueso, muy duro de
roer.
Bebí pues en las fuentes de la dialéctica materialista sustentada en Friedrich
Hegel, pero sobre todo me nutrí de Karl Marx, de quien leí la mayor parte de
sus obras, comenzando por el Manifiesto Comunista y exceptuando El
Capital, por denso y abstruso. Y comencé a entender que Marx tenía razón en su
diagnóstico del sistema económico hasta entonces existente, al que le
pronosticó la defunción que efectivamente comenzó a darse en países tan
poderosos como la China de Mao Zedong, o Rusia, que tras el derrumbe del imperio
zarista terminó convertida en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(URSS).
La sociedad comunista sin diferencias de clase que avizoraba Marx
seguirá siendo una utopía, aunque es evidente que su corpus teórico condujo a
una práctica con resultados exitosos en China (hoy convertida en potencia
mundial), más bien dudosos en la Unión Soviética, dictatoriales en Corea del
Norte y desde todo punto de vista indeseados en Cuba, sin desconocer el
estrangulamiento de su economía debido al bloqueo comercial impuesto por EE.UU.
Ahora bien, no hablemos de comunismo sino de socialismo, entendido
como una justa repartición de bienes e ingresos y aplicado por ejemplo en los
países nórdicos —Islandia, Noruega, Dinamarca, Suecia y Finlandia—, con una
fuerte presencia del Estado para garantizar un flujo de recursos que abastezca
por igual a la población, ceñidos a un modelo que protege la propiedad privada,
base de toda economía de libre mercado. Y donde impera un sistema de justicia entre
los más eficientes y transparentes del mundo. En síntesis, son países conocidos
por sus generosos estados de bienestar económico y social, con políticas
económicas más socialistas que capitalistas, pero ubicadas entre las naciones
más libres del planeta.
Esta reflexión tuvo como punto de partida un trino de la ‘quemada’
excandidata uribista Natalia Bedoya, que me ha causado gracia y a la vez
compasión por el estado de confusión o ignorancia que la envuelve, y dice así: “Se
cumplen 200 años del nacimiento de Karl Marx, creador de la idea más despiadada
e inhumana de la historia. Su legado de muerte y miseria deben (sic) terminar
YA”. (Ver trino).
No es por ofenderla si decimos que sabe más de pechugas que de
política, pues es obvio que Marx tuvo la gran virtud de haber contribuido a
mejorar las condiciones laborales de inmensas legiones de asalariados que en
las fábricas inglesas y de Europa en general eran explotados en jornadas de 14 o
más horas diarias, y esa explotación incluía a los hijos de sus trabajadores,
pues era permitida la contratación de mano de obra infantil.
Además, Marx fue quien nos hizo caer en la cuenta de que todo lo que
pensamos es producto de las relaciones de dependencia que se establecen entre
las clases dominantes y las clases dominadas, y a eso lo llamó ideología, y de
la ideología pasó a meterse con la religión, a la que en su lúcida visión llamó
“el opio del pueblo”.
Y fue entonces -gracias a Marx- cuando vinimos a entender por qué
Napoleón Bonaparte dijo que “la religión es lo que evita que los pobres
asesinen a los ricos”. Y no contento con lo anterior, agregó: "¿Cómo puede
haber orden en un Estado sin religión? Si un hombre se está muriendo de hambre
cerca de otro que nada en la abundancia, aquél no puede resignarse a esta
diferencia, a menos que haya una autoridad que declare 'Dios así lo quiere'. La
religión es excelente para mantener tranquila a la gente común."
Pero no solo los mamertos hablan bien de Marx: la BBC de Londres con
motivo del bicentenario le recordó a la señorita Bedoya que “si cree que el
autor del Manifiesto comunista nunca ha hecho nada por usted, es hora de que replantee
esa teoría”. Y expuso 5 cosas que Karl
Marx hizo por nosotros y por las que no le damos crédito, entre las cuales
clasifican -además de la abolición del trabajo infantil- la jornada laboral de
ocho horas con descanso el fin de semana, la dignificación del empleo y el
reconocimiento de la actividad sindical, entre muchas otras “comodidades”. (Ver artículo).
Lo que le falló a Marx fue su predicción del socialismo como panacea de
la humanidad, pero no porque una sociedad socialista no sea posible, sino
porque a los hombres de carne y hueso que han conquistado el poder político
para lograrlo, ese mismo poder los ha envilecido e impedido el triunfo de metas
más nobles. Citando a lord Emerich Acton, “toda forma de poder corrompe y el
poder absoluto corrompe de modo absoluto”. Pero ha habido líderes que sí han
logrado la transición a sociedades más justas, alejadas del capitalismo salvaje
que nos quieren imponer como norma.
Si vamos a la coyuntura actual, dicen que el socialismo del siglo XXI
fracasó y muestran como prueba reina la debacle venezolana en cabeza de Nicolás
Maduro, pero omiten mencionar al exguerrillero Pepe Mujica en Uruguay o a Rafael
Correa en Ecuador, ambos seguidores de las mismas tesis ‘castrochavistas’ y
reconocidos por haber entregado sus respectivos países con buenos índices de
desarrollo, pero nadie nos advierte del peligro de volvernos como Uruguay o como
Ecuador...
Y mejor no sigo -porque luego irán a tildarme de ‘petrochavista’-,
pero no quería pasar la ocasión sin rendirle el merecido homenaje al hombre cuyos
pensamiento y lucha apuntaron a dignificar la condición humana, al margen de
las circunstancias que han impedido detener el cáncer del consumismo capitalista
que ávido y voraz carcome el planeta, de manera irreversible.
DE REMATE: Hablando de Marx, la reciente adhesión de Viviane Morales a la campaña de Iván Duque nos
recuerda a su homónimo el comediante Groucho Marx, a quien se le escuchó decir:
“Estos son mis principios. Si no le gustan… tengo otros”. O como dijeran las
muy chismosas Tola y Maruja: “Viviane pasó
del mejor pastor al mejor postor”.
3 comentarios:
Una cátedra de política y sensibilidad
Gracias por compartirlo, Jorge. El socialismo, bien entendido y bien desarrollado, siempre será la mejor opción para evolucionar como sociedad.
Muchas gracias, apreciados Julio César y Óscar Alberto.
Publicar un comentario